Francis Ponge: una antología

f_ponge_leparti_1En breve, la editorial de Buenos Aires Gog y Magog publicará, con versiones, prólogo y selección del poeta chileno Waldo Rojas, una antología crítica de la poesía de Francis Ponge (1899-1988). La obra del poeta se ha caracterizado por su culto a la descripción sensible, en permanente transfiguración, haciendo de la mirada y del ingenio literario sus portentosos instrumentos de trabajo. En cierta manera, podemos decir que su poesía responde a la libertad de trazo que heredó del proceso vanguardista y a la recreación de los discursos enciclopédicos llevados a un plano lírico (es decir, en el caso de su goce y curiosidad), humanitario.  Mientras esperamos el gran acontecimiento, op.cit. presenta un avance con cinco textos, seleccionados por Miguel Angel Petrecca, pertenecientes al volumen.

 

La lluvia.

La lluvia, en el patio adonde la miro caer, desciende con paso muy diverso. En el centro, es una fina cortina (o red) discontinua, una caída implacable pero relativamente lenta de gotas probablemente muy ligeras, una precipitación sempiterna sin vigor, una fracción intensa del meteoro puro. A poca distancia de los muros de derecha y de izquierda caen con mayor ruido gotas más pesadas, individuadas. Aquí parecen del grosor de un grano de trigo, allá, de una arveja, en otra parte casi como una bolita de juego. Por las molduras, sobre los antepechos de la ventana la lluvia corre horizontalmente mientras que por la faz inferior de esos mismos obstáculos se suspende en bombones convexos[1]. Según la superficie entera de un techito de zinc que se mira desde lo alto ella se escurre en fina napa, tornasolada por los desvíos variados causados por las imperceptibles ondulaciones y gibas de la cobertura. Desde la canaleta colindante adonde corre con la contención de un arroyo encajonado sin mucha pendiente, viene a dar de repente en un hilillo perfectamente vertical, algo groseramente trenzado, que llega al suelo adonde se quiebra y salpica en agujetas brillantes.

Cada una de sus formas tiene un aire particular; y a ella responde un ruido particular. El todo vive con intensidad como un mecanismo complicado, tan preciso como azaroso, como una relojería cuyo resorte es el peso de una masa dada de vapor en precipitación.

El repique en el suelo de los hilillos verticales,[2] el gluglú de los desagües, los minúsculos toques de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin monotonía, no sin delicadeza.

Cuando el resorte se ha distendido, algunos engranajes siguen funcionando un cierto tiempo, cada vez más lentos, luego toda la maquinaria se detiene. Entonces, si el sol vuelve a aparecer todo se borra pronto, el brillante aparato se evapora: ha llovido.[3]

 


Las moras.

En los matorrales tipográficos constituidos por el poema sobre una ruta que no lleva fuera de las cosas ni al espíritu, algunos frutos están formados de una aglomeración de esferas llenas de una gota de tinta.

*

Negros, rosados y caquis juntos en el racimo, ofrecen más bien el espectáculo de una familia arrogante en sus diversas edades que el de una tentación muy viva en la cosecha.

Vista la desproporción de las pepitas y la pulpa los pájaros los aprecian poco, tan poca cosa en el fondo les queda cuando del pico al ano han hecho su travesía.

*

Pero el poeta en el curso de su caminata profesional, va al grano a saciedad:[4] “Así, pues, se dice, dan resultado en gran medida los esfuerzos pacientes de una flor frágil aunque defendida por una maraña ingrata de zarzas. Sin muchas otras cualidades —moras, están perfectamente maduras[5] —como también este poema está hecho.”

 


La naranja.

Lo mismo que en la esponja, hay en la naranja una aspiración a recobrar su contenido después de haber padecido la prueba de la expresión.[6] Pero adonde la esponja siempre tiene éxito, la naranja nunca: puesto que sus células han sido reventadas, sus tejidos destrozados. Mientras que solo la cáscara se recupera muellemente en su forma gracias a su elasticidad, un líquido ambarino, acompañado de sensación de refresco, de perfume suaves, se ha derramado, por cierto, —pero acompañado también a menudo de la conciencia amarga de una expulsión prematura de las pepas.[7]

¿Hay de veras que tomar partido entre ambas maneras de soportar mal la opresión? —La esponja no es más que músculo y se llena de viento, de agua limpia o sucia según sea: esta gimnasia es innoble. La naranja tiene mejor gusto, pero es pasiva en demasía —y ese sacrificio oloroso… es dejarle verdaderamente demasiado campo al opresor.

Pero no es haber dicho bastante de la naranja con haber recordado su manera personal de perfumar el aire y de regocijar a su verdugo. Hay que poner el acento en la coloración gloriosa del líquido que resulta, y que, mejor aún que el jugo de limón, obliga a la laringe a abrirse ampliamente para la pronunciación de la palabra tanto como para la ingestión del líquido, sin ninguna mueca aprehensiva del umbral de la boca cuyas papilas no llega a hacerlas erizarse.

Uno se queda por lo demás sin palabras para confesar la admiración que merece la envoltura del tierno, frágil y rosado balón ovalado en aquel espeso tampón de papel secante húmedo, cuya epidermis extremadamente delgada pero muy pigmentada, acerbamente gustosa, es junto lo bastante rugosa como para capturar dignamente la luz en la perfecta forma del fruto.

Pero al cabo de un estudio demasiado corto, llevado a cabo tan redondamente como es posible, ‑hay que llegar a la pepa. Este grano, con forma de minúsculo limón, presenta al exterior el color de la madera blanca del limonero, al interior un verde de guisante o de germen tierno. Es en él que se encuentran, luego de la explosión sensacional de la lámpara veneciana de sabores, colores y perfumes que constituye el balón frutoso mismo, la dureza relativa y el verdor (por otra parte no insípido del todo), de la madera, de la rama, de la hoja: suma harto pequeña aunque con certeza la razón de ser del fruto.


 

La ostra.

Del grosor de un pedrusco mediano, la ostra es de apariencia más rugosa, de color menos uniforme, brillantemente blanquizca. Es un mundo testarudamente cerrado. Sin embargo, se puede abrirlo: se requiere para ello sostenerla en el hueco de un estropajo, servirse de un cuchillo mellado y poco franco, darse maña varias veces. Ahí los dedos curiosos se cortan, se quiebran las uñas: es un trabajo grosero. Los golpes que se le propina marcan su envoltura de círculos blancos, de una suerte de halos.

En su interior se encuentra todo un mundo que beber y que comer: bajo un firmamento (para hablar con propiedad)[8] de nácar, los cielos de arriba se aplastan sobre los cielos de abajo, para formar solo un charco, un saquito viscoso y verdoso, que fluye y refluye al olor y a la vista, franjeado por un encaje negruzco en los bordes.

Muy rara vez, una fórmula[9] perla en su gaznate de nácar, con la que pronto sabremos adornarnos.

 

 

Los placeres de la puerta.

Los reyes no tocan las puertas.

No conocen esta felicidad: empujar delante de sí con suavidad o rudeza uno de esos grandes paneles familiares, volverse hacia él para dejarlo de nuevo en su lugar, — tener en sus brazos una puerta.

…La felicidad de empujar del vientre, por su nudo de porcelana, uno de esos altos obstáculos de una pieza; ese cuerpo a cuerpo rápido por el cual, un instante detenida la marcha, el ojo se abre y se acomoda el cuerpo todo a su nuevo departamento.[10]

Con una mano amistosa él la retiene todavía, antes de impulsarla con decisión y encerrarse —de lo que el clic seco del resorte poderoso pero bien aceitado agradablemente le da seguridad.

 

 

Notas del traductor

[1]. La pluie (…) se suspend en berlingots convexes”: “berlingot” es el nombre corriente de un bombón duro, hecho de azúcar caramelizada, de forma tetraédrica, a menudo decorado con rayitas y aromatizado con anís, menta o frutas.

[2]. La sonnerie au sol des filets verticaux…”: el término francés “sol” es tomado en este enunciado en su doble significación de el ‘suelo’, o la ‘tierra’, y la nota musical ‘sol’, juego éste en conformidad metafórica con el texto todo que, entre otras identificaciones figuradas, aborda la lluvia como un ‘mecanismo’, una ‘maquinaria’ a la vez visual y sonora, dando lugar a leer dicha frase como ‘el repique en sol de los hilillos verticales…’.

[3]. “…il a plu”: por homonimia (el participio pasado de ambos verbos, “plaire”, ‘gustar’ y “plevoir”, ‘llover’ es homógrafo), esta misma frase que remata el poema puede significar en francés ‘ha llovido’ y ‘ha gustado’, o sea, ‘fue del agrado de todos’.

[4]. …en prend de la graine à raison: este enunciado reúne, y, en el contexto, actualiza simultáneamente, ambos sentidos figurado y recto de dos locuciones habituales; la primera, “en prendre de la graine”, literalmente ‘coger semillas (de un vegetal)’, sentido que desaparece en la aplicación corriente de su significado estereotípico: ‘obtener una enseñanza, un ejemplo que seguir’. La segunda, “à raison”, significa ‘en cantidad’, ‘a saciedad’, al mismo tiempo que ‘con razón’.
Este juego de palabras que religa dos niveles de realidad, sostiene, como se advertirá, el postulado retórico de la analogía entre las moras y el poema, al servicio del principio imaginario según el cual el poema, todo poema, es semejante a un matorral de moras, postulado del cual este texto es la “teoría” y su ilustración.

[5]. “…mûres, parfaitement elles sont mûres”: este enunciado está construido sobre una ambigüedad semejante a la del juego de palabras anotado anteriormente, pues “mûre” es al mismo tiempo el fruto de la zarzamora, y, sin relación etimológica con ese nombre común, el adjetivo femenino plural ‘maduras’; puesto en relación con el comienzo del poema, la ‘mora/madura’ es el equivalente metapoético del poema mismo llevado a su término.

[6]. En sentido recto, el verbo transitivo “oppresser”, ‘oprimir’, significa, como en castellano, ‘ejercer (sobre alguien) una presión que molesta o dificulta la respiración’, y por otra parte, ‘mortificar’, ‘causar, infligir gran agobio psíquico o moral’; utilizado aquí de modo figurado, adquiere el valor de sinónimo de “presser” con el sentido de ‘exprimir un fruto’. El juego polisémico así compuesto confiere primero pertinencia metafórica a los enunciados sucesivos de “l’épreuve de l’expression” “…mal supporter l’oppression” y “…faire à l’oppresseur trop bon compte”, y enseguida a la locución familiar “faire bon compte (à quelqu’un)”, o sea, ‘mostrarse demasiado indulgente o tolerante (con alguien)’.

[7]. expulsion prématurée des pépins”: en el registro familiar, “pépin” tiene el doble sentido de ‘traba, atollo, contrariedad o contratiempo, dificultad accidental que sobrellevar, etc.’.

[8]. Firmament”, ‘firmamento’, proviene tanto en francés como en castellano, del latín firmamentum, ‘apoyo’, ‘sostén’; de firmare, volver sólido, en el sentido metafórico de la Vulgata; de donde su ulterior sentido de ‘bóveda celeste’.

[9]. Formule”, es también diminutivo de ‘forma’, o sea ‘pequeña forma’; aquí, obviamente, se trata de la perla denotada cursivamente por un homófono verbal del nombre del objeto “perle” —“une formule qui perle”—, y que no hemos podido mejor que traducir acudiendo al galicismo ‘perlar’, de “perler”, que en francés tiene el doble sentido de ‘realizar algo con gran cuidado’, y de ‘formar pequeñas gotas’. Se advertirá, asimismo, el juego metapoético pongiano en el que la ‘fórmula’ en cuestión, esta vez con el significado de ‘enunciado o imagen verbal’, es al mismo tiempo un ‘hallazgo’, esto es, como se dice figuradamente, una ‘perla’ poética.

[10]. “…le corps tout entier s’accommode à son nouvel appartement”: son simultáneamente convocados en este enunciado ambos sentidos del giro “(son nouvel) appartement”, en donde ‘apartamento’ lleva el significado de ‘habitación’, y por otro lado el sentido de “(sa nouvelle) mise à part”, en cuyo caso “appartement” debe leerse como ‘apartamiento’, ‘separación’. Del mismo modo “s’accommoder à” admite ser leído ya sea como ‘acomodarse en’ (ponerse a sus anchas) o bien como ‘acomodarse a’ (conformarse, contentarse con).

 


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