Wallace Stevens. Un anochecer cualquiera en New Haven. Versión de Darío Rojo y Jorge Salvetti

t_w_stevens3En 1950 el señor Stevens, con domicilio en la ciudad de Hartford, situada a 60 kilómetros de New Haven, incluyó  “An Ordinary Evening in New Haven” en The Auroras of Autumn, publicado por Alfred A. Knopf, la misma casa editorial que 27 años antes editara su primer libro. El poema elabora, como suele suceder, lo que el título anticipa: una hora particular del día en una pequeña ciudad costera. Sin embargo, más allá de otras posibles causas de deleite, hay un detalle que imprime singularidad y algo de gracia a las palabras que aquí se presentan: me refiero al hecho de que en este texto es más fuerte la simulación de ir en una sola dirección, que la realidad de ir en una sola dirección, lo que produce que, aunque simule y vaya, el poema no va en una misma dirección. Y, se sabe, cuando un poema no va en una única dirección, cuando hace calor en invierno y frío en verano, todo cambia: los conejos vuelven a sus madrigueras, el cartero se extravía y los cagatintas desfallecen. Esta situación aniquila la voluntad manifiesta produciendo innumerables puntos de fuga en el desarrollo del pensamiento,  para volver intercambiables las zonas de máxima fijeza con las zonas más volátiles. Lo que retiene este poema al expandirse no es lo mismo que desprende; así, con distintas valencias que se van combinando, diferenciando, confundiendo y separando, estas palabras avanzan en el tiempo, vuelven a donde alguna vez quisieron estar, y en un solo verso se alejan del conjunto al punto de lograr su absoluta autonomía. La afirmación alcanza el mismo estatuto que la pregunta y ambas se vuelven portátiles, por eso se las puede ver tanto en el trípode del teodolito, como en la mano torpe del abriboca. Aquí hay una médula lírica que por momentos parece tropezarse con sí misma, y es posible que lo haga, pero también es cierto que ese fluir interrumpido permite indirectamente atenuar la opulencia de lo versátil, logrando que la multiplicidad de procedimientos sea vista con la naturalidad de la expresión. Una ciudad que se va cubriendo de ecos provenientes de distintas capas de la realidad acompañada por el pensamiento sobreexpuesto a elementos inesperados. Una constante multiplicación del sentido en la discontinua mecánica de la respiración. Un poema de Wallace Stevens.

Darío Rojo

 

Un anochecer cualquiera en New Haven

I

La versión simple del ojo es algo aparte,
La vulgata de la experiencia. Sobre esto
Pocas palabras, un y sin embargo, y sin embargo.

Como parte de la meditación interminable,
Parte de la pregunta que en sí misma es un gigante:
De qué está hecha esta casa si no de sol,

Estas casas, estos objetos difíciles, dilapidan
Apariencias de qué apariencias,
Palabras, líneas, no significados, no comunicación,

En definitiva, cosas oscuras sin un doble,
A menos que un segundo gigante mate al primero.
Un imaginar reciente de la realidad,

Muy parecido a una nueva réplica del sol,
Torrencial, surgente e inevitable,
Un poema mayor para una mayor audiencia,

Como si las crudas fetas se unieran en una sola,
Una forma mitológica, una esfera festiva,
Un gran seno, barba y ser, tan viejo y vivo.

 

II

Supongamos que estas casas estuvieran hechas
De nosotros y formaran parte de una ciudad intangible,
Llena de timbres intangibles, transparencias de sonido,

Sonando en transparentes moradas del ser,
Intangibles residencias que parecerían moverse
En el movimiento de los colores de la mente,

El fluir de un fuego lejano y campanas de conos difusos
Uniéndose en un sentido que nos mantiene en equilibrio,
Sin que importe el tiempo o donde estamos;

En la perpetua referencia, objeto
De la perpetua meditación, punto
Del amor perdurable y visionario,

Oscuros ya sea en los colores del sol o de la mente,
Inciertos en las campanas más claras,
Las palabras del espíritu, lo indefinido,

Confusas iluminaciones y sonoridades,
Tan nosotros mismos que no podemos distinguir
Entre la idea y el ser portador de la idea.

 

III

El punto de la visión y el deseo son lo mismo.
Es al héroe de la medianoche a quien rezamos
En una colina de piedras para volverla beau mont.

Si es la miseria la que enfurece a nuestro amor,
Si la oscuridad de la noche brilla sobre beau mont, entonces,
Antiquísimo santo encendido por la antiquísima verdad

Di que junto a la santidad está la voluntad de alcanzarla,
Y junto al amor está el deseo del amor,
El deseo de su paz celestial en el corazón,

El más seguro, el que nada puede frustrar,
A diferencia del amor en posesión de lo que debía
Ser poseído y lo es. Pero este no puede

Poseer. Es deseo, profundamente arraigado en el ojo,
Detrás de toda visión real, en la escena real,
En la calle, en un cuarto, en una alfombra o una pared,

Siempre en un vacío que querría llenarse,
En una negación que no puede contener su sangre,
Una porcelana, todavía cual arcilla sin moldear.

 

IV

La simpleza de las cosas simples es salvajismo:
Tal la última simpleza de un hombre que luchó
Contra la ilusión, y fue, en un rechinar de dientes rugientes

Y caídas por la noche, apagado por los obesos
Opiáceos del dormir. Los hombres simples en ciudades simples
Son imprecisos en el apaciguamiento que necesitan.

Solo saben que un alivio salvaje grita
Con una voz salvaje; y en ese grito se oyen
A sí mismos transportados, enmudecidos y reconfortados

En una armonía salvaje, sutil y simple,
Un combinarse y aparearse de acordes sorprendidos,
Una respuesta dada frente a un adivino.

Así, la lasciva primavera surge de la castidad del invierno.
Así, después del verano, en el aire del otoño
Viene el frío volumen de fantasmas olvidados,

Pero en calma, con instrumentos agradables,
Para que este frío, un cuento infantil de hielo,
Parezca el brillo de un calor idealizado.

 

V

Romance inevitable, elección inevitable
De los sueños, desilusión como la última ilusión,
La realidad como una cosa vista por la mente,

No lo que es, sino lo que se capta,
Un espejo, un lago de reflejos en un cuarto,
Un océano cristalino que se extiende en la puerta,

Una gran ciudad colgando en una lámpara,
Una enorme nación feliz en su estilo,
Todo tan irreal como puede ser lo real

En los ojos burdos. ¿Por qué entonces preguntar
Quién ha dividido el mundo, qué empresario?
Ningún hombre. El ser, la crisálida de todos los hombres

Se dividió en el ocio del día azul y más,
En ramificaciones posteriores al día. Una parte
Se aferró tenazmente a la tierra común

Y otra buscó, desde la tierra central al cielo central
Y en las extensiones mentales iluminadas
Por la luna, la mayor majestad que pudo encontrar.

 

VI

La realidad es el principio no el fin,
Alfa desnuda, no la hierofante Omega
De densas investiduras, con luminosos vasallos.

Es la A infantil sobre sus piernas infantiles,
No la retorcida, encorvada, erudita Z,
Que siempre se arrodilla sobre el borde del espacio

En las pálidas percepciones de sus distancias.
Alfa teme a los hombres, a los hombres de Omega
O a sus prolongaciones de lo humano.

Estos personajes nos rodean en la escena.
Para uno es suficiente; para el otro no;
Para ninguno de ellos es profunda absentia,

Ya que ambos por igual se nombran a sí mismos
Los selectos custodios de la gloria de la escena,
Los inmaculados intérpretes de la vida.

Pero esa es la diferencia: en el fin
Y en el camino al fin. Alfa continua empezando.
Omega se refresca en todo final.

 

VII

En presencia de esas capillas y esas escuelas
Los empobrecidos arquitectos parecen
Mucho más ricos, más fecundos, deportivos y vivos.

Los objetos vibran y el espectador se mueve
Con los objetos. Pero el espectador también se mueve
Con cosas menores, con cosas exteriorizadas

Por rígidos realistas. Como si en una comedia
Los hombres transformándose en cosas
Se dispusiesen, vestidos con símbolos grotescos, a mostrar

La verdad sobre ellos mismos, habiendo perdido
Como cosas, ese poder que tenían de ocultar
Como hombres, no solo en cuanto a la profundidad,

Sino también a la altura, no solo en cuanto al lugar común,
Sino, también, en cuanto a sus concepciones milagrosas
De nuevas mañanas de nuevos mundos:

Alaridos de un gallo pálidamente rosados,
Como aquello que fue increíble se vuelve,
En brumosos contornos, de nuevo un día creíble.

 

VIII

En un anhelo constante nos arrojamos sobre esta forma.
Bajamos a la calle e inhalamos una salud del aire
Hasta nuestros vacíos sepulcrales. El amor de lo real

Se suaviza en las fragancias de tres, cuatro esquinas
Provenientes de hojas de cinco, seis puntas, verde la señal
Para el amante y azul como de un lugar secreto

En el anónimo color del universo.
Nuestra respiración es como un elemento desesperado
Que debemos calmar, el origen de una lengua materna

Con la cual hablarle, a ella, la idónea
En medio de la extranjeridad, la sílaba del reconocimiento,
De la confesión, del grito apasionado,

El grito que contiene su contrario en sí mismo,
En el que miradas y sentimientos se mezclan y se integran
Como una rápida respuesta modifica una pregunta

No del todo dicha en una conversación entre
Dos cuerpos incorpóreos en su charla, demasiado
Frágiles, demasiado inmediatos para cualquier decir.

 

IX

Seguimos volviendo y volviendo
A lo real: al hotel en vez de a los himnos
Que el viento arroja sobre él. Buscamos

El poema de la realidad pura, intacto
De tropos o desviación, directo a la palabra,
Directo al objeto penetrante, al objeto

En el punto más exacto en el cual es él mismo,
Penetrante sólo por ser lo que es: una visión
De New Haven, digamos, a través del ojo certero,

El ojo libre de incertidumbre, con la visión
Simple, sin reflexión. No buscamos
Nada más allá de la realidad. Dentro de ella,

Está la totalidad, incluida la alquimística
Del espíritu, incluido el espíritu que la recorre
Y atraviesa, no sólo lo visible,

Lo sólido, también lo móvil, el momento,
La llegada de las festividades y los hábitos de los santos,
El esquema de los cielos y el elevado aire nocturno.

 

X

Allá en la luna es fatal y vacío,
Pero acá, allons. La belleza
Enigmática de cada bello enigma

Se acumula en un objeto doble y total.
No sabemos qué es real y qué no lo es.
Decimos que la luna está habitada por el fantasma

Del hombre de bronce, quien decidió, y por eso murió.
Nosotros no somos hombres de bronce y no estamos muertos.
Su espíritu está encarcelado en el cambio constante.

Pero el nuestro no está encarcelado. Reside
En una permanencia hecha de impermanencia,
En una lealtad en contraste con la luz lunar,

De modo que la mañana y la noche son como promesas
Cumplidas, de modo que la cercanía del sol y su llegada,
Su fiesta nocturna y su posterior festividad,

Esta lealtad de la realidad, este modo,
Este cuidado y su venerable contención,
Alegran las alucinaciones de la superficie.

 

XI

En las calles metafísicas de la ciudad física
Recordamos al león de Judea y rescatamos
La frase… Di de cada león del espíritu:

Es un felino de satinada transparencia
Que brilla sólo con un brillo nocturno.
El gran felino debe alzarse potente al sol.

La frase se debilita. El hecho absorbe la fuerza
De la frase. Crea las mismas evocaciones.
Y Judea se vuelve New Haven o al menos debería.

En las calles metafísicas, las formas más profundas
Van con el caminante que sutilmente las transita,
Formas que destruye con ráfagas de despertar,

Libres de su majestuosidad pero con necesidad
De majestuosidad y de un núcleo invencible:
Un mínimo de actividad en la mente,

La verdad de los hombres más veraces,
La propuesta de cuatro estaciones y doce meses.
El brillo en el centro de la tierra.

 

XII

El poema es el grito de su ocasión,
Parte de la cosa en sí y no su comentario.
El poeta dice el poema tal cual es,

No como fue: parte de la reverberación de una noche
Ventosa, tal cual es, cuando las estatuas de mármol
Son como diarios llevados por el viento. Lo dice

Con la vista y la intuición tal cual son. No hay
Mañana para él. El viento habrá pasado,
Las estatuas habrán vuelto a ser estatuas.

Lo móvil y lo inmóvil, titilando
En la zona entre lo que es y lo que fue, son hojas,
Hojas bruñidas en otoñales árboles bruñidos

Y hojas en los remolinos de las cloacas, girando
Hasta desaparecer, como la presencia del pensamiento,
Como las presencias de los pensamientos, como si

Al final, en toda la psicología, el ser,
La ciudad, el clima, unidos en un desecho fortuito
Dijesen: las palabras del mundo son la vida del mundo.

 

XIII

En su paseo el efebo es solitario.
Elude el periodismo de los temas, busca
Los privilegios de la santidad,

En un barrio débil disfruta de una mente fuerte
Y sin seriedad es un hombre serio,
Inactivo en lo que hace a su singularidad.

En el atardecer no es ni sacerdote ni guardián,
Bajo los pájaros, entre los búhos peligrosos,
En la gran X del recurrente primitivo.

Es una frescura espiritual lo que él define, un frío
En un calor largo y demasiado constante, una cosa
Al costado de una casa, no en lo profundo de una nube,

Una dificultad que predicamos:
La dificultad de lo visible
Para las naciones de la invisible claridad,

El paisaje actual con sus actuales cuernos
De panadero y carnicero soplando, como para oír,
Oír fuerte, alcanza una integridad esencial.

 

XIV

El seco eucaliptus busca a dios en las nubes grises.
El profesor Eucaliptus de New Haven lo busca
En New Haven con ojos que no miran

Más allá del objeto. Está sentado en su cuarto, junto
A la ventana, cerca de la destartalada canaleta en la que
La lluvia cae con un destartalado sonido. Sin mucha

Opción busca a dios en el objeto mismo.
Es la elección de un amplio adjetivo
Para lo que ve; es que todo se reduce a eso:

La descripción que lo vuelva divinidad, todavía lenguaje
Cuando toca el punto de reverberación; no
La cruda realidad, sino la realidad vista crudamente

Y hablada en una nueva lengua paradisíaca
Y en cualquier caso, jamás cruda, con la crudeza humana
Que es parte de la indiferencia del ojo

Indiferente a lo que ve. El repiqueteo
De la lluvia en la canaleta no es un sustituto.
Es parte de la esencia aún no percibida bien.

 

XV

Se preserva de la lluvia adversa por un instinto
De tierra árida, el ser de su ser,
A la que se llega en alas que en profundidad excavan.

El instinto para lo celestial tenía su contraparte:
El instinto para lo terrenal, para New Haven, para su cuarto,
El alegre tornamundo como de un único mundo en el que él es,

Y el parecer y el ser son lo mismo.
Para su contraparte, una suerte de contrapunto
Fatigaba el charco de barro de las canaletas.

La lluvia seguía cayendo ruidosamente en los árboles
Y en la tierra. La oscuridad invernal que pendía
En primavera,* la sombra de una roca desnuda,

Se vuelve la roca del otoño, reluciente,
Fuente ponderable de cada imponderable,
El peso que levantamos con el dedo de un sueño,

La pesadez que aligeramos con la ligera voluntad,
Con la mano del deseo, tenue, sensible, el suave
Contacto y la perturbación del contacto de la mano real.

 

XVI

Entre las imágenes del tiempo no hay ninguna
De este presente, la venerable máscara sobre
La dilapidación de las dilapidaciones.

El día más antiguo y más nuevo sólo es el más nuevo.
La noche más antigua y más reciente no pasa,
Con faroles, crujiendo como una antigüedad celestial.

Silenciosamente alza su sueño juvenil desde el mar
El de Oklahoma el azul italiano
Mas allá del horizonte con su masculinidad,

Con sus ojos cerrados, en una joven palabrería de labios.
Y sin embargo el viento gime senilmente de vejez
En la noche occidental. La venerable máscara,

En esta perfección, ocasionalmente habla
Y se oye algo de la pobreza de la muerte.
Este debería ser el rostro más conmovedor de la tragedia.

Es una rama en la luz eléctrica
Y exhalaciones en los aleros, tan poco
Para indicar la ausencia total de hojas.

 

XVII

El color es casi el color de la comedia
Pero no por completo. Llega al punto y en el punto
Falla. En el centro la fuerza es seria.

Quizás en vez de fallar rechaza
Como una fuerza seria rechaza la indolencia.
Un vacío subyace las pruebas del dispositivo,

El vacío dominante, el inaccesible.
Este es el espejo de la alta seriedad: Azul verdeado
Hasta convertirse en el altivo símbolo de un damasco,

Soltura dorada, liviandad, fluctuación de la hebra,
El lustre de cintas y las luces de piedras comunes,
Como rayos benditos surgidos de un arbusto bendito

O las devastadas figuraciones de los páramos
De la noche, del tiempo y de la imaginación,
Preservadas y observadas en un manto de rayos.

Estas frases intermitentes son, también, de la tragedia:
Pues la reflexión seria no está compuesta
Ni de lo cómico, ni de lo trágico, sino del lugar común.

 

XVIII

Es la ventana la que hace difícil
Decir adiós al pasado y vivir y estar
En el presente estado de las cosas, como pintar

En el presente estado de la pintura y no en el
De hace treinta años. Es Mirar
Por la ventana, caminar por la calle y ver,

Como si los ojos fueran el presente o parte de él,
Como si los oídos oyesen cualquier sonido que sobresalta,
Como si la vida y la muerte siempre fueran físicas.

La vida y la muerte de este carpintero dependen
De una fucsia en una lata, de iridiscencias
De pétalos que nunca se manifestarán,

Cosas aún no verdaderas que percibe a través de la verdad,
O cree percibirlas, como percibe el presente,
O cree percibirlo, las iridiscencias de madera

De un carpintero, el modelo para aprendices astrales,
Una ciudad que se abre como una caja de herramientas,
El excéntrico exterior del que hablan los relojes.

 

XIX

En la mente la luna se elevó y en ella,
De noche, todo adquirió su aspecto radiante,
Postrado bajo la singularidad de su voluntad.

Lo que era verde público se volvió gris privado.
En otra época el aspecto radiante provenía
De una fuente diferente. Pero siempre hubo uno:

Un siglo en el que todo era parte
De aquel siglo y de su aspecto, un personaje,
Un hombre que era el eje de su tiempo,

Una imagen que engendraba sus puerilidades,
Imaginarios polos cuya inteligencia
Vertía sobre el caos sus cortesías.

¿Cuál es el aspecto radiante de este lugar,
Esta colonia presente de una colonia
De colonias, un sentido en el sentido cambiante

De las cosas? Una figura cual Eclesiasta,
Tosca y luminosa, canta en la oscuridad
Un texto que es una respuesta, aunque oscura.

 

XX

Las transcripciones imaginativas hoy parecían nubes,
E imposibles de distinguir las transcripciones
Del sentimiento. La ciudad era un residuo,

Un neutro que derrama formas en un absoluto.
Aunque sus transcripciones de cuando estaba azul permanecen;
Y las formas que tomó en el sentimiento, las personas

En la que se volvió, los anónimos personajes fugaces;
Estos actores todavía caminan en un crepúsculo murmurando frases.
Puede ser que en el aire se mezclen nubes y hombres,

O en las calles, o en torno a los rincones de un hombre
Que está sentado pensando en los rincones de un cuarto.
En esta habitación la esfera pura escapa de lo impuro

Porque el pensador mismo escapa. Y sin embargo
Haber evadido nubes y hombres lo vuelve
Un ser desnudo con una voluntad desnuda

Y todo por hacer. Puede evadir
Incluso su propia voluntad y en su desnudez
Habitar la hipnosis de esa esfera.

 

XXI

Pero no puede. No puede evadir su voluntad,
Ni la voluntad de otros hombres; y no puede evadir
La voluntad de la necesidad, la voluntad de las voluntades.

Romanza de la isla del pastor negro,
Como el sonido constante del agua del mar
En el oído del pastor y sus formas negras,

De la isla, pero no de cualquier isla.
Cerca de los sentidos hay otra isla
En la que los sentidos dan y nada toman,

El opuesto de Citera, un aislamiento
En el centro, el objeto de la voluntad, este lugar,
Las cosas en torno; la romanza alternativa

De las superficies, las ventanas, las paredes,
Los ladrillos resquebrajándose en la pobreza del tiempo,
Lo claro. Un modo celestial impera

Aunque sea en las ramas que se agitan en la lluvia:
Las dos romanzas, la distante y la cercana,
Son una única voz en el ulular del viento.

 

XXII

El profesor Eucaliptus dijo: “La búsqueda
De la realidad es tan importante como
La búsqueda de dios.” Es la búsqueda del filósofo

De un interior vuelto exterior y la búsqueda
Del poeta de ese mismo exterior vuelto
Interior: cosas inanimadas respirando absortas

Las inhalaciones del frío original y del principio
Original. Sin embargo, la sensación de frío
Y de principio es una sensación cotidiana,

No el predicado del origen resplandeciente.
La creación no se renueva con imágenes
De vagabundos solitarios. Recrear, usar

El frío, y el principio y el origen resplandeciente
Es buscar. Lo mismo que decir de la estrella vespertina,
La luz más antigua en el cielo más antiguo,

Que es totalmente una luz interior, que brilla
Desde el seno somnoliento de lo real, recrea,
Busca un posible para su posibilidad.

 

XXIII

El sol es la mitad del mundo, la mitad de todo,
La mitad incorpórea. Siempre está presente
Esta mitad incorpórea, esta iluminación, esta elevación,

Este futuro o, digamos, los colores rezagados de ese pasado,
El verde desgastado, la mujer de casimir negro.
Si, entonces, New Haven es medio sol, lo que queda

Al anochecer, cuando oscurece, es la otra mitad
Iluminada por el espacio, inmensa sobre los que duermen
Del único futuro de la noche, el único sueño,

Como de un sonido largo e inevitable,
Una especie de sonido engañoso y persuasivo,
Y lo bueno de acunarse en un sonido materno

Sin ser perturbado por los distintos seres del día,
Siendo parte de un todo unificado.
En esta identidad todavía siguen ocurriendo

Desencarnaciones. Lo que es dubitativamente
Deseo prolonga sus aventuras para crear
Formas de adiós, furtivas entre helechos verdes.

 

XXIV

Los consuelos del espacio son cosas sin nombre.
Fue después de la neurosis del invierno.
Fue en el genio del verano que hicieron estallar

La estatua de Júpiter entre nubes atronadoras.
Llevó todo el día acallar el cielo y luego
Volver a rellenar su vacío; de modo que al filo

De la tarde, no después, antes que hubiese ocurrido
El pensamiento de la noche o el sonido
Del Incomincia se hubiese posado se hizo un claro,

Una disposición para las primeras campanas,
Una apertura para el desborde, la mano se alzó:
Hubo una predisposición en formación,

Un saber de que se había propuesto una certeza,
La que, sin la estatua, sería nueva,
Un escape de la repetición, un acontecimiento

En el espacio y en el ser, que los tocó a ambos a la vez
Y del mismo modo, un punto del cielo o de la tierra
O de una ciudad posada donde cae el horizonte.

 

XXV

La vida fijó en él sus ojos atentos, mientras
Deambulaba por la escalera de cristal. Y al pararse
En su balcón, sondeando las distancias,

Hubo miradas que lo captaron desde el vacío.
C’est toujours la vie qui me regarde…  Era esto siempre
Lo que lo observaba buscando un pensamiento infiel.

Esto se sentaba junto a su cama, con su guitarra,
Para impedirle olvidar, sin una palabra,
Revelando con una o dos notas quién era.

Nada de él permaneció siempre igual,
Excepto este hidalgo, su mirada y melodía,
El chal sobre un hombro y el sombrero.

El lugar común se transformó en blasones desalineados.
Lo que era real se convirtió en algo de lo más irreal,
Despojado árbol mendigo, inclinado hacia un rojo frutado

En instantes aislados. Los aislamientos
Eran falsos. El hidalgo era permanente, abstracto,
Un incubar que miraba y pedía una mirada en respuesta.

 

XXVI

Que fácilmente caían los manchones púrpuras
En la vereda, púrpuras y azules, rojos y dorados,
Floreciendo, irradiando y emitiendo colores.

Más allá, los cabos, a lo largo del Estrecho de la tarde
Se quitaban su marino oscuro en luz de lapislázuli.
El mar se estremecía en un cambio trascendente, se alzaba

En forma de lluvia y bramando, brillando, soplando, barría
La acuosidad del verde líquido del cielo.
Las montañas aparecían con mayor elocuencia

Que la de sus nubes. Estos lineamientos eran la tierra,
Vista como amada, de amorosa fama
Incrementada e incrementada por un afamado corazón…

Pero aquí, la amada, sin distancia
Y por eso perdida, y desnuda o en harapos,
Encogida en la pobreza de estar cerca,

Toca, como una mano toca a otra mano,
O como una voz que, hablando sin forma,
Raspando el oído, susurra un reposo humano.

 

XXVII

Un erudito, en sus Segmenta, dejó una nota
Que dice, “El soberano de la Realidad,
Si es más irreal que New Haven, no es

Un verdadero soberano, sino que gobierna lo irreal.”
Además, estaban estos borradores de él:
“Es el consorte de la Reina de los Hechos.

El amanecer es el dobladillo de su atuendo,
El atardecer el de ella. Es el teórico de la vida,
No de la muerte, la excelencia total de su libro total.”

Y también, “La sibilancia de las frases es suya
O parcialmente suya. Su voz es audible,
Como lo es la alusión en la música.” Y también,

“Este hombre, siendo él mismo, deroga
Lo que no es nosotros: los emblemas,
Los atributos, el penacho y el yelmo oh.”

Y también, “Lo ha resuelto, lo resuelve,
Tal como él fue, y como es, y con la Reina
De los Hechos se solaza junto al mar.”

 

XXVIII

Y si fuera verdad que la realidad existe
En la mente: el pedazo de pan en el plato de lata,
El cuchillo de hoja larga, un poco para beber

Y su misericordia, entonces, lo real
Y lo irreal son dos cosas en una; New Haven
Antes y después que uno llega o, digamos,

Bergamo en una postal, Roma al anochecer,
Suecia descripta, Salzburgo con ojos pintados
O París en una charla de café.

Este poema que se elabora interminablemente
Despliega la teoría de la poesía,
Como la vida de la poesía. Un maestro

Más severo, más acosador, improvisaría
Una prueba más sutil e imperiosa de que la teoría
De la poesía es la teoría de la vida

Tal cual es, en las intrincadas evasiones del tal cual,
En cosas vistas y no vistas, creadas de la nada:
Los cielos, los infiernos, los mundos, las tierras anheladas.

 

XXIX

En la tierra de los limoneros, el amarillo y el amarillo eran
Azul amarillo, verde amarillo, acres de cítrica sabia,
Colgando resplandecientes, el ton y son de los sinsontes.

En la tierra de los olmos, marineros errantes
Contemplaban enormes mujeres, cuyas imágenes rubicundas
Coronaban todo en derredor la redonda corona del otoño.

Marcaban las erres, ahí, en la tierra de los limones.
En la tierra de los grandes marineros, las palabras que decían
Eran simples terrones marrones, yuyos pegadizos de charla.

Cuando los marineros llegaron a la tierra de los limoneros,
Finalmente, en aquella atmósfera rubia y broncínea,
Dijeron: “Una vez más volvemos a la tierra de los olmos,

Pero plegada y dada vuelta.” Era la misma, salvo
Por los adjetivos, la alteración de palabras
Que era un cambio de naturaleza mayor que la diferencia

Que crean las nubes sobre una ciudad. Los lugareños
Habían cambiado, y cada cosa constante. Sus palabras
de color oscuro habían vuelto a describir los limones.

 

XXX

La última hoja que va a caer ha caído. Los petirrojos
Están là-bas, las ardillas en los huecos de los árboles
Se acurrucan en el conocimiento de las ardillas.

El viento dispersó el silencio del verano.
Zumba más allá del horizonte o en la tierra: en el barro
De los estanques donde el cielo solía reflejarse.

La esterilidad que aparece es un dejar al desnudo.
No es parte de lo que está ausente, una pausa para adioses,
Un triste demorarse en pos de los recuerdos.

Es un aparecer y un surgir. Los pinos,
Que antes fueron abanicos y fragancias, emergen
Sólidamente fijados en ventosa lucha con las rocas.

El cristal del aire se vuelve un elemento;
Fue algo imaginado que fue barrido.
Una claridad ha vuelto. Se yergue restaurada.

No es una claridad vacía ni una visión sin fondo.
Es una visibilidad del pensamiento
En la que cientos de ojos, en una única mente, ven a la vez.

 

XXXI

Los significados menos legibles del sonido, los pequeños
Rojos apenas percibidos, las palabras más ligeras
En el pesado tambor del decir, los hombres interiores

Detrás de los escudos externos, las hojas de música
En los golpes del trueno, velas muertas en la ventana
Cuando llega el día, espumas de fuego en el vaivén del mar,

Maníacas miradas vueltas un manierismo mayor
Y la inquietud general desde los bustos de Constantino
A las fotografías del último presidente, el Sr. Blank,

Estas son las aproximaciones y acercamientos
A la forma final, las actividades febriles de las formulas
De la declaración, intentando directa e indirectamente alcanzarla,

Como un anochecer evocando el espectro del violeta,
Un filósofo practicando escalas en su piano,
Una mujer escribiendo una nota que luego despedaza.

No es en la premisa de que la realidad
Es un sólido. Tal vez sea una sombra que atraviesa
Un polvo, una fuerza que atraviesa una sombra.

 

* En castellano en el original.

 

Referencias a «An Ordinary Evening In New Haven» en la correspondencia de W.S.

A Bernard Heringman – 3 de mayo de 1949
(…) Ahora estoy trabajando en algo que se llama “An Ordinary Evening In New Haven”. Es confidencial y no quiero que se hable del tema. Pero mi interés en este trabajo es acércame a lo corriente, al lugar común y a lo feo tanto como sea posible para un poeta. No se trata de una realidad sombría, sino de la realidad simple y llana. El objetivo es por supuesto vaciarme de cualquier falsedad. Vengo trabajando en esto desde el principio de marzo e intento seguir estudiando el tema y trabajando en él hasta que pueda agotarlo por completo. Esto no implica de ningún modo apartarme de las ideas de “Credence of Summer”: es un desarrollo de esas ideas. Este tipo de trabajo podría en última instancia conducir a otra fase de lo que usted llama una secuencia estacional, pero en verdad no tendría nada que ver con el clima: tendría que ver con la deriva de las propias ideas. (…)

A Herbert Weinstock de la editorial Alfred A. Knoph − 27 de enero de 1950
Sobre el término «Tournamonde» (XV, sexto verso): “(…) Tournamonde es un neologismo. Para mi crea la imagen de un mundo en que las cosas giran y la palabra es, por consiguiente, apropiado para la frase is and as. Curiosamente, esta palabra, a la que preste considerable atención cuando la utilice, surgió, en mi mente, con la palabra mappemonde. Luego llegue a tournemonde, que sería un neologismo francés y luego la cambie arbitrariamente por tournamonde. Creo que la palabra se justifica en el sentido de expresar un significado inmediato, aunque un tanto vago. Mallarme decía que la poesía estaba hecha de palabras. De todos modos si encuentra esta palabra realmente ofensiva, podría cambiarla sin ningún inconveniente. Solo puedo decir que preferia conservarla. (…)”.

A Charles Tomlinson − 19 de junio de 1951
(…) Este poema más largo [que Credence of Summer] puede parecer difuso y casual. (…)

***

 

An ordinary evening in New Haven

The eye’s plain version is a thing apart,
The vulgate of experience. Of this,
A few words, an and yet, and yet, and yet

As part of the never-ending meditation,
Part of the question that is a giant himself:
Of what is this house composed if not of the sun,

These houses, these difficult objects, dilapidate
Appearances of what appearances,
Words, lines, not meanings, not communications,

Dark things without a double, after all,
Unless a second giant kills the first
A recent imagining of reality,

Much like a new resemblance of the sun,
Down-pouring, up-springing and inevitable,
A larger poem for a larger audience,

As if the crude collops came together as one,
A mythological form, a festival sphere,
A great bosom, beard and being, alive with age.

II

Suppose these houses are composed of ourselves,
So that they become an impalpable town, full of
Impalpable bells, transparencies of sound,

Sounding in transparent dwellings of the self,
Impalpable habitations that seem to move
In the movement of the colors of the mind,

The far-fire flowing and the dim-coned bells
Coming together in a sense in which we are poised,
Without regard to time or where we are,

In the perpetual reference, object
Of the perpetual meditation, point
Of the enduring, visionary love,

Obscure, in colors whether of the sun
Or mind, uncertain in the clearest bells,
The spirit’s speeches, the indefinite,

Confused illuminations and sonorities,
So much ourselves, we cannot tell apart
The idea and the bearer-being of the idea.

III

The point of vision and desire are the same.
It is to the hero of midnight that we pray
On a hill of stones to make beau mont thereof.

If it is misery that infuriates our love,
If the black of night stands glistening on beau mont,
Then, ancientest saint ablaze with ancientest truth,

Say next to holiness is the will thereto,
And next to love is the desire for love,
The desire for its celestial ease in the heart,

Which nothing can frustrate, that most secure,
Unlike love in possession of that which was
To be possessed and is. But this cannot

Possess. It is desire, set deep in the eye,
Behind all actual seeing, in the actual scene,
In the street, in a room, on a carpet or a wall,

Always in emptiness that would be filled,
In denial that cannot contain its blood,
A porcelain, as yet in the bats thereof.

IV

The plainness of plain things is savagery,
As: the last plainness of a man who has fought
Against illusion and was, in a great grinding

Of growling teeth, and falls at night, snuffed out
By the obese opiates of sleep. Plain men in plain towns
Are not precise about the appeasement they need.

They only know a savage assuagement cries
With a savage voice; and in that cry they hear
Themselves transposed, muted and comforted

In a savage and subtle and simple harmony,
A matching and mating of surprised accords,
A responding to a diviner opposite.

So lewd spring comes from winter’s chastity.
So, after summer, in the autumn air,
Comes the cold volume of forgotten ghosts,

But soothingly, with pleasant instruments,
So that this cold, a children’s tale of ice,
Seems like a sheen of heat romanticized.

V

Inescapable romance, inescapable choice
Of dreams, disillusion as the last illusion,
Reality as a thing seen by the mind,

Not that which is but that which is apprehended,
A mirror, a lake of reflections in a room,
A glassy ocean lying at the door,

A great town hanging pendent in a shade,
An enormous nation happy in a style,
Everything as unreal as real can be,

In the inexquisite eye. Why, then, inquire
Who has divided the world, what entrepreneur?
No man, The self, the chrysalis of all men

Became divided in the leisure of blue day
And more, in branchings after day. One part
Held fast tenaciously in common earth

And one from central earth to central sky
And in moonlit extensions of them in the mind
Searched out such majesty as it could find.

VI

Reality is the beginning not the end,
Naked Alpha, not the hierophant Omega,
Of dense investiture, with luminous vassals.

It is the infant A standing on infant legs,
Not twisted, stooping, polymathic Z,
He that kneels always on the edge of space

In the pallid perceptions of its distances.
Alpha fears men or else Omega’s men
Or else his prolongations of the human.

These characters are around us in the scene.
For one it is enough; for one it is not;
For neither is it profound absentia,

Since both alike appoint themselves the choice
Custodians of the glory of the scene,
The immaculate interpreters of life.

But that’s the difference: in the end and the way
To the end. Alpha continues to begin.
Omega is refreshed at every end.

VII

In the presence of such chapels and such schools,
The impoverished architects appear to be
Much richer, more fecund, sportive and alive.

The objects tingle and the spectator moves
With the objects. But the spectator also moves
With lesser things, with things exteriorized

Out of rigid realists. It is as if
Men turning into things, as comedy,
Stood, dressed in antic symbols, to display

The truth about themselves, having lost, as things,
That power to conceal they had as men,
Not merely as to depth but as to height

As well, not merely as to the commonplace
But, also, as to their miraculous,
Conceptions of new mornings of new worlds,

The tips of cock-cry pinked out pastily,
As that which was incredible becomes,
In misted contours, credible day again.

VIII

We fling ourselves, constantly longing, on this form.
We descend to the street and inhale a health of air
To our sepulchral hollows. Love of the real

Is soft in three-four cornered fragrances
From five-six cornered leaves, and green, the signal
To the lover, and blue, as of a secret place

In the anonymous color of the universe.
Our breath is like a desperate element
That we must calm, the origin of a mother tongue

With which to speak to her, the capable
In the midst of foreignness, the syllable
Of recognition, avowal, impassioned cry,

The cry that contains its converse in itself,
In which looks and feelings mingle and are part
As a quick answer modifies a question,

Not wholly spoken in a conversation between
Two bodies disembodied in their talk,
Too fragile, too immediate for any speech.

IX

We keep coming back and coming back
To the real: to the hotel instead of the hymns
That fall upon it out of the wind. We seek

The poem of pure reality, untouched
By trope or deviation, straight to the word,
Straight to the transfixing object, to the object

At he exactest point at which it is itself,
Transfixing by being purely what it is,
A view of New Haven, say, through the certain eye,

The eye made clear of uncertainty, with the sight
Of simple seeing, without reflection. We seek
Nothing beyond reality. Within it,

Everything, the spirit’s alchemicana
Included, the spirit that goes roundabout
And through included, not merely the visible,

The solid, but the movable, the moment,
The coming on of feasts and the habits of saints,
The pattern of the heavens and high, night air.

X

It is fatal in the moon and empty there.
But, here, allons. The enigmatical
Beauty of each beautiful enigma

Becomes amassed in a total double-thing.
We do not know what is real and what is not.
We say of the moon, it is haunted by the man

Of bronze whose mind was made up and who, therefore, died.
We are not men of bronze and we are not dead.
His spirit is imprisoned in constant change.

But ours is not imprisoned. It resides
In a permanence composed of impermanence,
In a faithfulness as against the lunar light,

So that morning and evening are like promises kept,
So that the approaching sun and its arrival,
Its evening feast and the following festival,

This faithfulness of reality, this mode,
This tendance and venerable holding-in
Make gay the hallucinations in surfaces.

XI

In the metaphysical streets of the physical town
We remember the lion of Juda and we save
The phrase… Say of each lion of the spirit

It is a cat of a sleek transparency
That shines with a nocturnal shine alone.
The great cat must stand potent in the sun.

The phrase grows weak. The fact takes up the strength
Of the prhase. It contrives the self-same evocations
And Juda becomes New Haven or else must.

In the metaphysical streets, the profoundest forms
Go with the walker subtly walking there.
These he destroys with wafts of wakening.

Free from their majesty and yet in need
Of majesty, of an invincible clou,
A minimum of making in the mind,

A verity of the most veracious men,
The propounding of four seasons and twelve months.
The brilliancy at the central of the earth.

XII

The poem is the cry of its occasion,
Part of the res itself and not about it.
The poet speaks the poem as it is,

Not as it was: part of the reverberation
Of a windy night as it is, when the marble statues
Are like newspapers blown by the wind. He speaks

By sight and insight as they are. The is no
Tomorrow for him. The wind will have passed by,
The statues will have gone back to be things about.

The mobile and the immobile flickering
In the area between is and was are leaves,
Leaves burnished in autumnal burnished trees

And leaves in whirlings in the gutters, whirlings
Around and away, resembling the presence of thought,
Resembling the presences of thoughts, as if,

In the end, in the whole psychology, the self,
The town, the weather, in a casual litter,
Together, said words of the world are the life of the world.

XIII

The ephebe is solitary in his walk.
He skips the journalism of subjects, seeks out
The perquisites of sanctity, enjoys

A strong mind in a weak neighborhood and is
A serious man without the serious,
Inactive in his singular respect.

He is neither priest nor proctor at low eve,
Under the birds, among the perilous owls,
In the big X of the returning primitive.

It is a fresh spiritual that he defines,
A coldness in a long, too-constant warmth,
A thing on the side of a house, not deep in a cloud,

A difficulty that we predicate:
The difficulty of the visible
To the nations of the clear invisible,

The actual landscape with its actual horns
Of baker and butcher blowing, as if to hear,
Hear hard, gets at an essential integrity.

XIV

The dry eucalyptus seeks god in the rainy cloud.
Professor Eucalyptus of New Haven seeks him
In New Haven with an eye that does not look

Beyond the object. He sits in his room, beside
The window, close to the ramshackle spout in which
The rain falls with a ramshackle sound. He seeks

God in the object itself, without much choice.
It is a choice of the commodious adjective
For what he sees, it comes in the end to that:

The description that makes it divinity, still speech
As it touches the point of reverberation—not grim
Reality but reality grimly seen

And spoken in paradisal parlance new
And in any case never grim, the human grim
That is part of the indifference of the eye

Indifferent to what it sees. The tink-tonk
Of the rain in the spout is not a substitute.
It is of the essence not yet well perceived.

XV

He preserves himself against the repugnant rain
By an instinct for a rainless land, the self
Of his self, come at upon wide delvings of wings.

The instinct for heaven had its counterpart:
The instinct for earth, for New Haven, for his room,
The gay tournamonde as of a single world

In which he is and as and is are one.
For its counterpart a kind of counterpoint
Irked the wet wallows of the water-spout.

The rain kept falling loudly in the trees
And on the ground. The hibernal dark that hung
In primavera, the shadow of bare rock,

Becomes the rock of autumn, glittering,
Ponderable source of each imponderable,
The weight we lift with the finger of a dream,

The heaviness we lighten by light will,
By the hand of desire, faint, sensitive, the soft
Touch and trouble of the touch of the actual hand.

XVI

Among time’s images, there is not one
Of this present, the venerable mask above
The dilapidation of dilapidations.

The oldest-newest day is the newest alone.
The oldest-newest night does not creak by,
With lanterns, like a celestial ancientness.

Silently it heaves its youthful sleep from the sea
The Oklahoman  the Italian blue
Beyond the horizon with its masculine,

Their eyes closed, in a young palaver of lips.
And yet the wind whimpers oldly of old age
In the western night. The venerable mask,

In this perfection, occasionally speaks
And something of death’s poverty is heard.
This should be tragedy’s most moving face.

It is a bough in the electric light
And exhalations in the eaves, so little
To indicate the total leaflessness.

XVII

The color is almost the color of comedy,
Not quite. It comes to the point and at the point,
It fails. The strength at the centre is serious.

Perhaps instead of failing it rejects
As a serious strength rejects pin-idleness.
A blank underlies the trials of device,

The dominant blank, the unapproachable.
This is the mirror of the high serious:
Blue verdured into a damask’s lofty symbol,

Gold easing and ouncings and fluctuations of thread
And beetling of belts and lights of general stones,
Like blessed beams from out a blessed bush

Or the wasted figurations of the wastes
Of night, time and the imagination,
Saved and beholden, in a robe of rays.

These fitful sayings are, also, of tragedy:
The serious reflection is composed
Neither of comic nor tragic but of commonplace.

XVIII

It is the window that makes it difficult
To say good-by to the past and to live and to be
In the present state of things as, say, to paint

In the present state of painting and not the state
Of thirty years ago. It is looking out
Of the window and walking in the street and seeing,

As if the eyes were the present or part of it,
As if the ears heard any shocking sound,
As if life and death were ever physical.

The life and death of this carpenter depend
On a fuchsia in a can – and iridescences
Of petals that will never be realized,

Things not yet true which he perceives through truth,
Or thinks he does, as he perceives the present,
Or thinks he does, a carpenter’s iridescences,

Wooden, the model for astral apprentices,
A city slapped up like a chest of tools,
The eccentric exterior of which the clocks talk.

XIX

The moon rose in the mind and each thing there
Picked up its radial aspect in the night,
Prostrate below the singleness of its will.

That which was public green turned private gray.
At another time, the radial aspect came
From a different source. But there was always one:

A century in which everything was part
Of that century and of its aspect, a personage,
A man who was the axis of his time,

An image that begot its infantines,
Imaginary poles whose intelligence
Streamed over chaos their civilities.

What is the radial aspect of this place,
This present colony of a colony
Of colonies, a sense in the changing sense

Of things? A figure like Ecclesiast,
Rugged and luminous, chants in the dark
A text that is an answer, although obscure.

XX

The imaginative transcripts were like clouds,
Today; and the transcripts of feeling, impossible
To distinguish. The town was a residuum,

A neuter shedding shapes in an absolute.
Yet the transcripts of it when it was blue remain;
And the shapes that it took in feeling, the persons that

It became, the nameless, flitting characters
These actors still walk in a twilight muttering lines.
It may be that they mingle, clouds and men, in the air

Or street or about the corners of a man,
Who sits thinking in the corners of a room.
In this chamber the pure sphere escapes the impure,

Because the thinker himself escapes. And yet
To have evaded clouds and men leaves him
A naked being with a naked will

And everything to make. He may evade
Even his own will and in his nakedness
Inhabit the hypnosis of that sphere.

XXI

But he may not. He may not evade his will,
Nor the wills of other men; and he cannot evade
The will of necessity, the will of wills

Romanza out of the black shepherd’s isle,
Like the constant sound of the water of the sea
In the hearing of the shepherd and his black forms;

Out of the isle, but not of any isle.
Close to the senses there lies another isle
And there the senses give and nothing take,

The opposite of Cythère, an isolation
At the centre, the object of the will, this place,
The things around  the alternate romanza

Out of the surfaces, the windows, the walls,
The bricks grown brittle in time’s poverty,
The clear. A celestial mode is paramount,

If only in the branches sweeping in the rain:
The two romanzas, the distant and the near,
Are a single voice in the boo-ha of the wind.

XXII

Professor Eucalyptus said, “The search
For reality is as momentous as
The search for god.” It is the philosopher’s search

For an interior made exterior
And the poet’s search for the same exterior made
Interior: breathless things broodingly abreath

With the inhalations of original cold
And of original earliness. Yet the sense
Of cold and earliness is a daily sense,

Not the predicate of bright origin.
Creation is not renewed by images
Of lone wanderers. To re-create, to use

The cold and earliness and bright origin
Is to search. Likewise to say of the evening star,
The most ancient light in the most ancient sky,

That it is wholly an inner light, that it shines
From the sleepy bosom of the real, re-creates,
Searches a possible for its possibleness.

XXIII

The sun is half the world, half everything,
The bodiless half. There is always this bodiless half,
This illumination, this elevation, this future

Or, say, the late going colors of that past,
Effete green, the woman in black cassimere.
If, then, New Haven is half sun, what remains,

At evening, after dark, is the other half,
Lighted by space, big over those that sleep,
Of the single future of night, the single sleep,

As of a long, inevitable sound,
A kind of cozening and coaxing sound,
And the goodness of lying in a maternal sound,

Unfretted by day’s separate, several selves,
Being part of everything come together as one.
In this identity, disembodiments

Still keep occurring. What is, uncertainly,
Desire prolongs its adventure to create
Forms of farewell, furtive among green ferns.

XXIV

The consolations of space are nameless things.
It was after the neurosis of winter. It was
In the genius of summer that they blew up

The statue of Jove among the boomy clouds.
It took all day to quieten the sky
And then to refill its emptiness again,

So that at the edge of afternoon, not over,
Before the thought of evening had occurred
Or the sound of Incomincia had been set,

There was a clearing, a readiness for first bells,
An opening for outpouring, the hand was raised:
There was a willingness not yet composed,

A knowing, that something certain had been proposed,
Which, without the statue, would be new,
An escape from repetition, a happening

In space and the self, that touched them both at once
And alike, a point of the sky or of the earth
Or of a town poised at the horizon’s dip.

XXV

Life fixed him, wandering on the stair of glass,
With its attentive eyes. And, as he stood,
On his balcony, outsensing distances,

There were looks that caught him out of empty air.
C’est toujours la vie qui me regarde… This was
Who watched him, always, for unfaithful thought.

This sat beside his bed, with its guitar,
To keep him from forgetting, without a word,
A note or two disclosing who it was.

Nothing about him ever stayed the same,
Except this hidalgo and his eye and tune,
The shawl across one shoulder and the hat.

The commonplace became a rumpling of blazons.
What was real turned into something most unreal,
Bare beggar-tree, hung low for fruited red

In isolated moments isolations
Were false. The hidalgo was permanent, abstract,
A hatching that stared and demanded an answering look.

XXVI

How facilely the purple blotches fell
On the walk, purple and blue, and red and gold,
Blooming and beaming and voluming colors out.

Away from them, capes, along the afternoon Sound,
Shook off their dark marine in lapis light.
The sea shivered in transcendent change, rose up

As rain and booming, gleaming, blowing, swept
The wateriness of green wet in the sky.
Mountains appeared with greater eloquence

Than that of their clouds. These lineaments were the earth,
Seen as inamorata, of loving fame
Added and added out of a fame-full heart…

But, here, the inamorata, without distance
And thereby lost, and naked or in rags,
Shrunk in the poverty of being close,

Touches, as one hand touches another hand,
Or as a voice that, speaking without form,
Gritting the ear, whispers humane repose.

XXVII

A scholar, in his Segmenta, left a note,
As follows, “The Ruler of Reality,
If more unreal than New Haven, is not

A real ruler, but rules what is unreal.”
In addition, there were draftings of him, thus:
“He is the consort of the Queen of Fact.

Sunrise is his garment’s hem, sunset is hers.
He is the theorist of life, not death,
The total excellence of its total book.”

Again, “The sibilance of phrases is his
Or partly his. His voice is audible,
As the fore-meaning in music is.” Again,

“This man abolishes by being himself
That which is not ourselves: the regalia,
The attributions, the plume and helmet-ho.”

Again, “He has thought it out, he thinks it out,
As he has been and is and, with the Queen
Of Fact, lies at his ease beside the sea.”

XXVIII

If it should be true that reality exists
In the mind: the tin plate, the loaf of bread on it,
The long-bladed knife, the little to drink and her

Misericordia, it follows that
Real and unreal are two in one: New Haven
Before and after one arrives or, say,

Bergamo on a postcard, Rome after dark,
Sweden described, Salzburg with shaded eyes
Or Paris in conversation at a café.

This endlessly elaborating poem
Displays the theory of poetry,
As the life of poetry. A more severe,

More harassing master would extemporize
Subtler, more urgent proof that the theory
Of poetry is the theory of life,

As it is, in the intricate evasions of as,
In things seen and unseen, created from nothingness,
The heavens, the hells, the worlds, the longed-for lands.

XXIX

In the land of the lemon trees, yellow and yellow were
Yellow-blue, yellow-green, pungent with citron-sap,
Dangling and spangling, the mic-mac of mocking birds.

In the land of the elm trees, wandering mariners
Looked on big women, whose ruddy-ripe images
Wreathed round and round the round wreath of autumn.

They rolled their r’s, there, in the land of the citrons.
In the land of big mariners, the words they spoke
Were mere brown clods, mere catching weeds of talk.

When the mariners came to the land of the lemon trees,
At last, in that blond atmosphere, bronzed hard,
They said, “We are back once more in the land of the elm trees,

But folded over, turned round.” It was the same,
Except for the adjectives, an alteration
Of word that was a change of nature, more

Than the difference that clouds make over a town.
The countrymen were changed and each constant thing.
Their dark-colored words had redescribed the citrons.

XXX

The last leaf that is going to fall has fallen.
The robins are là-bas, the squirrels, in tree-caves,
Huddle together in the knowledge of squirrels.

The wind has blown the silence of summer away.
It buzzes beyond the horizon or in the ground:
In mud under ponds, where the sky used to be reflected.

The barrenness that appears is an exposing.
It is not part of what is absent, a halt
For farewells, a sad hanging on for remembrances.

It is a coming on and a coming forth.
The pines that were fans and fragrances emerge,
Staked solidly in a gusty grappling with rocks.

The glass of the air becomes an element
It was something imagined that has been washed away.
A clearness has returned. It stands restored.

It is not an empty clearness, a bottomless sight.
It is a visibility of thought,
In which hundreds of eyes, in one mind, see at once.

XXXI

The less legible meaning of sound, the little reds
Not often realized, the lighter words
In the heavy drum of speech, the inner men

Behind the outer shields, the sheets of music
In the strokes of thunder, dead candles at the window
When day comes, fire-foams in the motions of the sea,

Flickings from finikin to fine finikin
And the general fidget from busts of Constantine
To photographs of the late president, Mr. Blank,

These are the edgings and inchings of final form,
The swarming activities of the formulae
Of statement, directly and indirectly getting at,

Like an evening evoking the spectrum of violet,
A philosopher practicing scales on his piano,
A woman writing a note and tearing it up.

It is not in the premise that reality
Is a solid. It may be a shade that traverses
A dust, a force that traverses a shade.


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