Repetición de la diferencia/ neuro:mantra, de Rita González Hesaynes

t_neuromantra_r_g_hesaynesneuro:mantra
Rita Gonzalez Hesaynes

Abend
Rosario
2018
80 pp.

 

 

 

Por Marcelo Díaz

Imaginemos un libro que repite de forma rítmica versos como desde una voz interior que en la repetición diluye el sentido. Rita Gonzalez Hesaynes integra en un mismo territorio elementos provenientes de relatos cosmogónicos, mitos urbanos, textos épicos, como si la poeta fuese parte de una trama mayor en la que subsisten los restos de una subjetividad en plena descomposición.
Los versos parecen responder a una consigna: registrar de manera programática lo que acontece mágicamente en el mundo desde esta especie de aparato sentimental denominado lenguaje. En principio no hay un tema que restrinja las posibilidades de lectura, la palabra ya no es el virus en sí quizá sino más bien la poesía el discurso que se propaga sin límites y de manera multiforme alrededor de nosotros. Y el resultado de esa fuerza ciega que se amplifica en el núcleo de la realidad son estos poemas.
Vuelvo, a lo mejor podríamos identificar esta escritura en relación al género de poéticas tecnológicas —de hecho escritoras como Claudia Kozak han abordado y reflexionado sobre las mismas— que todavía se enuncia, y construye, desde la palabra escrita. De este modo es una escritura consecuente con la cultura analógica donde el imaginario tecnológico hegemónico convive con formaciones sentimentales y representaciones íntimas que bordean la fantasía.
¿No hay acaso en cada una de nuestras vidas un correlato entre las grandes historias de la humanidad, las grandes tramas literarias y aquello que nos sucede diariamente? Hesaynes puede que ensaye una búsqueda hacia esos relatos que desde el origen de los tiempos vuelven con una intensidad única e irrepetible para delimitar nuestras coordenadas en el mundo y para redondear nuestra propia voz.
Tal vez el poema desde esta perspectiva no es otra cosa más que un dispositivo que se  ejecuta mediante un programa que sólo la conciencia y la vitalidad de la poeta pueden activar y que al igual que los algoritmos incluye en un universo cerrado constantes y pequeñas variaciones que nos llevan a preguntarnos desde qué lugar de nuestra trama personal decidimos narrarnos y presentarnos. Si la experiencia cambia el lenguaje también y a la inversa podemos sostener la misma idea, muchas veces lo que se repite es lo diferente porque la lengua pierde su referencia y así se diluye la noción de linealidad progresiva con la que aprendimos a comunicarnos. No hay homogeneidad en tanto que además estos poemas pueden ser definidos como una poética de los algoritmos donde los poemas y donde los versos admiten ser leídos en cualquier dirección y en cada decisión de lectura que tomemos activan y construyen sentidos alternativos y no siempre complementarios.
¿Acaso el poema trabaja con o contra el lenguaje? ¿Con o contra la experiencia? Quién dice que en las sucesivas combinaciones posibles de palabras, de versos y de textos no haya un acontecimiento que implique una reescritura y una relectura permanente del propio poema. Cuando leemos neuro:mantra los recorridos de la lectura pueden ser entendidos como los mapas neuronales en los que una conexión se enciende y activa una cadena de asociaciones de manera imprevista. El criterio mediante el cual se enlazan los versos es aleatorio y se instala en lo más profundo del discurso poético.
Hay un punto ciego a la hora de construir sentidos donde la palabra clausura el universo y todo aquello que circula en su interior, una suerte de ruido cuya frecuencia resignifica la idea de la escritura entendida como un espacio de silencio y de soledad. En neuro:mantra nos encontremos ante el límite de la entropía del lenguaje poético y en forma simultánea a una nueva e incierta apertura donde la frontera de lo poético, si cabe acaso hablar en esos términos, se expanda hacia quién sabe dónde. No es un libro digital pero es como si lo fuera. A lo mejor estos poemas, como toda obra de arte según Castoriadis, nos muestran el “sin fondo” del mundo, y nos ubican a la deriva, mediante una lengua que crea y se recrea a sí misma a la vez.

 

la Gran Ola: recuerdo del recuerdo

Laura estaba gritando en la cocina cuando la Gran Ola
se le llevó la casa. Sol encendía las luces
para verla mejor. El de apellido armenio
juró haber visto la silueta del cura y el cura dijo
que era la de Cristo Salvador de las almas,
y ese año vinieron tres mil quince personas
a festejar las Pascuas en el pueblo.
La señora del cuarto se perdió la novela,
el hermano atendió a un último cliente (se abrazaron),
Mechi había viajado por negocios a Chile
y se salvó, de los bomberos no quedó ninguno,
los perros se escaparon y no se los vio más.
Yo sólo imaginaba la Gran Ola,
nunca la oí llegar, era la muerte en mí
que respiraba hecha de una oceánica furia,
sentí la destrucción en las entrañas,
me disolví en la Ola gigantesca,
barrí escuelas, balcones, sembradíos,
innumerables danzas entablé
con objetos y cuerpos. Fui remolinos,
me acomodé a la calma,
una vez más me levantaron vientos,
fui escupido a la costa en traje de cangrejo,
cartones, pedregullo, personas
que contemplan con extraña nostalgia

los paisajes marinos,
imaginando el día que la Ola vuelva
a barajar los naipes y repartir de nuevo
con su risa que ruge como si se acordara
de todo lo que ha sido.

 

el Rey Pescador se inclina sobre el río: variación

En este mismo río, donde me escuchaste pronunciar
mis primeras palabras y quizás las más tristes,
me inclino sobre el cauce
y en sus límpidas aguas yo te veo, padre.
Si vanidad no fuera,
diría que son hermosas facciones las tuyas,
que tu barba y tu pelo brotan como el sauce,
y que el sauce es un árbol admirable,
pero me veo, padre,
tengo tus mismos rasgos,
te repito
así como veo repetirse al pez plateado
en cardúmenes que vanos se defienden
del anzuelo clavado en las agallas.
Yo quería para mí una corona entre todas las coronas,
la tuya propia, padre.
No lo sabía entonces pero ya me habías dado
la herencia verdadera:
la vida y el lenguaje,
y para siempre me entregabas
a voraces parásitos
y lo sentí traición.
En este exacto río te reías, padre,

me contabas historias de los tiempos antiguos
y variaban a veces,
pero era el mismo cuento y el mismo antagonista.
Ni sé por qué te hablo.
Incluso para vivir en mis adentros
uso voz y palabras. Atrapado
me encuentro, en el reino estéril del gusano,
en el programa de la espiral proteica
que digiere al mundo.
Asco me da tu hermoso rostro de traidor
que oscila entre las aguas.

 

una voz en la noche: autoanálisis

Es el traje del miedo, pequeñaja, ese que te probás,
falso espejo que imita el trazo de los muertos
desplegado en tus líneas.

Y en el nombre del padre,
mil terrores nocturnos,
el eco enardecido del maniático
con la navaja a cuestas
y la risa
que el acero deforma.

No es tu voz verdadera,
no es tu carne genuina,
es tu versión antigua que se transforma en saurio
para impedirte el paso
y engullirte.

(Alguna vez la bestia de la tribu
se ensañó con la tribu de la bestia)
Pero ya conocés la maña de la zarpa
que te da cacería:
ahí está tu lección, tu arsenal,
tu estrategia de guerra.

(la tribu ha vencido más veces que la bestia,
cuenta la leyenda de la tribu)

Lo sé. Yo te conozco como si te pariera.
Soy el molde maestro,
el que despliega el trazo de los muertos,
el que se ríe como el recién nacido.

 

Más textos de la autora en op.cit., aquí.


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