Irene Gruss

Piezas mínimas

(Córdoba, Buena Vista Editora, 2017)

Eucalipto

Se la tragó el mar. Siempre es así; cada vez que usted cree que una nubecita crece y se forma un nubarrón de aquellos, como ese que vio, y no solo cree sino que se ataja porque piensa que va a reventar el cielo…, usted corre, cierra los postigos, el portón, las cortinas también, no sea cosa de que…, y ahí tiene, el mar le hace una broma y se lo traga todo. O sea, no pasa nada. ¿Y el cielo?, limpito como cristal, ¿ha visto? Hace, van a hacer setenta y pico de años que vivo por aquí, y no puedo dejar de reírme de la gente que piensa que viene el acabose. Patrañas, burlas del cielo, les digo, y sin ofender a nadie. Dios mira pero es juguetón también. Las veces que me habrá volteado el mar a mí, o el viento. Pero lo que en serio me volteó fue otra cosa. Tragar, lo que se dice tragar, eso es cosa seria; aunque sea una broma, como le dije. El de arriba sabe. El de arriba nos manda a precaución pero no le hacemos caso. ¿Y sabe por qué?, por no mirar como se debe lo que pasa alrededor; lo que pasa de verdad, no esa nubecita. La gente ve un viento y se asusta. Y yo me río, qué se le va a hacer. Porque la gente no se fija, como yo no me fijé entonces.

Yo planté el eucalipto porque aquí los pinos sobran; dejan la pinocha por todos lados y no se puede ni caminar. Los álamos son plaga aquí, así que… La hojarasca del que le digo es distinta; tiene más respeto al separarse del tronco, le cuesta más. Y cuando se bambolea…, va a comparar con el pino. Es otra raza. Se sostiene de este suelo de arena como si fuese magia; más serio es. A mis hijos no les gusta que yo diga que renací cuando lo planté, pero bien que miran para abajo cuando se toca el tema. Yo ya casi no hablo de eso. No puedo. Apenas le puedo decir que estoy aquí, vivito.

Usted cree que lo que le pasa a uno es un accidente o una desgracia o un plato volador pero no es así. Ni la salud ni la borrasquita esa que tiene el mar ahora. A ella se la tragó el mar de tanto mirarlo, eso es lo que estoy tratando de decirle o de que me entienda. Loca no se volvió, no señor; enferma, tampoco. Mírela, ahí la va a ver. Cuando le cuento lo que le cuento, a ella se le dio por subirse a un médano, cualquier loma de por aquí. Voy a verlo, me decía, ya vengo. Y yo la dejaba ir; a quién no le gusta cada tanto sentarse a mirar las olas, uno que otro barco que pasa, ¿no? Y ella volvía. Pero cada vez se quedaba más tiempo, ni siquiera me decía ya vengo. Horas, un día, dos días… Imagínese. Yo me llevaba un julepe y salía a buscarla. Pero no hacía falta, porque estaba ahí, mirando nomás, quietita. Y si le decía vamos, vieja, ella venía. Lo más bien. Hasta que ya hacía más de un mes que no comía ni tenía frío ni calor, empezó a decirme dejame, yo estoy bien así, dejame.

Y, claro, vino el médico, cómo no, y la llevamos al hospital y habló con psicólogos y todo. Así que los médicos me dijeron que la dejara hacer, que era una etapa, esas cosas. Ella solamente necesita estar ahí, me dijeron. Mirándolo como un imán, ahí pegada.

¿Y qué hice yo?; decidí plantar ese eucalipto, el que está ahí; lo planté la vez que me di cuenta de que tenía que hacer algo para no esperarla más. Y me la paso midiéndolo, calculando cuánto crece. Yo también; como ella, ¿me entiende ahora? Mire cómo está de alto, enorme.

 

El pan de jabón

Se fue nomás.

Dijo que iba a comprar jabón y que volvía enseguida. Un pan de jabón, me acuerdo que me dijo, y como empezó a tardar pasé por la cocina y vi que, efectivamente, faltaba. Lo que quedaba era una especie de bollo hecho con las manos, porque cuando se gastaba ella lo apretaba así, como un mazacote chico para que aguantase un poco más, muy ahorrativa era. Es, qué digo. Pero no, no volvió, agente, hace cuatro días que espero y espero, y acá me tiene.

–¿Cuatro días? ¿Y por qué no vino antes?

–La verdad, no se me ocurrió. A quién se le ocurre que, bueno, se va por un pan de jabón y… Yo pensé: y sí, le habrá pasado algo. Entonces llamé a su hermana, la única que tiene, y me fui al hospital, y nada. Pregunté en la parada de los colectivos, me fui al súper a ver si alguien la había visto y me decían que no, que ese día ella no pasó por ahí ni por ningún lado. Acá estoy…

–¿Ustedes se llevaban bien o hubo algo, alguna peleíta de esas?

–Todo bien, agente, nunca, mire, en todo lo que llevamos de casados, nunca. Para mí que es otra cosa… Yo pienso, me lo dijo con una cara…, rara, ¿vio? Esa forma que tenía el mazacote del jabón… era distinto, otra forma, no era común, como más apretado o amasado. Algo distinto; yo la veía pensativa, dejaba los platos y amasaba el jaboncito. No ponía ni la radio ni la tele para lavar; porque cada tanto lavaba y cantaba, no sé, un tango, cualquier cosa. O le contestaba al noticiero, ¿vio cómo es cada uno, no? Y de repente paró…

–¿Y usted no cree que por ahí, alguna aventura, no sé; de repente cuándo, hace cuánto la notó así, rara como dice?

–Hará unos meses, sí, cosa de unos meses. ¡No!, ¿otro tipo me dice? Ojalá pero no; si encima sacó unos pesitos sólo para el jabón, ni la cartera, nada, se sacó el delantal y salió. Ella empezó a estar rara. Una noche, por darle un ejemplo, me dice que mejor lavaba al otro día, o que para qué iba a lavar si todo se volvía a ensuciar. O esa vez, por darle otro, empezó a dejar de comer, yo sí comía pero ella no; que ya no tenía más hambre, que comiera yo. Y no me dijo que no tenía hambre sino que no tenía más hambre, ¿entiende? Ahí va lo raro del asunto. Y ahí empezó a adelgazar y a…

–Y a qué…

–Y a no querer nada. Pero nada de nada: ni que la toque ni salir de vacaciones, justo teníamos esa semana la licencia… No quiso, dijo que me fuera yo a pescar con mi hermano. Y me fui, y cuando volví la miré y le dije que así no podía seguir, que para mí ella estaba deprimida, ¿no? Y se rió. Pero con una risa o una cara no de depresión ni de loca, cara de convencida de algo tenía, no se lo puedo explicar. Segura me miró, me dio una palmada de cariño en el hombro, como siempre, y ahí fue lo del jabón.

–Pero, mire, la gente cuando anda mal también se cree muy segura de vaya a saber qué cosas.

–Ella no estaba mal; estaba rara. Empezó a regar las plantas al revés, no a la tardecita sino bien a la noche, cuando les daba la luz de luna de frente; o a limpiar también cuando todo estaba a oscuras; oía desde la cama la aspiradora, yo la llamaba y ella me decía que a esa hora se limpia mejor y que las cosas duran más a esa hora, me acuerdo que decía; si no, que me fijase al día siguiente. Y en cierto modo, era así. Algunos vecinos protestaron pero como en el edificio todo el mundo trabaja la entendían. No la esperaba más, me quedaba dormido y cuando sonaba el despertador, ella ya estaba frita agarrada a mi hombro.

Solamente ese día madrugó antes que yo y la vi en la cocina amasando el jabón, sin nada en la bacha, con el agua en la pava ya puesta a hervir y todo pero… Le pregunté en qué pensaba y, mire lo que me dijo, me contesta que en lo blanco del jabón, que en qué cosa de misterio tiene el blanco. Y se sacó el delantal, agarró la plata y, ¿sabe algo?, para mí que se fue para siempre.

 


Irene Gruss (Buenos Aires, 1950)

Publicó La luz en la ventana (Ed. El escarabajo de oro, 1982); El mundo incompleto (Libros de Tierra Firme, 1987); La calma (Libros de Tierra Firme, 1991); Sobre el asma (edición de la autora, 1995); Solo de contralto (Galerna, 1998); En el brillo de uno en el vidrio de uno (La Bohemia, 2000); La dicha (Bajo la Luna, 2004), todos ellos, género poesía; y la nouvelle Una letra familiar (Bajo la Luna, 2007). En 2008, la editorial Bajo la Luna publicó La mitad de la verdad, su obra poética reunida (1982-2007). Otras obras son La pared (ediciones Nudista, Córdoba, Argentina, 2012); Música amable al fin (Mágicas Naranjas, 2012); Notas para una tanza (Gog y Magog, 2012); Humo -Antología personal (Ruinas Circulares, 2013); Humo -Antología personal (Editorial Eme- La Palma, Madrid, 2014); Entre la pena y la nada (Ediones Del Dock, 2016).
Es autora de la antología Poetas argentinas (1940-1960) (Ediciones Del Dock, 2006); y de la selección y el prólogo de Pasajera del viento, antología de poemas de Irma Cuña (FCE, 2013). Coordina talleres de escritura desde 1986. En 1975, recibió el primer premio a obra inédita, otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. En 1986, le otorgaron el primer premio “José Hernández”, en el concurso organizado por la Biblioteca “Cornelio Saavedra” y auspiciado por Eveready.