Laetitia. Laura Haimovichi-Julio Lavallén

Laetitia. Crónica de un desnudo, de Laura Haimovichi y Julio Lavallén, 2016. Oleos: Julio Lavallén. Fotografías: Hugo Battistessa

 

Acción de deseo

Desear significa echar en falta una estrella. Es, ante todo,
el sentimiento de dorada ausencia. Su búsqueda.

Acaso el vacío, el hambre. O la sed. De absolutos.

Resistimos. A la muerte.

Estamos a la intemperie frente a nuestras potencias.
La presencia de los otros nos provoca y nos da placer.

Nos pretendemos artistas. ¿Por el deseo? ¿Por la necesidad?

Es bello y básico. Sentimos la alegría de inventar. No somos
ingenuos: no hay formas de mirar. El ejercicio está
condicionado.

Por el imaginario histórico y colectivo.

 

 

Fugacidad

 

Más que de bailarina, la delicadeza de Laetitia es de equilibrista. Se tuerce. Retuerce. Transita, se enreda. Trepa y contorsiona. Y se relaja, derrama. A respiración suelta, se recuesta sobre la tarima.

 

La cadencia de la serpiente, que nada perturba.

O la niña, columpiándose, en su juego.

 

Lavallén-lienzos: volúmenes con suavidad, sombras y pliegues. El cuerpo transmutado. Clítoris, ojo que mira. Figura total, pez o dragón.

 

La belleza es provisoria. Fugitiva de las matemáticas.

 

Una parodia en yeso y madera de Victoria de Samotracia, la helénica, está en el balcón de la antecocina. Le da a la escultura la versión opuesta de Laetitia. La obra es, naturalmente, de Lavallén. Está inspirada en Claudia Nebbia, una modelo barroca con la que trabajó durante diecisiete años.

 

Laetitia lleva un perfil con vientre descarnado, cercano al longíneo. En ella prima la escasez de grasa, figura de la actual mannequin.

 

                El óleo se desliza sobre la tela. Envuelve el gesto

la línea se libera del referente que le da motivo

la forma y el color, arbitrarios.

 

De las pinceladas surgen dedos con particularidades y diferencias en yemas y ondulaciones. El texto cuando sucede, escribe; el pincel penetra: la modelo es cóncava y convexa.

 

En la fugacidad, los movimientos iluminan la atmósfera que los cuatro testigos capturan.

 

Hasta arañar la medianoche.

 


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