Marcelo Rizzi

Los saberes esenciales*

 

No se encontrarán aquí con grandes novedades. Una foto observada como quien observa la infancia, sitios ordinarios donde no se habla de cosas primordiales. Dos en compañía pero con los ojos de uno solo, esa raza de adivinos que es amiga del dinero. Apenas un túmulo erigido con tierras de dudosas patrias, un cadáver animado cruzando rápido la plaza.

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Nada se entiende de la máscara cómica si se la porta del revés. El péndulo no ha variado en siglos su perfecto trayecto de hemiciclos. Un niño ha arrebatado nuevamente a otro niño el juguete más preciado, y se han quedado solos en la habitación, sordos por la explosión, instantáneos de repente como seres sin pasado. Puede suceder que pernoctando en la morada de la palabra perdida se asista a una especie de caza menor: la que obtiene su presa en mitad de la noche, y la libera sin alas con las primeras horas del día.

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Cualquier lugar es siempre hacia donde se viaja, excepto en aquellas ocasiones en que uno no puede bajarse de la hamaca – desde donde observa la mendacidad del mundo, respira del polvo matinal su versión más profana. Lúcida experiencia de seguir avanzando de sentado y retrocediendo en el tiempo. Beatitud extrema del pájaro y del santo, disolución perfecta de la nube en la mañana.

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Llega el momento en que debemos separarnos de nuestra propia verdad de leyenda. Puede ser de noche, de improviso, cuando ante el sonido de una rápida brisa que pasa, sentimos, no se sabe por qué, que un dios nos abandona y otro, hirsuto, se instala en nuestro lugar. O acaso somos nosotros los que le damos a eso licencia, en la hora lucidísima, extrema, cuando –extraviados– sabíamos que salvación había pero que no queríamos ser salvados.

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Nada sabemos del acontecimiento que está cumpliéndose a nuestro alrededor. Si nuestra ausencia conviene al conjunto de los hechos que vendrán, si para otros será final o apenas recomienzo. Desconocer ciertos asuntos es otra forma de conocer o recordar, dice el maestro – conjeturas junto al fuego: si esos animales que pastan con nosotros responderán con un simple chasquido de los dedos, si ellos también algún día tendrán sed de estrellas o hambre de comunidad, si jugarán con monedas pequeñas o esferillas de vidrio para mantener los músculos en acciónn, la boca cerrada, la cabeza en su lugar.

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Como quien ve la noche por primera vez y considera a todos los hombres adversarios y hermanos. O como el pájaro que revolotea buscando posarse en errónea precisión del intento. Construyan ustedes el mortero donde triturar los granos, revivan ahora la sorpresa en la rotura del dique – semejante origen no requiere más pruebas.

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Reconocer en el viento que une la acequia con los prados un punto singular y de partida; verificar en los ejercicios físicos la única justificación de los pecados. Dejar a los artistas lo que la industria no puede al prolongar la duración del artificio: que todo se ha vuelto su propio principio, la carne otra fabulación, crueldad lo contemplado.

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Enumera tus propósitos, da a entender de forma amena tus proyectos, limpia la sabia del envés de la hoja. No es infrecuente que el mito dé razones que más tarde al mismo lo superan: no es la veracidad del tema a discernir lo que hace posible el choque de planetas, el romper de la ola, el viento que azota las cabezas. Busca entonces en el desorden de las horas lo que está siempre a punto de escribirse sobre la mesa de nogal: fruta redonda que se ha vuelto su propia linterna, su imposible esfera.

 

* Nota del autor.

¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical,
sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera
adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones
de la ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?
Charles Baudelaire, El spleen de París.

Hace algunos años el poeta Héctor A. Piccoli lanzó a la discusión lo que él consideraba la excesiva “prosificación de la poesía”. Más allá de la búsqueda de abrir un horizonte polémico ante la profusión exagerada (verificable, por cierto, a partir de los 90 en adelante, al menos en la poesía que se escribe y publica en Argentina), dejó en mí la sensación de que estábamos ante un nuevo fenómeno de la lírica que debíamos indagar como poetas, en especial para dar a entender que esa nueva actitud no era una regresión en términos del juego siempre insensato de dar cuenta del mundo, sino una posibilidad más de mostrar belleza en eso que, la más de las veces inadvertido, acontece para quienes tomamos -como un ejercicio diario y a través de la escritura- la detección de esos mismos elusivos fenómenos del ser y el aparecer de las cosas.
La selección de poemas en prosa que están reunidos bajo el título “Los saberes esenciales”, que tan gentilmente Op.Cit. me permite dar a conocer, y que este año serán publicados en formato libro, expresan algo de esa búsqueda que quise poner en práctica. Ninguno de ellos agotó, entiendo, la premisa que le di al asunto -la completud de la misma (si es que algo así existe) es quizá ya tarea del lector.

 


Marcelo Rizzi (Rosario, 1961)

Estudió Historia y Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario. Es poeta, traductor, diseñador gráfico y gestor cultural. Ha sido traducido al inglés y al italiano. Tiene publicados poemas en Diario de Poesía, Hablar de Poesía y también en revistas de España, Inglaterra, Chile y México. Recibió el Segundo Premio del Concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, en 2007.

Poesía

La destrucción (libro digital, epub), poesíaargentina.com, 2014
La isla de los perros, Córdoba, Alción, 2009
Casa incompleta, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2007
Sinopie, Mar del Plata, Melusina, 2003
El comienzo oblicuo de todo desorden, Barcelona, Debolsillo, 2001

Links

Poemas. En Festival Internacional de Poesía de Rosario / Descontexto
Audios. En Sonidos de Rosario, poemas