Francisco Garamona. Voy a decirte algo en secreto

Voy a decirte algo en secreto, de Francisco Garamona, Buenos Aires-La Plata, Club Hem, 2018

Tatuaje

Tatué una carreta en la piel de una muchacha.
Ella era morena. Estaba a la sombra de una palmera.
Sus ojos cerrados demostraban
que su sueño era profundo.
La aguja de mi máquina de tatuar
calaba hondo. Piel favorita,
piel brillante, la oscuridad te agita,
te enciende un instante.
Y vos te vas para volver,
volver atrás o ir hacia adelante.
Es lo mismo, según de qué lugar se mire.
Tu tatuaje es espléndido y vos sos fascinante.
La noche se cierra y un círculo se abre.
Vamos juntos al río. Las estrellas
son polvos de luces en el aire.
Y la noche empieza con una lágrima
y con otra que cae y cae y cae.

 

Carpentier

Hace un rato me reí,
por un chiste estúpido
(mis preferidos y de los
que además soy experto)
pero tenía en la tráquea
el humo de un cigarrillo
que me hizo toser
y me quemó la garganta.
Fumar y reír, mal matrimonio.
Después salimos por las calles de Lima,
y como muchas veces pasa,
entre nosotros, no logramos
que fluyera la energía.
Después me volví a mi hotel
y al rato me fui solo,
me alejé, como diría Carpentier,
para ir a una discoteca
en la que no conocía a nadie.
Hice amigos al instante,
momentáneos y efímeros,
tomé mis tragos transparentes,
la gente alrededor era corriente,
muchas chicas hermosas,
era realmente así.
Fui al baño un par de veces,
se me cayó una tarjeta Sube al inodoro,
y la dejé ahí, hasta que un chico,
psicólogo según él, la rescató
y me la trajo. ¿La lavaste? pregunté
intuyendo que no lo había hecho,
por lo que corrí al baño y la limpié.
Siempre un extranjero extranjeriza,
aunque la mugre, los detritus y residuos
sean iguales en cualquier parte del mundo.
Había una raíz misteriosa que en mi charla,
dejaba pasar de lado mi descrédito…
Puse música en la rockola vieja,
virginizé a un público cautivo.
Después fui al baño otra vez
y el piso estaba tan mojado
que con mis zapatos finos de suela de cuero
me resbalé y caí al piso
y encima me di la cabeza
contra una pared que retumbó tardía.
Cuando volví a la pista
(de la que era el dj inobjetable)
todos se habían ido ya,
así que caminé hasta mi hotel,
con paso firme.
Pero antes les pregunté
a tres o cuatro patovicas
que custodiaban la puerta
de una serie de boliches
cuál de las casas de esa cuadra
había sido de Martín Adán,
uno de mis poetas favoritos,
porque algún dato medio esquivo
tenía sobre ese tema y sabía que en uno de esos
caserones coloniales ahora devenidos
en discoteques de reggaeton
él había pasado su vida
escribiendo los libros
que no puedo olvidar
porque ya son parte de mi vida…
Caminaba rápido,
solo en la madrugada sola
con miedo a que me roben,
(tenía todo conmigo, plata, tarjetas, y otras cosas,
y hasta los dientes de oro de una puta polaca
que un amigo me dio por si me quedaba en cero).
Pero de golpe intuí
cual había sido la casa natal del poeta,
y mientras empezaba a principiar el otoño en barranco,
me recliné contras las rejas de las ventanas
y con una voz casi inaudible dije:
kjsajd7’=(·3çsalkdjsalfjsalfj.

 

Vías

Qué atroz se ha puesto
la realidad…
Y hay literatura tan genial
que uno cierra el libro
y fija la mirada
contra una pared vecina,
o mejor entre dos estrellas,
que se encienden a lo lejos…
Marcelo se acostaba en las vías
esperando que pasara un tren y lo mate,
porque iba a ser tu fantasma.
Le pedía a Dios que te dé todo:
casa, viajes, educación, comida.
Y también salud y larga vida,
es que le gustaba cuidarte,
y acompañarte para siempre.

 


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