La vida secreta de las piedras/ Geología, de Claudia Masin

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Claudia Masin
Buenos Aires
Caleta Olivia (ediciones anteriores: Buenos Aires, Curandera, 2012; Buenos Aires, Nusud, 2001)
2018

 

 

 

Por Celeste Diéguez

 ¿Es posible regresar a un lugar
inventado a lo largo del tiempo, construido
de acuerdo a tu terror o a tu deseo?

Testigos del transcurrir inexorable del tiempo, las piedras nos preceden y sabemos que seguirán ahí cuando nosotras ya nos estemos. Los movimientos de ese reino particular ocurren a un ritmo propio, lento, casi imperceptible para quienes contamos con un vehículo físico finito. El espíritu de la piedra es profundo y su danza se enlaza con la historia de los planetas, con el silencio anterior a toda palabra.
Geología, el libro de Claudia Masin reeditado por Caleta Olivia, despliega un itinerario sistemático trazado tempranamente: “voy a clasificar todos los géneros/ de dolor que conozco como si fueran piedras”, se propone esa niña que recorre la obra de Claudia, que sueña con escapar pero aún no es hora y entonces se refugia en las historias y en la naturaleza para sobrevivir.
Como dice el epígrafe de T.S. Eliot que abre el libro: “Y el fin de todo nuestro explorar/ será llegar a donde empezamos/ y conocer el lugar por vez primera”. Este libro puede pensarse como un collar de historias engarzadas, donde podemos sentir la belleza desgarradora y, con igual intensidad, el agobio de su peso en el pecho. En esa lengua que lo va puliendo milímetro a milímetro, se adivina la voluntad y el esfuerzo de exhibirlo y, en el mismo movimiento, el deseo de conjurarlo.
En Geología aparece enunciada con claridad la que será una de las poéticas distintivas de Claudia, una voz que eligió de manera consciente detenerse en esas historias que la luz descarta por opacas: “Deseaba hablar de las sombras/ con el amor que se reserva para el sol”, nos dice, y modela las palabras, una arcilla que adoptará la forma de ese  drama subterráneo, la minuciosa formación de la falla cuya revelación trastoca los cimientos donde las cosas se asentaron.
Geología introduce también la figura del aislamiento, pieza clave en el potente y personalísimo imaginario de Masin, que en su reciente libro La siesta (La mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2017) nos decía: “Aislarse es tener fe en una forma imposible de estar en el mundo: sin dañar ni ser dañado”. Siguiendo esta idea, la figura reaparecerá en el pozo del aljibe, el cráter del volcán, la esquimal atrapada en su propia casa de hielo –donde el elemento más fluido se ha tornado piedra–. Y aparecen los animales que moran en la oscuridad, tan temerosos de la luz que han quedado ciegos. En este libro de 2001 serán los peces habitantes de lagos subterráneos, que mueren al sentir la presencia del otro; en La siesta, de 2017, serán los topos: “esa forma primitiva de la huida de la luz hacia la tiniebla”, espejo de esa niña que se oculta para no ser tocada, resguardándose de las promesas de la luz, esas falsas esperanzas que la risa y el calor de los habitantes de la superficie le ocasionan: “Cómo diferenciar desastre de belleza?/ Si es tan similar la devastación que ambos dejan detrás,/ el desconsuelo que provocan al irse, si alguna vez han estado/ cerca nuestro”. El descubrimiento del otro en Masin siempre trae aparejada la tragedia del amor y del daño; esa compañía tan anhelada que nos dejará más solos que nunca en su partida inevitable. El otro es portador de una trampa, anzuelo invisible que deseamos pero que nos arrastra, vulnerables, fuera de la zona donde estábamos a salvo.
“Tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir/ de las formas impronunciables que adopta la tristeza”. Claudia armará entonces sus constelaciones con lo que casi no se puede pronunciar, el dolor destilado en el más angustioso silencio, la resignación de la que no baila y observa a un costado la coreografía ajena. Sabiendo que la dicha no es de justo reparto y que cada uno tendrá que llevar adelante el peso que le toca, la voz de la autora efectúa un repaso minucioso en el que sin embargo, como sucede en las historias de los pescadores, tenemos la impresión de que “algo ha quedado sin contarse”.
Este libro también se cuestiona acerca de las posibilidades reales de narrar la experiencia del dolor: como si una historia se escribiera “por la suma,/ la discreta acumulación de partículas” o “como si dibujar una casa bastara para poder habitarla”. Todo el tiempo Masin parece estar dudando de la ingenuidad o utilidad de ciertos procedimientos frente al trauma. Geología y sus múltiples reimpresiones prueban que se puede reconstruir una historia acumulando partículas de vida, cuentas de sentido que las lectoras sabrán deslizar, un refugio cálido levantado en esa intersección entre el cuerpo y el mundo que es la lengua, donde es posible volver a casa, pensar lo vivido a través de las historias que pasan de madres a hijas, inconclusas y en permanente reescritura, como las figuras caprichosas que el viento regala a la piedras.
La niña que habita en los poemas de Geología revela uno de los secretos de su voz: en algún recodo del camino, el dolor la ha convertido en piedra. Pequeña testigo muda, atrapada dentro de un cuerpo vallado, se confina a narrar el movimiento ajeno, el gran peligro que encierran los otros en su traicionera transparencia. Cuando los otros se van o se duermen como en la siesta, cuando los demás bailan o se mueven o viajan, siempre alguien renuncia a su propio movimiento, para quedarse narrando: “Que otros se vayan. Lo tuyo es escribir la historia de ese viaje”. Pero si bien aparecen esas travesías y expediciones que no se concretan, por otro lado, se nos dice: “hablar es ya haber partido y toda cosa que digas/ te separa de la tierra”. La niña es también exploradora y, ya adulta, enuncia estas historias con la voz de la que pudo partir al fin de esa ciudad cercada por la amenaza. Piedra y exploradora: “Es posible una alianza entre materias tan ajenas o idénticas?”. Walter Benjamin nos dice que el narrador ideal debería poder amalgamar dos tipos opuestos: el sedentario y el nómade. Este libro de Claudia enlaza la aparente inmovilidad de la piedra como atalaya desde donde atestiguar la partida de los otros pero, a su vez, ordena y da sentido a los recuerdos de la que pudo huir para salvarse, aunque siga retornando de mil modos. Porque en este libro hay un retorno heroico.
Al contrario de esos mitos en que voltear los ojos al pasado o sostenerle la mirada al monstruo nos convertiría en piedra, en Geología asistimos al proceso inverso. Como dice Diana Bellesi en un epígrafe que podría funcionar casi como subtítulo del libro: “o no hay como seguir si no se vuelve”; será preciso volver al origen a explorar el corazón de esa  tristeza, oculta tras una defensa rocosa, que ya se volvió cárcel. Como si mirar hacia la infancia y tallar esa dureza revelara facetas  de información vital; como si este muestrario de piedras preciosas alojara en sí una cura secreta y algo mágica. Echar luz y palabra sobre lo dañado desencadena un sismo que conmueve todo y ya nada quedará igual. Y es ahí donde lo más denso de la carga –la vergüenza, el miedo, la pena– se aligera y vuela como un géiser, una cinta de agua capaz de horadar y deslizarse a través de lo más rígido, o arena pulverizada hasta volverse aire. Y ese territorio de luz que alguna vez creímos vedado para nosotras se abre; porque los poemas de Claudia Masin, así como  el uso de ciertos cristales, vibran con la frecuencia necesaria para restaurar la memoria del cuerpo.

 

Poligrafía

Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras
al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia
se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas.
O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero
¿quién vive una vida real en una casa dibujada?

Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas
de la siesta, que hace que todos prefieran dormir. Aún así,
resistías despierta. Es extraño pensar en una vigilia en pleno día,
cuando nada escapa a la visión y cada sonido resuena
amplificado en el silencio.

Los climas violentos crean una sensación de inminencia,
la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval
o del calor intenso: una fiesta que se celebra
por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación,
y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez
frente a cosas idénticas.

En esa hora en que son intensas niñez y desdicha,
como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál
sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido,
acaso el descubrimiento de la tristeza,
esa grieta que modifica tu mundo para siempre?
No es otra cosa que ese momento
lo que dirían las palabras, si alguna palabra
dijera alguna vez algo cierto.

 

Hans

a Susana Villalba

Vas a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir
de las formas impronunciables que adopta la tristeza.
¿Qué es lo que quisieras decir? Tal vez que por las noches
salías a ver cómo se formaba la tormenta,
y la electricidad del aire te capturaba como un halo
dentro del cual te convertías también en pura radiación,
en pura espera decidida, tensa. O que la primera
vez que te quedaste a solas con el aguacero pensaste
“no se cae la noche por ser tan hermosa”,
pero sin embargo temblaste, capturada
por esa forma insólita de la pasión que es el miedo.

Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible
del viento, la violencia del agua arrancando las hojas,
el jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje
hecho para el sol no resiste la visita de la noche.
¿Cómo diferenciar desastre de belleza?
Si es tan similar la devastación que ambos dejan detrás,
el desconsuelo que provocan al irse, si alguna vez han estado
cerca nuestro.

Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora
que ha extraviado la brújula y espera, en la completa
soledad, una señal de los astros, una complicidad azarosa
e improbable que la lleve de regreso a casa.

No es verdad que las exploradoras no temen
ni que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana.
El miedo otorga un nombre como una moneda falsa
para comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje.

Una palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado,
minada la gratuidad de la única alegría real,
que es la del cuerpo.

 


Links

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Entrevista. «La poesía a nivel social…», por G. Yuste, en La Primera Piedra