Juan Desiderio. Barrio trucho

Barrio trucho
Juan Desiderio
Villa Ventana, Editorial Maravilla, 2020
Ed. aumentada (Primera ed., Buenos Aires, Trompa de Falopo, 1990)


Prólogo / Por José Villa

Recuerdo que una tarde, tal vez de otoño, de ¿1989?,  en la Casa de Carriego del barrio porteño de Palermo, nos sentimos atraídos muchos de los poetas que merodeábamos esa zona por la idea de formar un taller que más que un taller terminó siendo una asamblea, e incluso un tribunal. Parte de la nueva camada se juntaba allí, a tomar mate y comer bizcochos, a leer, filmar cortometrajes, pasar el rato sin un peso, a tener citas amorosas, a proyectar. En ese ámbito, funcionaba desde 1989 la Biblioteca de Poesía Raúl González Tuñón, que tenía como fundador y director a Juan Desiderio. Esta biblioteca (hoy convertida en una ruina provocada y abandonada por el gobierno de Macri y Larreta), la primera en su género en la ciudad de Buenos Aires, había dejado de ser un punto de reunión del Palermo Sensible para transfigurarse en un espacio de mezcla de experiencias a partir del variado tipo de personajes que la habitaban, incluidos los anteriores amigos de la biblioteca, entre los que se encontraban viejos practicantes de la poesía lunfarda.

Así se formó ese espacio al que fuimos convocados una tarde, y al que acudimos masivamente por la feliz casualidad de que todos estábamos ese día y a esa hora sin mucho que hacer. Esa es la ventaja de no estar demasiado ocupado; se aprovechan situaciones, de lo contrario la ocupación obtura la realidad y la reemplaza por el compromiso, hecho letal para la continuación del arte. De modo que en la sala principal de la biblioteca, en una larga mesa de madera oscura que ocupaba el centro del recinto flanqueada por dos puertas de entrada desde el patio por el que se accedía a la antigua casa del poeta Evaristo Carriego y por vitrinas que del otro lado contenían viejos ejemplares de enciclopedias, diccionarios y otros volúmenes, allí, en la modesta casa que seguramente había sido visitada por los poetas de principios del siglo XX y que recreaba la luz de un barrio entonces orillero, allí nos reunimos, con el tráfico narcótico de la avenida Honduras tras las amplias ventanas con postigos y rejas. Nos sentamos y dijimos: ¿qué hacemos? Había que empezar por leer algún libro de los participantes. Juan Desiderio se ofreció, sin sospechar que los muchachos venían afilados.

No sabría decir quién empezó con la artillería. Pero de inmediato todos se sumaron a la crítica impiadosa del libro en cuestión: Barrio trucho. Eran de la partida muchos, recuerdo que estaban Néstor Colón, Richardi, Circo, Fabián Casas, Durand, Sebastián Bianchi, Ture y otros que yo no conocía. Aquella reunión no contó con mujeres, hasta donde recuerdo, salvo la directora general del lugar, nuestra querida Ana. Habiendo hecho circular algunas copias, Juan leyó completo el texto. Pocos se privaron de lanzar una crítica frontal; Desiderio trató de absorber los impactos pero se lo notó sorprendido por las invectivas literarias. A mí lo único que me había gustado de Barrio trucho era la figura de un tren alejándose como un punto diminuto en una hoja canson. Todo tipo de críticas, pero ninguna con mala intención y mucho menos con sanción moral o ideológica. Al final de la jornada, mientras nos íbamos más puros que corderos, alguien sospechó que habíamos estado un poco ásperos. La historia quedó en esos puntos suspensivos hasta que pocos días después, al pasar nuevamente por la Biblioteca, Juan me entrega un nuevo ejemplar corregido de Barrio trucho, que es el que en gran parte hoy conocemos.

Debo decir que empecé a recorrer las hojas mecanografiadas con cierto temor de que la variedad de críticas lo hubiera desorientado y el libro se hubiese tornado irrecuperable. La verdad fue otra: leí un libro pleno de sonido innovador, con imágenes de comedia dramática que mixturaban el lenguaje marginal, el antiguo, el nuevo, voces de historietas, canciones e historias orales, todas procesadas por una maquinaria poética de cruces y ensoñaciones. Desde aquel momento, Barrio trucho es para mí un misterio; la escena es una urbe en crisis, su memoria fotográfica, sus personajes apocalípticos y legendarios; en su geografía conviven el desarrollo industrial y posindustrial y los restos de una llanura húmeda; ahora lo pienso como un tango reciclado y descompuesto, dicho con un estilo que es el de una recitación hipnótica. El hambre, la fe, el amor, la locura, son algunos de los filamentos que van intercalándose en la dicción del poema y que le van dando un color de charco sucio donde se mira lo mejor y menos transferible de la poesía de los inicios de los noventa; y el cuerpo, el cuerpo mutante y somatizado de los personajes hechos fraseos: seres rotos, el turco Chama, Joaquín el Pelahueso, Buitre el diablo, el Wing Izquierdo, Doña Pepa, Raúl y Gurka, Jesú, Barret, todos ellos poemas en sí mismos.

Como si se tratara de un destino, las reuniones tallerísticas iniciadas en aquella oportunidad continuaron pero ninguna volvió a tener la virulencia de aquella ocasión. Me consta que muchos de los integrantes de aquel peligroso tribunal volvimos hacia Desiderio para manifestarle nuestra admiración por el libro que había escrito. Juan nos agradeció la crudeza de la crítica porque le había dado muchas pistas para la reescritura de Barrio trucho, maravilla de la ficción poética desideriana, hoja de ruta de la poesía verdadera.


V

Joaquín el pelahueso
trabajaba en el cementerio
de Flores.
Las tardes eran
de interferencia portátil
y sus ojos congelados
perdidos en los yuyos.

Joaquín lavaba
una docena de huesos
por día
luego sus manos
en un dibujo impreciso.
Joaquín
cuidaba a los muertos.

Un olor eterno
a galpón quemado
distraía a Joaquín.
A veces se lo ve
mover sus brazos
bajo los chispazos
del premetro,
ponerlos en tierra
y quedarse horas
ardiendo bajo el sol.

Las noches de Joaquín pasan
y un bar de la avenida Cruz
lo declara exquisito
patear una mesa
arrasar a la mujer de un
prójimo
que meta palo
y a la bolsa
y a Joaquín
la mano de los siglos
bajo un flash de olor
a galpón quemado
la soledad de un viejo
encendedor a bencina
y alguna que otra adicción
a un chico
sin muslos
ni piedad
entre sus pechos
que acaricia Joaquín
vendiendo su bragueta
a la muerte.


una vieja deuda
esa de acariciar huesitos
y pelar
los últimos vestigios
de tendón
porque la vida de Joaquín
es como un gran
descanso.


VIII

Madera de puerto escombro
cuerpo de náufrago lexotanil
como madera de zapatos allá en la cárcel
madera de huérfano allá en el puerto

cardo de zanjón
club nocturno zaguán de la especie
en las mentes un supercristo de cien dólares
y un pájaro cristiano con clavos
en cada pensamiento
un wing del cielo en un sótano
abortando la raza pegándose una ducha
de sarro la sangre
del mundo

pensándolo bien
un puerto de madera puede hundirse
la marea
ser fatal
un estibador cargar en sus hombros un
dios clandestino
una madre congelar la imagen del mundo
un wing izquierdo morir
en la humedad de una pieza con restos de
pescado y manchas de alcohol
en la piel
un puerto de madera
convertirse en un shopping center.


X

le vaciaron la médula
le despintaron el suelo
raúl peina el lado izquierdo de la burla
toma café en medio de las luces

señores
raúl no compró su sombra
ni el fierrazo en la nuca
apareció en un jardín lleno de ratas transando
en un idioma que lo acercara a los dientes hu
mildes del gurka que dejó a su madre cosien
do pantalones en nepal

raúl ama a gurka
gurka ama a su madre
la que abre los labios y engendra bruma dis
lexia amatoria que se entrega miren como
de que forma aparecen sus ojos pegando de
lleno en el pecho de su marido gurka mecá
nico sucio de grasa de lengua de azafrán que
dobla las rodillas y en el atardecer recuerda
sus genitales abrazos volando las plantacio
nes de arroz para enterrar a su hijo entre las
piernas del raúl
que gime
y toca
una herencia de azafrán y labios me parten
el cráneo verlos agitados al cielo mordiendo
isla tras isla conversando hijos
el arreglo del pelo de raúl
el desayuno que prepara el gurka
cuando la mañana encuentra
silencio en el aire
y raúles suaves
y gurkas tibios
desertores
riendo con velocidad
rozando los músculos del mundo.



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Datos y textos del autor en op.cit. «El templo», poemas / «Trabajadores, lectores y fantasmas», entrevista