Poesía y narración/ La curva de Ebbinghaus, de Carolina Musa

t_la_curva_c_musaLa curva de Ebbinghaus
Carolina Musa
Rosario
Baltasara Editora
2016
104 páginas

 

 

 

Por Diego Colomba

Como cuentista y poeta, Carolina Musa advierte sin esfuerzo las sutilezas semánticas de algunas palabras. No puede desconocer, por ejemplo, que la palabra narración, considerada en su acepción genérica, se contrapone a poesía, porque ambos términos suponen rasgos diferenciales. Tampoco que narración, utilizada para nominar una trama textual que se compone de hechos relacionados por algún tipo de lógica, permite que ambos conceptos se acerquen y contaminen. Estas aproximaciones inquietantes del sentido parecen prevalecer en la escritura de Musa a la hora de tensar su pulso creativo con los problemas que la obsesionan. En la presentación rosarina (hubo una salteña también) de La curva de Ebbinghaus, su último libro de poesía, se autodefinió como un escritora “desgenerada”. Sucede que en el libro hay prosas y versos y tanto unas como otros narran hechos del pasado familiar, experimentados en primera persona o conocidos a través de relatos familiares. Las palabras ritmadas por una suave pero persistente melancolía —que no abandonan los libros de Musa— parecen necesitar de la extensión para construir el efecto que los acontecimientos narrados producen en el sujeto enunciador y en nosotros, sus lectores. Todo es narrable, dijo alguien alguna vez. Desde la preparación deficiente y teatral de un pollo, pasando por un día de campo en familia, hasta el asesinato de un estudiante que desata uno de los hitos de las luchas populares de Rosario, podríamos agregar nosotros. Si lo que define la adscripción genérica de un texto no es su forma textual sino no la fidelidad enunciativa (ética) a su lengua, a la materia de la que está hecha, la diferencia del poema con un cuento y una novela se apoya en su radical intraducibilidad. ¿Qué hay de intraducible en estas historias narradas de Musa? La autora hace suyo ese problema y lo pone en evidencia, paradójicamente, a través de cuestiones propias del arte narrativo: ¿cuándo acabar un historia, cuando alcanzar el final que permita atribuir sentido a héroes y acciones?, ¿quién o quiénes narran esos hechos?, ¿qué punto de vista se adopta para hacerlo?
Hacíamos referencia a la extensión, un término espacial, pero ligado a la duración, una de las formas del tiempo. Lo que no es narrativo es el instante mismo, que se debe describir, aunque algunas experiencias de vanguardia se hayan propuesto narrarlo. Todas las narraciones del libro parecer orbitar con las patas larguísimas y enroscadas de la mentira alrededor de dichos instantes, que inquietan como agujeros negros: “Yo no pude volver de esas palabras”, se dice en “Alejandra Pastrana”. De ahí las operaciones de fractura de la linealidad de las historias (una de las maneras manifiestas de hacerlo es el collage que compone “La pregunta inicial”, el segundo poema del libro), la importancia que cobran los detalles (“conservo todavía esa tara/ de contabilizar nimiedades”) y la repetición, un modo de perturbar la narración, tan frecuente en los textos. Los poemas de Musa juegan a destruir los contextos, sus condiciones de legibilidad. Y allí radica parte de su potencia: socavar el contexto epistémico (el uso del diccionario, de ciertos textos de divulgación psicológica que rozan la autoayuda o citas de políticos con aire aforístico), el contexto científico (la mayor de las ironías que da título al libro, una teoría absurda mediante la cual un filósofo alemán sienta las bases de la psicología experimental, probando lo que el sentido común le dicta a cualquier mortal) o el contexto histórico (el germen del Rosariazo). Un sujeto poético que apela a la autenticidad, que se confiesa (“Jamás lo había contado hasta hoy”), guarda fidelidad a ciertos recuerdos que insisten y que nunca serán totalmente reconstruidos ni probados (“¿quién/ podría asegurar esto o lo contrario?”), porque cuando los contextos se descomponen lo que resta es el azar.

 

Poemas de La curva de Ebbinghaus

Alejandra Pastrana
A mediados de los 80 yo tenía cierto fanatismo con el correo de lectores de la revista Cosmik. Intercambiaba monedas con un chico de Maldonado, Uruguay, y durante más de un año escribí cada semana una carta para Alejandra, mi prematura amiga virtual: calle x, número x, código postal x, Guaymallén, Mendoza.
Alejandra: yo te inventaba partes de mi vida.
Me atribuía cosas que escuchaba por ahí.
En la primera carta me aumenté la edad, 11 años, para alcanzarla, y desde entonces fui encadenando mentiras o mentirillas, esas pavadas que le decía.
Por ejemplo: a mi vecina del fondo se le llenó la cabeza de piojos y en la escuela las compañeras le dijeron piojosa. Yo le dije que la piojosa era yo.
También le dije que a una prima mía la echaron del trabajo porque estaba embarazada, que mi prima decía que no, y para probarlo se golpeaba la panza.
En una carta ella me contó detalles del viaje de séptimo grado a Carlos Paz. Yo estaba en sexto grado, por lo tanto no tenía esos detalles, tenía que inventar más. Y ella ¿inventaba también?
Mi respuesta fue bastante hábil: le conté un viaje fallido. Le dije que la empresa de turismo nos había dejado plantados en la puerta de la escuela. Algo así había ocurrido en el pueblo: un quinto año del colegio de monjas se quedó sin ir a Bariloche. Repetí los detalles que había contado mi hermana en el almuerzo (que las chicas cantaban somos chicas patoteras locas pendencieras del 86, que cantaron un par de horas hasta que empezaron a llorar, que la Tesy lloraba, que del llanto los pelos teñidos batidos rubios de la Tesy estaban todos mojados)
La respuesta de Alejandra fue la última carta de nuestro epistolario. «Es muy triste lo que contás», decía.
Yo no pude volver de esas palabras. Era un problema que no había considerado ni remotamente: ella creía que ese collar de vértebras de ballena era mi vida. A ver:
Yo era una gordita que mandaba fotos a la revista Cosmik. Un día me comí una docena de damascos. Jugaba a la maestra de jardín con mis hermanos más chicos y armaba rompecabezas, todavía lo hago. Yo armé con Pablo Cavia dos urnas funerarias del museo de Orán, iba a su clase de cerámica pero odiaba el barro, todavía lo odio. Yo era una piba feliz que tocaba la guitarra y cantaba hasta en la ducha, sin parar.
Antes no había pensado que las palabras hacen cosas, provocan. Y supongo que en algún punto me sorprendía el hecho de que ¿me creyó? ¿la convencí? Eso era completamente nuevo.
Como sea, parece que Alejandra nadaba en el mar de la inocencia. Iba a rezar por mí, por la Tesy, mi hermana y todos nosotros, engañados con espejos de colores como indios. O quizás fue la referencia a la Santa Iglesia Católica, la cosa es que llegué hasta ahí. No le respondí esa carta, ni ninguna otra. Por toda disculpa escribí cuatro versos y los metí en un cajón.
Fue la primera vez que hice eso: escribir porque sí. Sin obligación, sin destinatario, sin finalidad.
Lo siento Alejandra Pastrana, las mentiras tienen patas larguísimas, y enroscadas.
Y gracias Alejandra Pastrana, por la poesía que me trajiste, aunque de este modo ruin.
Años después leí esos versos al aire en un programa que teníamos en la 90.9 radio Orán, pésimo, los viernes sólo poníamos hardcore y según creo nuestra única oyente era mi hermana. Cuando volví a la casa ella me preguntó si había robado el texto del programa de Lalo Mir.
Yo dudé la respuesta. Lo recuerdo perfectamente: mi estupefacción. Ella quería saber cómo, desde cuándo, de dónde, quién me dijo que lo hiciera. Y aunque entonces yo ya tenía hojas llenas de palabras, pensé en Aquello, el Bochornoso Asunto: número x de la calle x, código postal x, Guaymallén, Mendoza. Y me lo guardé, por vergüenza o por omnipotencia.
Jamás lo había contado hasta hoy.
Voy a cumplir 40 años.

 

La pregunta inicial

No hay ideas sino en
La pregunta inicial
Mi padre todavía no es mi padre
El 15 de mayo de 1969
Juan José Cabral es asesinado por la policía correntina
en Paso de Los Libres
Decisión. (Del lat. decisĭo, -ōnis) 1. f. Determinación,
resolución que se toma o se da en una cosa dudosa.
El 17 de mayo de 1969
estudiantes de ciencias económicas
inician un acto en el comedor universitario de Rosario
en protesta por el asesinato de Juan José Cabral
2. f. Firmeza de carácter.
Juan José Cabral tenía 20 años
Son las diez de la mañana
Al momento de tomar una decisión
hay que considerar las circunstancias del entorno existente.
El comedor universitario
queda en calle Corrientes al 700
La decisión es el resultado de un proceso mental-cognitivo.
¿Los estudiantes aprueban la moción cortar la calle?
En esta etapa es importante la creatividad
de los tomadores de decisiones.
Los estudiantes no consiguen cortar la calle
Tienen 18 a 23 años
El intento es reprimido por la policía
Existen diferentes técnicas para potenciar la creatividad
tales como la lluvia de ideas, las relaciones forzadas, etc.
Un grupo de estudiantes se desbanda hacia el norte
Son las once de la mañana
Toda mala decisión va seguida de otra mala decisión -Harry S. Truman.
La policía los persigue
Son las once y cinco de la mañana
Más uniformados corren por Córdoba desde calle Entre Ríos
¿Vienen de la facultad de Humanidades?
Policía adelante. Policía atrás
Toda mala decisión va seguida de otra mala decisión -Harry S. Truman.
Los estudiantes entran a la galería Melipal
Toda mala decisión va seguida de otra mala decisión -Harry S. Truman.
La galería Melipal no es una obra de envergadura
Es modernista funcional racional despojada de líneas simples
Al momento de tomar una decisión
hay que considerar las circunstancias del entorno existente.
La galería Melipal no tiene salida
La galería Melipal es una ratonera
Mi padre no lo sabe
Mi padre todavía no es mi padre
El individuo compara la información nueva
con su esquema o estructura cognitiva preexistente.
Algunos estudiantes suben por la escalera al primer piso
Las chicas primero
Hay gente comprando, paseando
¿Un nene de la mano de su mamá?
El individuo compara la información nueva
con su esquema o estructura cognitiva preexistente.
La policía ingresa a la galería
Varios estudiantes atrapados
en el descanso de la escalera entre los cuales
Adolfo Bello y mi padre
Mi padre todavía no es mi padre
Para tomar una decisión es necesario conocer,
comprender y analizar un problema.
¿Los estudiantes acorralados contra la pared?
¿La policía reanuda la golpiza?
Toda mala decisión va seguida de
Un oficial saca su arma
Son las once y diez de la mañana
La toma de decisiones consiste, básicamente,
en elegir una opción entre las disponibles
a los efectos de resolver un problema actual o potencial.
El oficial tiene nombre y apellido
Ex empleado de la boite Franz y Fritz
Alto grandote canoso
A veces retiene los documentos en Humanidades
Decisión. (Del lat. decisĭo, -ōnis) 1. f. Determinación,
resolución que se toma o se da en una cosa dudosa.
El oficial apunta a los estudiantes
El oficial apunta a los estudiantes “como un demente”, dice mi padre
Para tomar una decisión es necesario conocer,
comprender y analizar un problema.
Los muchachos de antes no usaban gomina
Los gritos, la desesperación, el miedo de los muchachos
Las ambientes o contextos en los cuales se toman las decisiones
se pueden clasificar en:
a) Ambiente de certeza. Véase también certidumbre.
Adolfo Bello tiene la barba de tres días
Adolfo Bello tiene la camisa fuera del pantalón
Mi padre todavía no es mi padre
b) Ambiente de incertidumbre.
¿Adolfo Bello se está dejando el pelo largo?
a) Mi padre me lo dijo
a) Mi padre conserva los detalles
2. f. Firmeza de carácter.
b) Mi padre olvidó los detalles
b) Yo los conservo
Los acontecimientos y situaciones nuevas
se interpretan a la luz de lo que ya se ha aprendido.
La pistola del demente en la frente de mi padre
¿Los gritos de mi padre?
¿La desesperación de mi padre?
Mi padre no es mi padre todavía
El decisor puede hacer uso de la probabilidad objetiva o subjetiva
para estimar el posible resultado.
Había gente comprando, paseando
En la probabilidad objetiva se determina el resultado
basándose en hechos concretos, por ejemplo estadísticas.
Santiago Pampillón Q.E.P.D. 12/9/1966
Juan José Cabral Q.E.P.D. 15/5/1969
En la probabilidad subjetiva se determina el resultado
basándose en opiniones y juicios personales.
Adolfo Bello tiene la barba de tres días
Adolfo Bello tiene la camisa fuera del pantalón
Para generar gran cantidad de opciones es necesaria
una cuota importante de creatividad.
¿Adolfo Bello se está dejando el pelo largo?
Decisiones programadas son aquellas que se toman frecuentemente
son repetitivas y tomarlas se convierte en una rutina.
La sangre de Adolfo Bello
en la cara de mi padre
Las decisiones programadas
se usan para abordar problemas recurrentes.
Los sesos de Adolfo Bello
en la camisa de mi padre
Se realizan pocas operaciones simbólicas, relativamente básicas,
tales como codificar, comparar, localizar y/o almacenar.
Mi padre no es mi padre todavía
Mi padre pudo no haber sido mi padre
Existen diferentes técnicas para potenciar la creatividad,
tales como la lluvia de ideas, las relaciones forzadas, etc.
Los sesos de mi padre
La sangre de mi padre
El propósito real de las decisiones programadas es liberarnos.
Pudo haber sido
Pude no haber sido
El propósito real de las decisiones programadas es
Tatín Dadín Dedón Pingüé
La sangre de Adolfo Bello
Los sesos de Adolfo Bello
La pregunta inicial
constituye el punto de partida de toda decisión.
Pirpintos

Vuelvo al camino terroso
El polvo se asienta en los vidrios del auto
padre madre hermanos
felicidad que roza la indiscreción
cantábamos a la vera verita del río
por besarme ahora eres mi marido
u otra cosa, pero cantábamos
y contábamos los pirpintos
estrellándose en el parabrisas
o tampoco, solo yo
conservo todavía esa tara
de contabilizar nimiedades, muertes
de pirpintos, por ejemplo
Siempre pensé que eran polillas,
por las alas sosas y
por la obstinación suicida
indigna de una mariposa ¿ves?
siguen intactos los prejuicios
aunque no tiene importancia
en el poema, una digresión,
mi hermano dice que son mariposas
que vuelan juntas porque
viven re poco, dos días cree,
que para vivir eso él también
le apuntaría a los parabrisas
y le robo la conversación
corto y pego acá
en parte para convencerme de mi prédica:
sólo hay espesor
en los detalles, es estúpido
como cualquier otro artificio
literario: padre, madre, hermanos
ir y venir de la vereda al patio
y del patio a la vereda con
cañas, mojarreros
la caja de adminículos brillantes
el tarro con anguilas o lombrices
el agua, la comida, el protector solar
los libros de mi hermana
seguramente los llevaba, no es
que lo recuerde es que apenas
la imagino sin un libro, leía tanto,
de a ratos se reía en la cucheta de arriba
de a ratos te miraba como desde otro mundo
Recién lo pienso tendría que analizar
mi empeño en llamarle la atención,
en la escritura, tal vez le deba eso
Yo escribía fechas en el techo de mi cama
mensajes cifrados, deben seguir ahí
no sé porque hace años desmontaron la cucheta
ahora son dos camitas
para huéspedes es decir: nosotras
siempre a destiempo, una vez, en el río,
ella leía dentro del auto con las puertas abiertas
estaba tan concentrada que no vio
las abejas o avispas que iban
subiéndosele encima, ella era así
como salida de un cuento hermosa igual el río
o así lo invento
el agua marrón, los dedos de los pies
doliéndose en las piedras yo no pescaba
ni leía, no sé qué haría además de
tirar cascotes más o menos lejos
molestar a los pescadores con el movimiento
del agua, supongo que mirar
a mi papá pinchar una lombriz en el anzuelo
arremangarse los pantalones la camisa
morirse los pescados en la tierra
tan triste se sacuden desquiciados
Volvíamos al atardecer, peleábamos
por el sitio en la ventanilla
Tampoco logro identificar
minucias del camino o el sol
metiéndose detrás de las sierras
es que no miraba el cielo sino el suelo
el polvo levantándose las rayas
de la ruta, los naranjos idénticos
encastrados en un paisaje pienso hoy inverosímil
donde puede haber un hombre
solo, en la cima de la montaña
viendo pasar un peugeot 504 amarillo
lleno de niños y barro y cañas que asoman
por los costados ¿quién
podría asegurar esto o lo contrario?
un auto
cruza y machaca el paisaje quieto
de un pastor de cabras
o un pastor de cabras
en armonía total con el paisaje móvil
de una nena de diez, once años.

 


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