Las preguntas que me hice. Eduardo D’Anna, entrevista y poemas

Nacido en Rosario en 1948, Eduardo D’Anna es poeta, ensayista, narrador y dramaturgo. Formó parte de la mítica revista El Lagrimal Trifurca. Como traductor, se dedicó a la obra de W. B. Yeats y Manuel Bandeira. Ha estudiado la literatura rosarina y santafesina, escribiendo La literatura de Rosario (3 tomos, 1990-1991) y La Literatura de Santa Fe. Un análisis histórico (2019), entre otros títulos. Integró las antologías Los mejores poemas de la poesía argentina, de J.C. Martini Real (1974), Antología de la poesía argentina de R.G. Aguirre (1979), El amor en la poesía argentina de E. Romano (1976) y 200 años de poesía argentina de J. Monteleone (2010), entre otras. Con casi una veintena de libros de poesía publicados, Eduardo D’Anna es uno de los grandes poetas argentinos de la actualidad.

Índice
“Que el lector continúe tu poema”. Entrevista y poemas de Eduardo D’Anna. Por Diego Colomba
Poemas mencionados en la entrevista
Selección de poemas. Por José Villa
Poemas inéditos
Datos bibliográficos

«Que el lector continúe tu poema»

Entrevista y poemas de Eduardo D’Anna

Por Diego Colomba

—La música, las canciones, los músicos suelen aparecer como tema de tus poemas. ¿Cuándo descubriste que las palabras tenían su propia música?

—Todo chico lo descubre. Por las adivinanzas, los trabalenguas, especialmente los pornográficos. Aprende a jugar con las palabras, como con otras cosas. Si no se olvida de cómo jugar con ellas, puede llegar a ser un poeta, como Dylan Thomas decía.

—¿Cómo veías a la poesía argentina y rosarina, qué sabías, qué pensabas de ella, en cada caso, cuando empezaste a escribir poesía?

—Hacia 1962, por EUDEBA, empecé a saber que ciertos libros que había en la biblioteca de mis viejos —Almafuerte, Carriego, Lugones, Alfonsina—, eran de poesía argentina. Y había otros libros, evidentemente escritos en Rosario, de tipos que se llamaban Alcides Greca, Ana María Benito, José Peire, Ángel Guido, que, por algún motivo, no estaban entre los libros que EUDEBA publicaba. Raro. Pero en ese momento no le dí mucha importancia. Unos meses después, empecé a escribir poemas, unos sonetos horribles. Pero sólo cuando me di cuenta de que la cosa venía, lamentablemente, en serio, unos cuántos años después, empecé a preguntarme si yo estaría entre los primeros, o estaría entre los segundos. Por el momento, sólo eso. Después en El Lagrimal descubrimos a Felipe Aldana, pero lo publicamos no porque fuera rosarino, sino porque era bueno y estaba olvidado. Lo habíamos hecho con otros poetas ya, no de Rosario, por supuesto. El asunto interesó, y empecé a trabajar con la obra de Irma Peirano, más o menos por el mismo motivo. Y después, ya el asunto empezó a ser aquella vieja pregunta: ¿por qué no estaban en las antologías? ¿por qué no se los enseñaba en las escuelas?, ¿qué iba a pasar conmigo, cuando yo ya no estuviera? Y entonces empecé a estudiar la literatura de Rosario de manera más orgánica, a construir un relato, a escribir una historia, y a meterme adentro.

—Con el sello de El Lagrimal Trifurca fueron apareciendo tus poemarios Aventuras con usted (1975), Carne de la flaca (1978) y A la intemperie (1982) ¿Qué significó Francisco Gandolfo para la poesía de Rosario y para la tuya en particular? ¿Aprendiste algo de él o creés que él aprendió algo de los jóvenes con los que interactuaba en El Lagrimal? ¿Fueron afectaciones mutuas?

También publiqué con el sello del lagrimal Los rollos del mar vivo (1986). La poesía de Francisco, afortunadamente, ya tiene un lugar no sólo en Rosario, sino en la poesía argentina, aunque puede caerse del canon en cualquier momento, si no hay crítica que apuntale su significación. Eso ocurrió porque surgió en un momento mucho más amplio y democrático que el actual, donde las producciones del Interior fueron receptadas con otro espíritu, desde Juan L. Ortiz a Hortensia. Seguramente hubo una interinfluencia entre todos los lagrimales, pero la más importante fue la de Elvio, que siempre tuvo una claridad teórica mucho mayor que la de los demás, incluido su padre, por aquellos tiempos.

—¿Son deudores de  la poesía de Parra y Cardenal ciertos rasgos de tu poesía (lo coloquial, antipoético, irónico, narrativo, antiheroico, absurdo) o se fueron cristalizando sin la ayuda de sus textos?

No, no: deudores. Francisco tiene una relación evidente con Parra, y los demás con Cardenal, a quien la revista le gustaba mucho.

—Has desarrollado una larga tarea crítica, sobre todo con tu rol de historiador de la literatura santafesina. ¿La ponés entre paréntesis cuando hacés poesía?¿Se filtra en tus poemas de un modo más o menos sutil?

Yo hago literatura santafesina (y, por ende, rosarina). Ahora lo sé.

—Tu poesía tiene una entonación que la acerca engañosamente a cierta poesía coloquialista argentina. Pero la ironía socava desde el principio cualquier facilidad o afirmación entusiasta costumbrista y acrítica de una manera de ser. ¿Cómo pensás el rol de la ironía en tu escritura?

—A la corriente a la que pertenecemos Francisco, Hugo Diz, Elvio [Gandolfo], Sergio Kern y yo, más unos cuantos más que no sé si se reconocen dentro de ella, la llamo cotidianismo, que no es lo mismo que coloquialismo. Porque no sólo usa un lenguaje coloquial, sino que, además, guarda una relación de igualdad con el lector. No siente que tiene autoridad para decirle nada que el otro tenga que creer necesariamente. Más bien siente que puede proponerle una conversación. Y entonces, la ironía sirve para destruir toda ilusión de autoridad, de seguridad, en la palabra del poeta. Lleva al lector a preguntarse, ¿qué dice este tipo? Es decir, a continuar él el poema.

—Insistiendo con lo de entonación coloquial, se puede pensar en la vitalidad del lenguaje, en que la poesía se nutre de ella. Pero se puede ir también por otro lado. ¿Se puede escribir poesía para, entre otras cosas, conversar con los ausentes, con los muertos, con los fantasmas que nos habitan o el personaje que creemos encarnar en la realidad?

Conversar con los ausentes, con los muertos, con nuestros doppelgängers, es un signo de vitalidad. Yo siempre lo hago.

—Sos una persona interesada en la política. Lejos de ser declarativos o denunciativos, para mí tus poemas (“La isla del tesoro” o “Feria americana”, para dar un par de ejemplos) son políticos en un sentido más profundo, radical ¿Qué pensás al respecto?

Hace mucho que ya no me interesan los poemas que yo llamo “tachín-tachín”, que cumplen la función de los cantitos en la cancha (“vamo a ganar nosotros, somos mejores, etc.), o el gipoteo martirológico cuando cae un combatiente. A mí me interesa que la poesía puede decir cosas políticas que en prosa todavía no se pueden decir, o llevaría muchísimo tiempo decirlas. Fijate estos versos de Vallejo, que equivalen a varios tomos de prosa política: “Cuídate España de tu propia España / cuídate de la hoz sin el martillo / cuídate del martillo sin la hoz”.

—En la serie de poemas donde aparece el Tuqui, un amigo de la infancia, hablás de una incesante destrucción en la ciudad, en las civilizaciones, podríamos agregar. Y del rol de las mentiras que levantan una naturaleza. Recuerdo, en ese sentido, el poema “A cierta altura de la vida”. ¿Son los poemas esas cosas “inexistentes” que terminan ocupando un lugar material en nuestras vidas?

—Sí.

—En “Piedra encontrada”, el sujeto enuncia ”Cuando creías en los poemas/ era cuando todo/ parecía posible”. ¿Los años y los poemas escritos te dieron una visión más amarga pero más ajustada de lo que pueden hacer las palabras?

Bueno, esos versos no tienen que ser tomados en su sentido literal. Son sugerentes, son de esos que llevan a lector a preguntarse: “¿pero qué dice este tipo?”

—“La puerta de calle” concluye con los siguientes versos: “Puerta, puerta. / Que al cruzarte camine / yo, todavía, hacia el poema.” ¿Esa es la única ilusión que puede hacerse el poeta? ¿Soñarse habitado por el entusiasmo?

Éstos, en cambio, a mí me parecen enteramente literales. Dicen lo que el diccionario dice que dicen.

—En “Palacio”, comenzás “Reviso mi vida:/ no conozco otra”. Y concluís “Y reviso mi vida. Y me doy cuenta/ que no me interesa tampoco.” ¿Qué tipo de vida o la de quién le interesa al poeta que sos cuando escribís?

Tiene que ver con rebajar el papel omnímodo y grandioso que le dan al poeta ciertas escuelas poéticas.

—Existen los grupos, las revistas, los festivales, pero la poesía nace de la soledad. En “Cargando con el muerto”, señalás “Cada cosa que vas / descubriendo, te aleja / de los que todavía / la ignoran,” y más tarde, “Nuestra magia es solamentev/ individual:” Es decir, “por más fe que se tenga”, ¿la poesía nace y muere en la soledad, por más fiestitas que le hagamos alrededor?

Se puede tratar de que el lector continúe tu poema, haga un poema que sea de los dos.

—En “La escalera”, hablás de los sueños de soderos y carteros. En otros poemas se extrema el imperativo de “no ser nadie/ Nadie”. ¿Sería esa la actitud antipoética (filosófica) básica para tomar la palabra?

Forma parte de la actitud de la que te hablo en las respuestas anteriores.

—“Soy el dueño de este desastre”, se confiesa el habitante de una casa en “Los cuadros”. ¿En la poesía podemos reconocer nuestro singular desastre, nuestra singular miseria, aceptar la piedad de unos cuadros colgados?

Todas las vidas son un desastre, ojo si no lo son.

—Tu poesía es muy permeable al humor. Concluís un poema con “les traen / otro café/ cuando quieren pagar / irse / les traen el diario / cuando quieren saber / cuándo morir”. En su lógica absurda, estos versos parecen una descripción realista de nuestro día. ¿Se puede evitar el humor, una vez instalados en el mundo?

—Se puede, pero no se debe. ¿Cómo vas a jugar con las palabras, si no? De paso, me parece que los versos que ponés como ejemplo no son muy humorísticos, ¿o sí? Vos dirás.

—Pienso que vos y Pidello, dos grandes poetas vivos de la ciudad, aún no tienen su poesía reunida y anotada, al estilo de lo que la Editorial Municipal de Rosario hizo con algunos autores fallecidos. ¿Sirve de algo que cuelguen una foto en un pasillo o un consejo deliberante o una legislatura le den un diploma encomiástico a un poeta mientras no se facilita la divulgación de su obra?

—Tu pregunta, lógicamente, es retórica, y ya conlleva la respuesta. Claro que no sirve absolutamente de nada. A un poeta, vivo o muerto, lo que le hace bien es simplemente publicarlo, hacerlo conocer. En el caso de los poetas viejitos como nosotros, hay una ventaja adicional: la obra constituye lo que Ungaretti llamaba la vita d’un uomo.


Poemas mencionados en la entrevista

Piedra encontrada

En esta ciudad
cuando alguien abre las puertas
del Infierno, se nota.

Los árboles mutilados
se estremecen
en las plazas falsas,
los vidrios
de los escaparates
se humedecen
sórdidamente, porque
había inocencia aún
y algo
ha caído sobre ella.
Es que hemos olido
otro cuerpo,
y es distinto
de como lo soñamos,
en las recalentadas
calles, mucho tiempo
atrás.

Son vidas, sí. Primaveras.
Pero nunca con el exacto
tono del viento: frío
si hace calor y viceversa,
como el suavísimo olor
que ahora sabemos
que no será descanso.

Y hay que vivir,
mirar a los ancianos
sentados en el balcón
al atardecer, las ventanas
abiertas, la impudorosa
visión del techo
de su habitación,
de su araña, del extremo
de su ropero donde hay
textiles flores de sueños
de películas en blanco
y negro,
con olores también,
que uno no sabe
si recuerda.

Pararse. Mirar eso
antes de entrar, de subir
a la entrega de ella,
al deseo que se culmina
y vuelve a abrir
la puerta de las muertes.

Cuando creías en los poemas
era cuando todo
parecía posible: los viajes,
el amor como un viaje,
pero has hecho ahora
esos viajes, trayendo
y llevándote átomos,
cosas que existen,
de todos lados.

Confundirte. Podrías
confundirte. Yo podría
ayudarte a hacerlo,
borrando todo
con mitos, que los versos
fabrican.
¿Te sería
agradable?

Pero es que yo también
crecí. Yo también
ya he escrito demasiado.
El poder fulminante
de las palabras,
de su no ser usadas todavía,
ya no existe Las hojas
se estremecen, sin embargo, sin sentido
ninguno, hermosamente,
en el viento que se está levantando!
Borrala de tus sueños, no
la compulses con lo real, que quede
desolada, de pie, en ese cuarto
de un recodo
del Infierno, una sombra,
una pesadilla de la vida.

Mañana pasará. Por las calles.
Y antes
que esto llegue a tus manos,
serán otras las modas, todo
lo que se puede y no se puede
hacer, y nadie
que la mire sabrá que en el cuarto
plantada en medio del calor
y del Infierno, sin lástimas
sin versos ni proyectos, la deseaste
tan sólo
porque el techo que la amparaba
era trágico como los olvidados sueños
de los viejos de enfrente
abandonados en el verano.

Sí. Mañana
la mirarán, le enviarán
como cartas con miradas, cartas
que jamás se leerán a sí mismas, que
quedarán en una poste restante
del alma, donde ella
jamás acudirá. Polleras.
Medias, andares. Muerte
fascinándose con el irle
detrás.
¿Y si acaso lloviera
entrarías, entonces,
más tranquilo?


¿Si la lluvia
hablara en tu lugar,
desplazaría al silencio?

Deseada como lluvia.
Como al fresco en medio
del calor. Y no lo sabe.
No sabe lo que rodea
su atraer, las piezas
que franquean su pieza,
las líneas que a ella
llevan, esa tarde
desfalleciente
en una luz
manoseada e insípida.

La puerta oscura se abre,
la escalera como una caverna
se extiende ante tus pies,
la solitaria luz
de la bombilla huérfana, fulgura
al fondo y a lo alto. Subí.
Hoy la ciudad
lo hace posible.


La puerta de calle

Aquí está; éste es
el límite. Los loros
de la filosofía lo
marcan, empeñosos:
desde acá para adentro
es lo mío; para afuera,
lo otro. Qué importante.

Grande, vieja, oxidada,
la puerta de la calle
espera siempre: en vano,
en relación a los que no
vendrán ya; y a los otros
abúlica flanquea
en su paso a las cosas
que los esperan, buenas
si quiere Dios; y si no,
lo que sea.

Pasaron
los tiempos en que, según sonaba
al cerrarse en lo alto de la noche,
sabías medir la cantidad de vino
que yo traía en mi maleta
de piel y huesos. Porque las crisis
volvieron la aventura en puros
manotones de ahogado.
Puerta, puerta.
Que al cruzarte camine
yo, todavía, hacia el poema.


Palacio

Reviso mi vida:
no conozco otra.
¿Qué viento agita el mar, afuera?
Sé que hay perfumes en él,
y también en el pasto.
Y en las casas. Cada casa
tiene, lo sé.
Pero no puedo interesarme en ellos.
Y reviso mi vida. Y me doy cuenta
que no me interesa tampoco.


Cargando con el muerto

a Roberto De Gregorio

Estar solo no se debe
a razones metafísicas: es un modo
social de ser, una consecuencia
de actos libres en sí, pero que no conservan
tal condición cuando el tiempo
los acumula; esos ómnibus
recalentados de cuerpos
que se estrechan no todo lo posible
sino lo que su astucia
y las órdenes del chofer les permiten
hacer; rincones, manoseos
estrategias para bajarse, o aún
diminutas defraudaciones.

Cada cosa que vas
descubriendo, te aleja
de los que todavía
la ignoran, porque no es posible
transmitirla, ¡ay! haría falta
un mito, una leyenda; pero
no hay una forma rápida, sencilla
de producirlos, de atribuirle
a tus palabras ese valor que cualquier médico
brujo de una remota tribu
conoce y puede dar; en esta selva.

Nuestra magia es solamente
individual: es lo que hicimos
lo que sin darnos cuenta
acumulamos, en días
faltos de gloria, que el viento
juntó azarosamente y sin escrúpulos.
Distinto de los otros ¿cómo
leerán ellos el libro?
¿Cómo lo harán incluir
en el olvido? Bah, leyendas,
sólo un pueblo las hace
y no lo sabe.

Y porque pasa esto
por más fe que se tenga
cuando estás solo, estás
solo: el mito
al hablar no lo hará
como querías; ahí está
el muerto, aquéllos
de los que te distancia
lo sabido por vos, la caridad
imposible que en ellos
querrías realizar.
Lector: yo aumento
la distancia entre tus sueños
y los míos cada vez ¿habías
visto? ya no soy más
quién parecía hablarte
en tus recordados episodios
al despertar en medio de la noche
angustiado por los fantasmas dulces;
es más difícil ya
saber si te he servido.

¿Qué hacer, entonces, pues,
sino ficción con mis sentimientos,
transformar las verdades descubiertas
tan dolorosamente
en un cuento de irreales bosques?

Sí. Darse a pertenecer
a tradiciones que ayuden
a engañarte. Construidas
con materiales en desuso
o aún poco estacionados (Todo
urge). Las verdaderas quejas
serán ardorosamente
personales sólo para morir
disueltas en ese quemante
ácido: es mejor que si algo
duele, nos dispongamos
a incrementar ese dolor
con esta nueva insoportable
sensación, vomitando
el líquido funesto. Volviéndonos
a quemar otra vez la garganta
ulcerada; si el propósito
es hacer con ello un arte.

Pues de este modo,
sólo lo corroído llegará.
Legibles, las pequeñas
payasadas moderarán,
por último, el innoble
espectáculo: el estilo
de crónica
policial, abundante
en frases hipercultas,
agua colonia
entre la mugre,
deslumbrecillos;
conservantes,
en resumen. Persuasiones.

Si hoy habláramos claro,
no se trataría más que de eso:
lo que no vuelve, porque está cargado
sobre mí, mirando
demolida la casa donde algún día
alguien pensó vivir, en la obsoleta
programación inicua de los años
que se creyó, banal, autorizado
a proyectar. No hablemos
claro.

No. Por más sabio que seas
al halago de los aciertos,
por mucho que te agrade
creer saber, en su tranquilidad
y calma, lo que pasa; acordate:
no hay palabras mejores
que éstas.

Dejemos, pues, al muerto
sobre mi espalda. Pero,
escuchame, hablemos: de otro
modo, de otra manera, esta
barata fotocopia clandestina
irá empalideciendo con los años
hasta no poderse leer; y habrá silencio,
y en él, amigo mío,
habrá señales que no imaginamos,
habrá mensajes terribles, testamentos
injustos, instrucciones
que llevarán a nuestros hijos al delirio.

Es preciso seguir, es necesario
hablar para callar, y en ese acto
elegir las palabras: que sean
bellas o no, que nos traicionen
o no, que transparenten
vísceras falsas
o verdaderas.

«¡Ah, bosques!»
(y lo que te destroza
tiene de bosque tanto
como un camello oscuro)
«¡Corazones!»
(y es un hígado)
y todo así ¿se entiende?

Claro que no, para eso
he gastado mi tiempo. Corazones
y bosques. Solo. Cerrás
el libro. Antes,
humildemente, yo dejé
que lo cierres.


La escalera

Lo primero que ven
los demás, cuando entran:
mármol y bicicletas
y un entreverse de misterios,
de lámparas y cuadros
en lo alto, en recodos,
con interrogaciones
que, jamás satisfechas,
alimentarán sueños
de carteros. De soderos.
¿Por qué no? También es
gente que sueña.


Los cuadros

Cierro los ojos y ellos se acercan.
Son agradables y cálidos: son
criados en casa. Deberían
hablar, si esto fuera un poema
imaginativo, pero
la verdad es que se quedan en silencio,
mirándome.

Obvio, que con piedad.
¿Cómo lo sé?
¿Cómo lo sé, si tengo
cerrados los ojos? ¡Ah….!,
Éste no es un poema explicativo.
Sí, cerrados los ojos. Y los miro,

y ellos me miran. Desde su caballo,
el hombre que ha robado una muchacha
que lleva a grupas, preocupado,
me mira. Las palmeras
del Monastério da Grácia,
acarician el aire viciado
del hall. Las iglesias
de madera de Chiloé parecen
acordarse del mar y las colinas,
pero también me miran.
Soy el dueño.

Soy el dueño de este desastre.
De mi vida y de mi hacienda,
a la que ellos pertenecen. ¿Qué
les puedo decir? ¿Qué cuentas
les podría rendir?
Son piadosos,

y eso ya quiere decir algo.


 [no están…]

no están en otra parte
sino que están en otra parte
pero solos
cada uno
habla un idioma
incomprensible
para los otros
nunca se entienden

les traen
otro café
cuando quieren pagar
irse
les traen el diario
cuando quieren saber
cuándo morir


Selección de poemas

Por José Villa

He leído la obra de Eduardo D’Anna con persistencia aunque de un modo discontinuo, en libros del autor, antologías, revistas y diarios y ahora en publicaciones de internet. Esas lecturas vienen de la época del Lagrimal hasta la actualidad. El recorrido fragmentario me ha ido imponiendo una imagen de su poesía, siempre inquietante, que a veces me resultó admirable por su tono fogoso y contenido, y en otras ocasiones me ha dejado afuera, pero eso también me motivó. Así, bajo esta condición, encuentro que los textos que voy a presentar, de la serie Desayunándose, conforman un encuadre de múltiples procesos que el poeta ha venido manejando en su progresión. En mi experiencia, componen un núcleo central de sus intereses: la vida urbana y su obligado desapego; la ironía que traza el rictus del poeta, por lo que lo cotidiano se vacía de la escena sencillista; el montaje literario que delata la naturaleza de la realidad o el proceso histórico. Son poemas que transfieren fuertes argumentaciones, y que no abandonan su objetivo formal. Las frases se estiran, por efectos de la puntuación y los cortes digresivos, dándose énfasis, valor y pausas a veces remilgadas y gustosas, haciendo el espacio para que su hablante exista, diga, acá estoy. ¿Dónde está? En muchos lugares, porosos, delgados, pendientes: observando la escena social y política, tramitando un asunto del alma, o sosteniendo una trama de su imaginación. En esos términos, el orden natural de un señor que está sintiendo la vida pasar, y que lo expresa con palabras aquilatadas, deriva en una morosa construcción personal y a la vez en un grabado improbable de su cultura; el poema es su ficción y su única manera de decirse.


Textos extraídos del volumen Libros de poemas, 2013

La partera

¿Qué pasó con los amos? El paraíso
que prometían era doméstico.
Y ya nada es doméstico. La pompa
de aquel antiguo refrigerador
resuena en el vacío: felices
seríamos de poderlo exhibir
en la vía pública.

Pero lo robarían, ¿verdad?
El programa
se ha destruido a sí mismo.

De aquellas viejas posesiones, como
de una flor, nace y crece
en el país de los derechos adquiridos
que no respeta nadie, el nuevo mundo.


Consolato

Huir es un privilegio:
los cómodos se instalan
en reposeras de playa
a las diez de la noche
para conseguir números
apenas abra al otro día
el Consolato Generale.
Es tan propio de ellos
escapar de este modo,
aguzando el ingenio
para pasar primero.

Sus abuelos, realmente,
no dejaron atrás
más que miseria y guerra;
pero éstos no saben
su miseria y su guerra.
Les dieron una historia
falsa, una geografía
oculta. Lo que tienen
no lo saben,
y no lo tienen.
No saben quiénes son.
Se lo merecen.


El asado en «La Delia»

Por Oroño, misterioso y oscuro,
el edificio es tapado por los árboles.
En la parrilla de la planta baja
que se llama «La Delia» encuentra
ya al negro Acosta, a Rubén Sevlever
y al finlandés Matti Rossi; se sienta
a esperar los que faltan. Es el año
sesenta y ocho, creo. Alguien comenta
«en una pieza cochambrosa, arriba,
mirando el mundo a través de las hojas
de los árboles de la calle, vive,
parace, un adivino». Pero el guante
nadie recoge. Llegan las ensaladas
y otros amigos. Después llega la carne.
Se habla de traducciones. No hace falta
corroborar lo que se sabe. El Futuro
en que creen, es cálido, palpitante
cuento de hadas, es tan bello
que parace que realmente sucederá.


Sentado

El hombre que ya vio, que ya soñó,
que ya cambió de planes, y volvió
a ellos de nuevo, está sentado.
En la puerta de calle, en la puerta
del mundo, está sentado.
Todo está por pasar. Delante de él.
Él sabe que es así. Por eso espera.
Pensó cosas, las abandonó,
volvió a pensarlas. Sabe que es así,
que volverán las ilusiones
y los entusiamos. Y las desilusiones,
y los fiascos. Pero ya comprendió
que así se vive. Que tu bando
no es un equipo que gana el campeonato,
que no es ganar, la historia; que no gana
el que gana, sólo sostiene el lápiz
que dibuja el Dibujo. O el dibujo.
El dibujo, mejor. Uno de ellos.


Otra vez

Ese brillo que en tus ojos se produce
que yo sé relacionar con tu sonrisa
por haberlo aprendido de otra gente,
otras luchas, otras paternidades
que viví, antes de ahora, hace que pueda
reconocerlo: es ése que se da
con esa forma especial de sonreírse
cuando alguien, algún día de su vida,
ha visto la verdad, y que es posible.


Cantarán tu canción

Éste ya no sos más. Sos aire,
viento muerto. ¿Qué importa
tu forma de pensar, cómo era?
Lo que inventaste, pólvora
o paraguas. Antiguos
logros que hoy se disponen
a ser iguales exactamente
a los de los demás. ¡Milagros
que la flor o la araña
no precisan saber!

………………Sin embargo,
si sopla el viento soplará tu viento,
cantará tu canción de aquellas tardes
que interrogabas porvenires. Alguien
lo sentirá en la cara, como un roce.
Como un algo especial. Pues también
existe lo especial. Existe
todo, la verdad. Todo, todo.


Migas

El padre conduce a Hansel
y a Gretel por el bosque. Va
a dejarlos en medio del bosque,
a perderlos en la floresta
para que los lobos se los coman.

Hansel, muchacho despierto,
no ha sido quebrado por la maldad
evidente de su padre; y tiene
fuerzas aún para procurar
su salvación y la de su hermana:

ha robado un pedazo de pan,
y va sembrando las migas
por los senderos del bosque
para después poder encontrar
el camino de regreso a casa.

Hansel se siente muy orgulloso
de la integridad de su carácter;
tira las migas sin mirar atrás,
sueña hacer fracasar los planes
filicidas. No se da cuenta

de que Gretel recoge las migas,
y convida sonriendo a los pájaros.


Literatura policial

El viejo es asaltado en pleno día
en la calle, por dos simpáticos
pendejos. Y aunque todos
lo vemos, nadie hace
nada, porque el acontecimiento

parece filmado, ¿y cómo entrar?
Él no solo no se resiste
y les entrega su billetera, sino
que quiere, además, darles un libro.

Los pendejos, por supuesto, agarran
la billetera, y al libro lo tiran
y al viejo también, al piso.
Huyen. Nadie se mete aún. El programa
no ha terminado. Hay que acercarse,

sin mucho compromiso, y ver
el título. Decididamente
curioso, yo me inclino, y leo:
es una novela policial. Cuando
queda claro que lo sé, la gente
se arrima entonces a ayudar al viejo.


Alberdi

Tras la barranca estaba
la proyectada avenida,
que era de tierra, hasta
las arenas de la costa del río.

No había semáforos.
No había discotecas,
ni restoranes, ni clubes.
Se podía ser un salvaje
durante una hora, y después
subir la barranca
y regresar al mundo civilizado.

Pese a las amenazas
del Fondo Monetario
todo eso cambió: se
construyó, pavimentó. Hubo
progreso. ¿Quién
iba a decirlo?

Para el Fondo, muy poco
progreso. Para nosotros
demasiado progreso.


En Troya no se ha encontrado hasta ahora ni una sola tablilla escrita

Ellos también deben haber tenido crisis.
Corrupción, desde luego (el caballo,
lógicamente). Lo sabemos.

Así que, ¿dónde
está el misterio? Vivieron
aquí, es evidente. Fueron,
se ve, como nosotros. ¿Por qué
tenían que ser distintos?

Pero, después de todo,
¿no serían distintos?
Aunque sea más bajitos.
¿Y todo lo perdieron?
¿Como nosotros?


Bosques

El alma

La verdad de tu vida, caminar
por una calle bordeada de plátanos
mientras garúa silenciosamente
como en un bosque, e ir pensando en cosas
que te pasaron hace mucho tiempo.

Y que no sea un bosque para nada,
que a la cuadra se acaben los plátanos
y ya desnudo en la calle desnuda
a través de las casas bajísimas,
que contemples en el cielo las nubes
viajando desde el fondo del tiempo.

Tu vida no existe más que en los pasos ésos
detenidos ahora mirándolas correr,
grises y negras, revolviéndose
en huecos, en luces evangélicas. Volver
a casa. Terminar tu vida. Hacer
como se pueda, un alma

que recomponga el bosque. En lo doméstico,
digamos. Un jardín donde ella,
como un gato, pudiera
andar, comer, dormir,
si es que existiese.


El infiel

a Andrés Neuman

Las zapatillas embarradas se ven
entre las hojas de la rosa mosqueta;
más arriba susurran los raulíes,
los robles. El carpintero
(el pájaro) marca un ritmo.
Y más atrás aún, hacia abajo,
desde el lado del viento, el lago,
violento azul, el verde
de los coihues lejanos,
el blanco de las cumbres,
y otra vez el azul
de un cielo que esconde las desgracias.

Y sin embargo, esas zapatillas
llevan a un vaquero mugroso
que se asienta en una silla de jardín
oxidada: la camisa sufrida
tiene las mangas arrolladas,
y las manos sostienen un libro.

El hombre está leyendo una novela.
No está mirando el paisaje, está
hundiéndose en el mundo de esta novela,
y no mira ni escucha las cosas
que están rodeándolo.


Amores imaginarios

Lo inasible

Seguramente es el sueño
el que le permite olvidarme.
Hay tantas cosas en su vida,
en las cavernas de los zaguanes
al pasar, zaguanes que han
permanecido, absurdos
como los recuerdos anteriores
a nuestro amor, que sin embargo
ella no deja atrás, nunca.

¿Es que el amor, en vez de salvarla
la devuelve al pasado, normalmente
un balance que el tiempo «dibuja»
dulcemente, mientras nos distraemos?
¿Por qué no se distrae? ¿Por qué vuelve?

Cuando despierta no sabe quién soy
¿A quién regresa? ¿Cómo empezar
el día otra vez? ¿Y acaso
no es siempre eso lo que ocurre
con el amor? ¿Se evapora
el rocío, queda la planta, oscura
y venenosa, a brillar, a vivir,
seca, real, hasta la noche?

No me lo dice pero lo sé.
Acierta mi nombre por pura
casualidad. Reconoce
la pieza, la calle, las manos
con resignación evidente,
se ve porque despierta helada.
Ella sueña que me olvida.


La visita

(una canción)

Ella todavía conserva la llave
que un día le dimos, en la adolescencia,
ella todavía sube la escalera
como si volviera, tarde, de una fiesta.

Pero, con sus bolsos, arriba molida;
viene de visita, vive en otra parte.
Todo el día trabaja, se gana la vida

sufriendo lo anónimo de la ciudad grande.

Su fiesta de ahora no acabará nunca,
va bailando el baile que todos bailamos:
vivir sin rendirse, pagar nuestras deudas,
responder creciendo al equivocarnos.

Nosotros dormimos, ella abre la puerta;
en su vieja cama se tira rendida,
pero con nosotros tomará la leche
en la misma mesa, cuando llegue el día.

Su amor la sostiene, viene a ver quién era;
sabe quién es ella, que su amor la alza.
Lucha por la vida, la vida la inunda
crece con el tiempo mientras va gastándola.

Porque esto de ahora será para siempre,
jugará a lo mismo que todos jugamos:
mirar el pasado, despacio, despacio,
beberlo en silencio, y seguir andando.

(Música de Cecilia Petrocelli y Pablo Pascualis)


Poemas inéditos

De Sueño que nieva en Rosario

Amigo

me hice amigo de un virus
yo le hablaba
él no me contestaba
miraba hacia lo lejos
como hacen algunos perros

era tan sabio
tan inocente
sabía sin saber


El novio

voy a ir a encontrarte
por fin, por esas
calles arboladas
que queremos tanto

voy despacio
para poder darme cuenta
de que es verdad

ahí estás
te toco
te toco es increíble

es la felicidad
parezco un novio


Lugar

las preguntas que me hice
no terminé de respondérmelas

pero la vida resultó mejor
que esas respuestas
que nunca llegaron

como esos lugares
donde pinchamos una goma
del auto,
resultan ser más hermosos
más dulces, y mueven
más nuestro corazón

que ahí donde íbamos


Datos bibliográficos

Poesía
Las partidas, Córdoba, Recovecos, 2017
Antología poética, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2015
Libros de Poemas, Córdoba , Ediciones Recovecos, 2013
Atardecer del día sexto, Rosario, El Ombú Bonsai, 2012
Diario secreto de Marco Polo, Córdoba, Alción, 2011
2491, Córdoba, Recovecos, 2010
Zoológicos, Córdoba, Recovecos, 2006
Antología personal, Rosario, Municipalidad de Rosario, 2004
Historia Moral, Rosario, Ediciones Poesía de Rosario, 2000 / ed. aumentada, Rosario, Ciudad Gótica, 2004
Obra Siguiente, Rosario, Libros del Hibiscus, 1999
La Montañita, Buenos Aires, Libros del Empedrado, 1994
La máquina del tiempo, Rosario, Libros del Hibiscus, 1992
Los rollos del mar vivo, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1986
Calendas Argentinas, Rosario, Secretaría de Cultura, Municipalidad de Rosario, 1985
A la intemperie, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1982
Carne de la flaca, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1978
Aventuras con usted, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1975
Muy muy que digamos, Buenos Aires, Ed. Ensayo , 1967

Ensayo
La literatura de Santa Fe. Un análisis histórico, Santa Fe, Espacio Santafesino Ediciones, 2019
Capital de nada. Una historia de la literatura de Rosario (1801/2000), Rosario, Identydad, 2007
Nadie cerca o lejos. El centralismo cultural en la Argentina, Rosario, Identydad, 2005
La Literatura de Rosario (tres tomos), Buenos Aires, Fundacion Ross, 1991 / 2a. ed.1996

Narrativa
La jueza muerta (novela), Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2001
Los libros de Homero (novelas), Rosario, UNR Editora, 2019

Literatura infantil
Rosarinitos de Viaje (relatos), Rosario, Homo Sapiens, 2018
Rosarinitos y otros cuentos para chicos (relatos), Rosario, Homo Sapiens, 2015

Links
Poesía y audios. En Sonidos de Rosario
Entrevista. «Unir las puntas de un mismo lazo», por E. Arpesella / «Necesito defender a los demás para defenderme…», por A. Salinas / «Rosario es un no lugar…», por J.Cr Guido
Poemas. En Aromito / Poetas al Tun Tun / La Página de Andrés Morales / La Pecera


Descargar el dossier de Eduardo D’Anna en pdf
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