Andrés Bohoslavsky. La camarera que se creía Greta Garbo y El plomero que soñaba ser Lenin y otros poemas

La camarera que se creía Greta Garbo y El plomero que soñaba ser Lenin y otros poemas, de Andrés Bohoslavsky, Buenos Aires, La carta de Oliver, 2016

El tío Sergei

Mi madre y su hermano Sergei llegaron en un barco a Nueva York
a principios del siglo pasado
junto a ellos, bajó un matrimonio de apellido Demsky

la pobreza y su ideología convirtieron a ella
en líder de los inmigrantes rusos
siendo expulsada por las autoridades de migraciones
debiendo abandonar el país de la libertad en setenta y dos horas
partiendo hacia Argentina en otro barco plagado de pobres

a su hermano el hambre y el instinto de supervivencia
lo llevaron a Hollywood
donde filmó con el hijo de aquella pareja:
Issur Danilovich Demsky, más conocido como Kirk Douglas

ya en Buenos Aires, continuó pagando con persecuciones
su línea de pensamiento
mientras mi tío se volvía millonario con el paso del tiempo
convirtiéndose en el dueño de varias joyerías

esta foto juntos, ajada por los años
en una ciudad que no reconozco
muestra un hombre impecablemente arreglado, con un traje oscuro
y un sombrero que habla de su ascenso social
mi madre, a su lado, sencillamente vestida
con su cabello sujeto por una peineta y una flor, una rosa roja
asomando de su saco
símbolo de los combatientes de su época

los hijos del tío Sergei ampliaron los negocios del padre
sumando a las joyas, un estudio de cine
una casa de alta costura y otra de bienes raíces
que aquí se denominan inmobiliarias

yo seguí ganándome la vida en barcos o en los astilleros
viajé por el mundo, aún después de la muerte de mi madre
arreglando los motores de los transatlánticos
hasta que los aviones terminaron con ellos y con mi trabajo

lo curioso sucedió aquella vez que bajé unos días a Nueva York
y tropecé con carteles de campaña con el rostro del tío Sergei
candidato a senador por ese estado
una foto gigante que repetían al infinito las calles
con su eterna sonrisa, abrumadora e insoportable
más aún, cuando vi esa rosa en la solapa de su traje.

 

El acta

a mi madre Sara

Yo, que estoy en el medio del mar
leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x
deja constancia de la muerte de mi madre
mientras la rompo y el viento se la lleva
depositándola en unas olas gigantes
pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov
o las cartas de familiares de Rusia
y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre por la playa
mientras yo corría detrás de ellos
me doy vuelta y la veo sentada en una silla en la proa
rodeada por unos albatros que picotean restos de comida
me llama y me siento junto a ella, mientras saca unas fotos viejas
en paisajes extraños, junto a sus padres
y luego otras y otras, como un repaso de su vida
mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer
de esos planes simples que teníamos
y ya no podremos realizar
giro la vista al mar y cuando me doy vuelta para abrazarla
ya no está
a mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de sus padres
en la calle de la revolución
la llevo al camarote, la pego en la pared
y me acuesto a dormir
en el sueño, escucho su voz, casi imperceptible, que me dice:
–no estés triste, ya nos veremos.
me despierto, me sirvo un vaso de vodka
y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina
voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno
y la escucho nuevamente:
–hijo, el hombre es lobo del hombre.
me río pensando en ella, en esos viejos tiempos
donde soñaba un mundo más justo
sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.

 

ARBEIT MACHT FREI / EL TRABAJO LIBERA

La frase de arriba, que titula esto que jamás será un poema
corresponde a la leyenda que estaba en la entrada del campo de concentración
de Auschwitz y en otros centros de exterminio nazi
los prisioneros confundían el lugar al leer esto, pensando
que llegaban a un sitio donde el culto al trabajo los salvaría del horror
más tarde descubrirían que todo consistía en una mentira cínica e hipócrita
y que lo único esperable era el terror más impensado

ya no hay nazis ni campos de exterminio

desde la mesa de este bar miro a un niño que corre en la plaza, con un molinito
de viento en la mano y su madre tomándolo de la otra
junto a ellos, un perro salta y los rodea ladrando feliz a su lado
la imagen es el cuadro de la felicidad perfecta

pero algo lo arruina todo

una manifestación de obreros, despedidos de alguna fábrica
seguramente por la sustitución del mismo objeto, ahora producido
en las antípodas del mundo y con salarios de hambre
protestan ruidosamente mientras la gente observa indiferente
más preocupada por la compra del regalo navideño que por este suceso
detrás de ellos, al final de la columna, asoma un cartel que reza:
El trabajo dignifica

 

Nota del E. Selección: Valeria Cervero. Agradecemos a Jorge Santkovsky, que nos facilitó el acceso al libro.


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