Esbozos y representaciones / Jonio González

Esbozos y representaciones
Jonio González
Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2022


“no a la sombra o en la sombra / sino bajo la sombra”

Por Fabián O. Iriarte

El primer poema -homónimo- de este nuevo libro de Jonio González deja en claro, paradójicamente, los contornos difusos que tienen nuestras representaciones, nuestros deseos, las diferencias entre lo que vemos (o creemos ver) y lo que creemos que hemos creado: “la sombra / a menudo es una anécdota / de la distancia”. ¿No vemos claramente, fallamos al medir los espacios, nos engañamos creyendo que lo que es causa sea la consecuencia? En fin, la conclusión es que “el límite” parece siempre “irresoluble”, como en las representaciones de imágenes dentro de imágenes, ad infinitum: “un sueño distinto / de otro sueño / que al mismo tiempo / lo contiene”. Con esa diferencia: hay variaciones entre esas representaciones; son las mismas y son otras a la vez.

En varias ocasiones, la estrategia consiste en hacer que el sujeto poético, que suele aparecer con el pronombre de primera persona, “yo” (como en “Reflexiones en el paraíso”, donde Dios tiene una revelación sobre sí mismo, o en “Ante el primer plato de comida”, donde el hablante se lamenta de haber perdido la fe en sus ídolos), se pare frente a un espejo y establezca un diálogo consigo mismo con el pronombre de segunda persona, “tú” (no “vos”, quizás porque González vive en España desde 1982), como en “¿Y si aquello que crees saber realmente lo supieras?” o en “Servidumbre del enunciado”: “y las palabras resuenan / igual que si las dijese otro”, revelando una de las estrategias de sinceridad (¿paradoja?) en la poesía.

Preguntas sin respuestas y el silencio que sigue a la palabra son, otras veces, las operaciones retóricas inevitables, cuando la palabra no tiene respuestas, del mismo modo que la ceguera no es impedimento para tener frente a sí “lo evidente”. A menudo, en la poesía de González, un esbozo es toda la representación.

“Los poetas se equivocan”, leemos, con cierto escándalo no exento de humor o ironía, en uno de los poemas. Como prueba de la veracidad de esta afirmación, contraria a una afirmación de Joseph Brodsky, el hablante dice conocer “a quien sí le daría igual / perderse en la espesura o el desierto”. Qué destinos: perderse en la selva salvaje, áspera y fuerte, de Dante, o en la temporada infernal del desierto sahariano, de Rimbaud. Tienen algo en común: la experiencia de perderse en la búsqueda de “relevancia”, “correspondencia” o “proposiciones dignas de ser aceptadas”. La mayor equivocación, sin embargo, está en las fallas de la memoria: la incapacidad de comprender “que algunas cosas se olvidan / porque nunca se han tenido”, como se afirma en “Si no fuera posible”. Aquí y allá encontramos poemas como el citado: partes del equivalente a un libro de contabilidad en el que se dejan las anotaciones del debe y el haber.

Porque un poema también es una ocasión para hacer el balance de todo lo vivido, de todo lo actuado, de aquello que devastó como una guerra. El poema puede ser un “Breve tratado de historia” en el que protagonistas, fechas y acontecimientos, sorprendentemente, son los elementos de la naturaleza (hierba, pájaros, lluvia) y todo se relate por medio de metonimias y sinécdoques (manos, suelo, líneas), una indirección en la que se cuela, de repente, el dato crudo: “la posibilidad / de ser un muerto / la casualidad / de no serlo”. En “Sobre el arte de esperar el final”, el balance se hace con calma, con sobriedad, con la necesaria distancia refinada por el paso de los años: “no quisimos sin embargo / extraer afirmaciones concluyentes / ¿para qué condicionar / la vida de nuestros hijos / o aun nuestra propia vida? / ¿qué derecho teníamos / al fin y al cabo / a juzgar a quien nos atacaba / convencido del bien / que nos hacía?”. No se trata de un mea culpa, sino de una nueva perspectiva, más equitativa, adquirida no sin dolor. En otros poemas, como “Lección improvisada” o “El camino que no acaba”, el tono es más sombrío o admonitorio, y “los peligros que encierra / el pasado” se hacen presentes como advertencia, como resignación. Y finalmente, en un poema como “Dialéctica”, el título indica los pasos seguidos desde la tesis y la antítesis hasta llegar a la síntesis: “la épica también es una manera / de embellecer la derrota / de convertir en alteración de un sueño / lo que no ha sido más / que un error de cálculo”. Con serenidad, con rabia, con sabiduría, se deja constancia a la vez de los ideales por los que se luchó, así como de la alianza del género elegido, la epopeya, para relatar las acciones guiadas por aquellos ideales, entre la comprobación de algunas victorias y la realidad de algunas decepciones: “todo lo relatado pierde su valor / y lo rescata con cada versión contraria” (“Ad nauseam”). En el poema titulado “Mayo”, se afirma que “la memoria elige según la experiencia / —desproporcionada en el relato a fuerza / de deseo o frustración— / del protagonista o de quien como tal / se presente”. ¿Qué se olvida, qué se recuerda? O quizás: ¿a quién se olvida, a quién se recuerda? ¿Por qué? Estas preguntas ciernen el libro de González como aves que vuelan en círculo sobre el conjunto de poemas.

Encontramos también poemas en los que la descripción es más importante que la meditación y la brevedad es necesaria. “Voces más que pausas” o “Junto al volcán” nos recuerdan los poemas breves de Emily Dickinson o ciertos rasgos de la escritura de Sylvia Plath, a quien González ha traducido. Inevitablemente, la formación de un poeta se filtra en su escritura; podemos detectar huellas (tanto evidentes como sutiles) de lecturas, como en “Rapallo”, donde se confronta a Ezra Pound con sus propios versos y con versículos bíblicos, o en el poema “En torno a un poema de William Carlos Williams” donde se usan las palabras del escritor norteamericano “deformadas / dentro” de las palabras del poeta argentino; o, finalmente, en “Carta a Ricardo Reis”, donde no solamente asoma Pessoa, sino, a través de él, Shakespeare y Borges (“¿Qué hay en un nombre?”; “Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa…”), pero para hacer preguntas diferentes, para formular interrogantes desde nueva perspectiva: “las palabras nunca son / del tamaño de las cosas / ¿o deberían serlo?”. Bien podría tomarse este poema como el arte poética que dibuja los contornos de este libro.

Un arte poética que incluye tanto una comprobación, la de que también el arte, y no sólo el trabajo, como dijo Cesare Pavese, cansa (“L’arte stanca”) como una deontología (aquella rama de la ética que trata de los deberes y principios que afectan a una profesión), no siempre fácil de formular pero siempre presente, sea en los recovecos de la sintaxis como en ausencias, palabras ignoradas, inclusive en aquello “imposible de encontrar” (“Deontología”). La ética de la poesía consiste en “establecer constelaciones / donde no hay más que piedras” (“Métrica”): ¿es un engaño o un acuerdo de lectura?

No está mal hacer esas preguntas, reexaminar lo que se da por descontado. El público, en una escena del poema “Las formas de la fe”, se desconcierta temporariamente debido a los errores de un actor y las improvisaciones de una actriz en medio de una representación: lo escrito, el destino vs. lo improvisado e imprevisible. El actor y la actriz regresan mansamente al texto legítimo, y el público deja de “buscar sentido a un argumento / que se ha revelado intercambiable”. Como leemos en otro poema (“Gramática”), “la verdad también puede encontrarse / en la forma incorrecta”. ¿Nos invita González a animar al actor y a la actriz a que sigan haciendo esbozos, a que las representaciones continúen improvisando lo imprevisible? Así he leído los poemas: como invitación a esbozar mis propias representaciones.


Esbozos y representaciones

la sombra
a menudo es una anécdota
de la distancia
la relación de la hora
con la alegoría
en tu caso aquello
que de azaroso tiene
la amenaza:
un sueño distinto
de otro sueño
que al mismo tiempo
lo contiene
como si el deseo
fuese la consecuencia
y no la causa
el límite irresoluble
lo que descubres
cuando lo ves
y te dices
que acabas de crearlo


Lección de lógica

te pregunté
si la mujer ciega
que acababa de pasar
por nuestro lado
podía ver
su sombra
respondiste
tal vez
si no le preocupa
descubrir lo que encierra
si lo evidente para ella
no depende
de cuanto afirme ver


Las formas de la fe

el actor ha olvidado su parlamento
las palabras que ha de decir
para proseguir con la obra
sin improvisar

la actriz recuerda de pronto
algunas frases oídas en la infancia
y las pronuncia
dando lugar a una escena
que no figuraba en el guion

ante esto el público se pregunta
sobre el posible —e inesperado— desenlace
sobre la realidad de la existencia
sobre los mecanismos de dicha realidad
sobre el contenido de la experiencia
y la posibilidad de que ayude —o no—
a comprenderla
sobre la lógica —en definitiva—
de la misma obra

el actor retoma entonces el diálogo
en el punto en que lo había dejado
la actriz desecha las palabras aprendidas
en la infancia
el público respira tranquilo
y relegando la imprevisible escena
deja de buscar sentido a un argumento
que se ha revelado intercambiable


Sobre la crítica y el olvido

sentados a la mesa del bar
hablábamos
de la eternidad del sonido
que se expande
sin desaparecer nunca
“¿alguien ha visto hablar a un muerto?”
preguntaste
“sin embargo aún puedes oírlo
esperar respuestas
provocar silencios”
contesté sí
es lo que suele hacer
el enemigo:
quiere vernos derrotados
a fuerza de mentiras
pero en sus páginas elogia
nuestros poemas
y nosotros divulgamos
sus elogios
“sin desaparecer nunca”
repetiste


Girasoles

deja la navaja
sobre la mesa a la espera
de que el cielo se vuelva
amarillo
hay estrellas y zapatos
camas
miradas melancólicas
hay piedras y gritos
deja la navaja
sobre la mesa
las piedras son manzanas
los gritos la brisa
abriendo la hierba
un molino
comienza a girar
el atardecer
puede oírse
un árbol y otro
una sombra
la fe en el rumor
de lo entrevisto



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Textos del autor en op.cit. «Historia del visitante» / «La travesía de la traducción»