Historia de Roma / Guillermo Bawden

Historia de Roma
Guillermo Bawden
Córdoba, Babel, 2021


Oh, Roma, he vuelto

Por Ana Lafferranderie

La Roma de este libro de Guillermo Bawden es una y es varias.  Se constituye en campo de sentido. El texto que él mismo escribió, introductorio a Historia de Roma –que funciona como punto de partida para leer de manera integrada las dos secciones que conforman el libro– la revela como centro de una mitología personal forjada en la infancia.

Es entonces, en el comienzo, la Roma recibida de manos de un abuelo, a través de un soldadito de metal, “legionario del César”. Y descubierta luego –a escondidas– en un libro iniciático, que dio impulso al reconocimiento temprano de un anhelo, a la experiencia de habitar otro tiempo, a un universo personal desplazado, signado por esa interrupción que generan los hechos poéticos.

Es la Roma misma del Imperio, sus frases decisivas, sus nombres emblemáticos. El escenario mítico de pequeños sucesos, el halo de las leyendas. Y es también la ciudad a la que se llega en el presente, el destino del viaje donde se buscan las huellas de esa historia. 

En este recorrido, Bawden nos ubica frente a temporalidades y perspectivas radicalmente distintas, que van armando un rompecabezas en torno a Roma.

La Roma imperial aparece en la primera parte a través de poemas concisos.  La mirada está puesta en el detalle: la historia en su escala de anécdota; sus aspectos dispares, contrastantes; la violencia y su marca en los cuerpos; el origen de un lenguaje que hicimos nuestro sin preguntar.  Los poemas se suceden como pequeños territorios contiguos, barriendo con naturalidad toda carga dramática, de modo que lo descarnado brille limpio.

En la segunda parte del libro, Roma transforma sus moléculas, exhibe su alotropía y se vuelve una ciudad actual donde se buscan referencias a aquellos sucesos, al corazón de esa épica, y una clave para leer el presente de la vida.  

Al llegar al final, Roma es también la palabra bifronte, reversible, afectiva. Completa su abanico, confirma su capacidad de hacer preguntas, de confrontarnos con el sentido de nuestros actos.  Roma es lo ganado y lo perdido, la creencia y su lastre, la conciencia de la propia naturaleza y del anhelo.  Eso que no se alcanza.  

***

Bawden es un poeta comprometido con su propio imaginario, saciado con sus símbolos.  Cómodo en su lateralidad. El escenario romano es su arena: polémica y potencia.  

Ser los romanos en un colegio católico –dice, refiriendo a su infancia– era ser “los que mataron a Cristo”; asumir el costo de irse a dormir sin comer, durante una acampada, por haber asolado una representación de Jerusalén, al grito de ¡Roma Víctor!  Ser poeta –en la cabal medida en que Bawden lo es– es sostener ese gesto, hablar desde ese corrimiento. Llevar adelante un tipo de traición. Pronunciar las preguntas necesarias: ¿Hasta cuándo, Catilina?  Y los dioses, ¿qué nos dan

Un viejo dibuja / figuras geométricas en la arena. Es Arquímedes, lo hace hasta morir. ¿Es también ese el lugar del poeta? ¿Ese dibujo irrefrenable sobre lo efímero, la sangre cayendo sobre el rombo?

Que cualquiera haga los sacrificios según sus formas y deseos 
en donde quiera y que diga las palabras que le plazca.

Hay una toma implícita de posición en este libro.  Es en favor de una épica, de la historia sucedida en los cuerpos, de la vida y la muerte jugadas en su ley: cruzar el Rubicón, dar el paso, aceptar consecuencias. 

La Roma imperial aparece en estos poemas como ese mundo marcado por rivalidades y traiciones. Por una tensión entre la idea de ejército y la individualidad. Por una convivencia entre las batallas colectivas y personales, las que se libran con y contra los propios límites: “todos mordemos alguna vez la mano que nos alimenta”.

un hombre sostiene la corona de laureles
sobre la cabeza del vencedor 
y le dice al oído continuamente: Memento mori  
(recuerda que eres mortal).

Esta Roma de Bawden es bella porque es mortal, porque se quema y muere en sí misma, se mide en su temblor. Porque es vital a la medida de lo humano, tira sus dados para poner delante lo irreversible y lo agónico. El goce y la sentencia. La sangre como testimonio de lo vivo y lo muerto. También, de lo dispar.

La gloria de Roma es en este libro vital, corporal, quizás –por mortal– fraudulenta. Pero devuelve algo a lo que es posible aspirar para que el tedio controlado de la vida no nos coma las manos. No nos apague las batallas, ni nos aleje tanto de cierto desenfreno, de la urgencia del cuerpo. De encontrar nuestra propia narración.

El último emperador de Occidente
reúne, en un intento de trascender
dos nombres: Rómulo, por el fundador
Augusto por el primer emperador
No alcanza, Rómulo Augusto, el último
muere siendo un niño

Los nombres pueden portar el linaje, investir con el mito. Pero no bastan para salvar al niño. Hay un devenir que tiene su lógica, y los hechos son siempre decisivos.

***

En la segunda parte, el poeta llega a Roma como viniendo de otras vidas y, a la vez, regresando a sí mismo.  Oh Roma, he vuelto, dice. Y se siente el latido. Vagar por Roma en estado de melancolía, atravesado por los recuerdos de la propia vida, como si Roma diera ese pasaporte a lo íntimo.  Se nos presenta, así, como una ciudad que perturba e interpela. Desnuda lo deseado y lo fallido; señala lo distante, lo perdido. Como sucede en los viajes reveladores, la temporalidad del recorrido vuelca al poeta sobre sí mismo, a la vez que lo anima a la conexión.

En esta parte, los poemas en versión bilingüe nos hacen escuchar el italiano como si fuéramos también por esas calles, llevando las preguntas que dispara este libro. ¿En qué lugar estamos? ¿qué épica nos guía? ¿cuáles son nuestras cartas? ¿cuáles nuestros banquetes y nuestros sacrificios?  ¿Y estos cuerpos asépticos, moldeados?  ¿Dónde el profundo sudor y la sangre, los propios movimientos desatados?  

Esta Historia de Roma lleva a mirar la historia humana, y con ella los signos de lo ganado, lo perdido. A animarse a pisar un puente fracturado. Aunque Roma sea igualmente bella y decepcionante, ahora que los legionarios “cobran diez euros por la foto”.  Tomar un libro como tierra de acceso, la poesía como camino a lo anhelado. Un camino abundante, trazado en el aire.   


Mientras la noche cae

con un guiño de velas en las enredaderas
cruzo el Trastevere y siento
que la melancolía, el error
se dimensionan distinto en tu noche
Roma de los mil scooters
de tus legionarios que cobran
diez euros por la foto
Desde que volví a pisar tus calles, loba
he visto el mundo
segado nuevas heridas
y tengo la incómoda sensación
de que todo está hecho y terminado
perfecto como el puente de los ángeles
viejo como el río que te corta, Roma
Sin embargo, guardo una esperanza tonta
rara en un corazón de legionario
una esperanza fresca y clara
como el agua cristalina
de tus fuentes llenas de monedas

Mentre cala la notte
con una strizzatina d’occhio di candele sulle viti
attraverso il Trastevere e sento
che la malinconia, l´errore
sono dimensionati in modo diverso nella tua notte
Roma dei mille scooters
dei tuoi legionari che incassano
dieci euri per foto
Da quando ho rimesso piede nelle tue strade, lupa
ho visto il mondo
ho raccolto nuove ferite
E ho  la sensazione spiacevole
che tutto è fatto e finito
perfetto come il ponte degli angeli
vecchio come il fiume che ti taglia, Roma
Comunque mantengo una sciocca speranza
rara in un cuore legionario
una nuova e chiara speranza come acqua cristallina
delle tue fontane piene di monete


XX

Dice Lucio Anneo Séneca, nacido en Corduba:
Si se sujetan a la naturaleza, nunca serán pobres;
si se sujetan a la opinión, nunca serán ricos


VII

Dice Flaco Aulio Persio, nacido en Volterra:
Gocemos aprisa; nuestro es únicamente el día presente:
luego no será sino ceniza, sombra, una fábula.



Links

Reseña. «El corazón de un legionario», por C. Schilling
Más textos del autor en op.cit. «Codex Seraphinianus» / «Marlboro Vox»