Un corazón gorila / Leticia Ressia

Un corazón gorila
Leticia Ressia
(Buena Vista Editora, Córdoba, 2020)


Seria para reírse


Por Elisa Molina

“…como boludos / frente a la pantalla del bancor…”

¿Quién no se ha sentido, no sé si boludo/a, pero sí un infeliz a la hora de un trámite en una oficina pública? ¿Quiénes sino nosotros, los incluidos en la clase media, los que cobramos sueldo y/o pagamos impuestos y/o hacemos uso de los canales del Estado y nos resignamos a la interminable espera, a la pérdida de tiempo, a la imposibilidad de siquiera hacer una pregunta, sin previamente pasar por la cola eterna que se merecen los ignorantes que desconocen las reglas del sistema?  Leticia Ressia, pone “boludos”, una palabra que atenta contra el lirismo. Por eso y por el plural,  se advierte que la cosa viene en términos de crítica y de transgresión.

Uno empieza riéndose con Un corazón gorila: “Cuando un poeta entra al banco / su astral se desprende / y espera afuera (“E136”), y hasta cierto punto del poemario, seguiremos haciéndolo, porque reconocemos el campo y nos reconocemos a nosotros mismos y está la analogía del Banco de Córdoba (para más datos y aguzando la ironía, la sucursal Catedral) como la nave de un tempo, los banqueros, sus oficiantes, los clientes como los fieles -que más bien se parecen a los condenados de un episodio dantesco. Y hay querubines y demonios y toda una serie de personajes fantásticos, en una presentación desorbitada y,  como dice Huergo, carnavalesca. La risa es la provocada por el sarcasmo, que rige la palabra “boludos” antes que “infeliz”, puntuando así toda una actitud frente a su tema: no se trata de una queja, se trata de una imprecación.

Tres reseñas sobre Un corazón Gorila, hacen referencia a la hibridez genérica del poemario. Huergo lo aproxima a la obra de teatro. Jozami acuerda y expande (hay escenificación, personajes, didascalia y voz en off) y Lo Presti, acaso para distinguir el contenido de la forma, imagina que el libro podría haber nacido de la consigna escolar de la “composición”, un “no género”, dice, abierto a cualquier desarrollo. Leticia optaría por cantar una suerte de ópera bufa. Rescato de ellas el desvío operado por la autora de la expectativa genérica asociada a la poesía, que estas reseñas o comentarios aproximan a lo dramático. Hay, en efecto, elementos dramáticos. Pero no solo. El poemario se construye con una cantidad diversa de fragmentos textuales y discursivos: referencias a la astrología, y la liturgia, a Juego de tronos, El señor de los anillos y Superman, citas de Bataille, Hegel y el profeta Benjamín Solari Parravicini (esa es muy graciosa); todo dominado por el epígrafe general de Roque Dalton, que encabeza una poesía del desprecio y la degradación. La asociación de una situación pedestre con las expresiones de una espiritualidad construida en términos de sublimidad y salvación propia de las Escritura y de la religión católica, o con la apelación a una secreta armonía cósmica típica del  multiforme y pululante esoterismo contemporáneo es el nervio paródico dominante. No obstante, tampoco hay solo parodia e ironía: la mezcla también se verifica en los múltiples otros tonos que Leticia imprime a su escritura -más bien en la gama que va del gris topo al negro petróleo- entre los que se incluye la invectiva, la apelación, junto a la expresión, no ya de una denuncia externa, sino del puesto de sí misma en ese cosmos demediado; una parca y grave profesión de fe, donde aletea otro temblor:

2.30

“Creo en mi madre que cree
un párpado abierto que aclara
la noche
un toldo rajado en su tormenta que apacigua
lo que perturba
lo que no deja ver
Creo en el mono blanco y su collar de piel de víbora
un arcano en la puerta vengadora
el antimono, el gorila del bien
la profundidad de un cráter que se enfría
oculto, en el centro del banco
un corazón gorila redentor
una salva de auxilio en el océano
arrojada a la intemperie
Creo en mi padre
en sus cuadernos de bordes engrasados con los tornillos del día
su absorta mecánica de la suma
un hombre jubilado que apoya en la artrosis de su muñeca
lo que falta
el contorno de mi pie que crece
merecedor pero vencido
¿En qué creo?
En la derrota que no decepciona
en la parte mía que no cree en nada
Pero resiste.

***

“…el pensamiento adquiere el balbuceo de una lengua”

Como en la literatura serioburlesca, como en la poesía satírica, aquí se deforma para denunciar. Y se lo hace desnaturalizando el hábito, en este caso, el de la espera en un banco de nuestra ciudad. Pero también el hábito que hace de la poesía solamente un sinónimo de lírica. El que de la increíble y vasta variedad de expresiones probadas históricamente haya cristalizado para la representación del significante “poesía” el conjunto de rasgos que se asocian a la lírica, no significa que aquella no haya albergado otras modalidades. En efecto, lo que se entiende como modalidad satírica también ha estado presente desde Arquíloco en adelante, y en nuestra lengua, no olvidamos el “Madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y mi amado”, poema en el que Quevedo también, como otros satíricos, encarna en una figura un disvalor (el poderoso caballero don Dinero, en este caso). El tema no es nuevo y tampoco lo es enteramente la modalidad con que se lo aborda; la originalidad está en la forma del ingenio.

Como en toda literatura de este tipo, hay anclajes muy puntuales, personajes aludidos y referentes espacio temporales: Rivadavia y San Jerónimo, Cadena 3, el loquito de la bicicleta y José Manuel de la Sota son los más evidentes, la plaza San Martín, junto con la inicial mención de la sucursal del Banco Córdoba, unidad de lugar de la primera sección del libro. Esa familiaridad es parte de la mezcla; en su dosificada inclusión descansa la eficacia de la virulenta operación crítica. Pero lo que aporta mayor actualidad y agudeza es el contrapunto insistente entre la experiencia de lo que ve, siente y evalúa ese observador (ese yo que aquí se expresa), detenido -o preso- en el tiempo que se pierde y los números del turnero electrónico. De hecho cada poema lleva como título una letra y un número, seguido en el primer verso de la desesperante cantidad de “personas en espera”. Su reiteración funciona extrañamente como una voz que señala la certeza del absurdo objetivo. El resto es el resultado subjetivo (plegaria paródica, diatriba, reflexión, descripciones fragmentarias que rozan el esperpento, etc.) como si entre número y número se abriera un interludio donde se valora el descomunal desvío que revela la situación presentada como caos. No se trata de una crítica a la moral social,  sino a un estado de mediocridad al que nos hemos subordinado.

La segunda parte del libro tiene otro marco: es de noche y sucede en la plaza San Martín. Se espera el colectivo. Esta sección es más grave. El lenguaje se vuelve deliberadamente crudo y la degradación cristaliza en la figura del mono, del gorila o del homínido con distintos significados: a veces ambigua representación de lo que no hemos dejado de ser; a veces pesadilla; a veces algo superior a nosotros en nuestro actual estado: “…Queridos Monos / he visto el futuro en el cordel de los vecinos / y en el rostro de los precarizados / el pelo se nos caerá / la ropa nos hará finuras para un mundo habitable / las piernas nos harán veloces / la humanidad nos convertirá en idiotas”.

Hay una tercera parte que no está escrita y es tan absurda que parece convalidar con magnífica ironía la sustancia de este libro: su presentación se llevó a cabo en el Cabildo de Córdoba, en el marco de la Feria del libro. Emplazada a la altura de la cabeza de la autora, una pantalla con la propaganda de Bancor.


E222

100 personas en espera

Banco de Córdoba sucursal Catedral. Llueve
Acá estamos los fieles, muchos esperan
la bendición del dinero o que
un dios benevolente, los mire
Acá está Dios.

¿Acá está Dios?

En su omnipresencia nos ve estar, como boludos
frente a la pantalla del bancor:
turno / posición v67 caja 3 E125 caja 7 A46 caja 1
Un coro monótono canta su pitido de pase
Aleluya hermano


E222

80 personas en espera
Las doñas han traído sus chanchos
dinero en los corpiños
pagan todo: oro, incienso y birra
en billetes de $10. Atrás, un infiel escucha Cadena 3
Nuestros dioses son diferentes
El agua limpia la mugre del primer escalón
afuera: el loquito de la bicicleta predica:
En esta iglesia está el mal, el diablo, el pecado de los hombres

Hay silencio en lo que se derrumba
todo el tiempo en que habito la nave del desconsuelo
una rata ondula su mensaje
saussureanamente ordena mis pensamientos
articula emociones. El odio es el comienzo
donde el pecho enciende su granada


E222

La Catedral del banco transpira en los vidrios
la humedad levanta un altar de grasitud en los blancos
cuellos de las camisas
el sudor de los burgueses alcanza su cenit
un viejito de boina aparece
su sombra cae cuando pasa la puerta

La misa es mejor a las 12.30 cuando cierran las puertas al mediodía del caos
Filas dobles, gente de pie. De rodillas estamos
¡Oh padre todopoderoso, virgo y eterno!

Pagamos para vivir el sueño de un dios que truena
en un cielo de papel celofán
hay agua
y en las veredas
la caca de los perros se desarma.



Links

Reseñas. «La aritmética de la espera», por N. Jozami / Contratapa, por C. Huergo / «Poesía del dinero», por F. Lo Presti