Gabriela Bejerman. Putina

Putina
Grabriela Bejerman
Ilustración de tapa y serigrafías: Débora Pruden
Bahía Blanca
Ediciones Vox
2020 (1ra ed., 1998)


Un secreto para todos (Fragmento inicial) / José Fraguas

Putina de Gabriela Bejermanse publicó por primera vez en la primavera de 1998. Salió junto a un sinfín de fantasías (pequeños libros, sobres, stickers, grabados, etc.) en el número 6/7 de Vox, revista objeto, arte + literatura y otros simulacros, parte del proyecto cultural de vanguardia dirigido por Gustavo López y Mirta Colángelo en Bahía Blanca. El conjunto de poemas fue seleccionado a través de un concurso para formar parte del catálogo de poesía contemporánea argentina y latinoamericana de la revista, especializada en ese género. Es el primer libro de poemas publicado de la Bejerman y desde el título es una provocación. Putina como la protagonista de la “Sonatina” de Darío es princesa pero no está triste, vive más bien en un estado de embriaguez sensorial. El burdel es su palacio y sus riquezas, los placeres, los vinos, la risa, el baile, los animales, los colores, “las letras mayúsculas y las de imprenta”. La atención cede a las tentaciones, al llamado del cuerpo, de los sonidos. Hay un dejarse llevar por el frufrú de las telas y el roce de las pieles. El lenguaje sigue el ritmo de los temblores y los latidos: “nadaré en la imaginación de mi cuerpo, sin esperar nada”. La poesía es alumbramiento, “no existen los hospitales, sólo las nurserys”. Lo que se vive es, o puede ser, un sueño y los sueños confirman lo que se intuía en la vigilia, los personajes sueñan que duermen. De diversas formas se invoca así el restablecimiento de la unidad perdida: “El amor, disperso,/ porque todos y todas/ hemos sido hechos/ para todos y todas.” Arte y vida se funden, se escribe poesía en la disco, “mezclo todo con la vida/ porque deseo la ficción”. Los vasos comunicantes están llenos de sangre y leche y en ese medio líquido se producen las transformaciones, un changuito se vuelve carruaje al perder la vergüenza.

Gaby recuerda que envió a ese concurso dos grupos de poemas. Uno muy florido y ornamentado, al que le tenía más fe,que no fue seleccionado, yotro, al que encontraba medio deforme, que fue elegido y publicado. Fue un premio también conocer y vincularse con los impulsores de Vox, uno de los espacios culturales más atractivos e innovadores de la época.

El mundo de las revistas no era nuevo para Gaby. En séptimo grado había fabricado y distribuido entre sus compañeros la revista Notichicos. Su papá le sugirió el nombre y la ayudó a diseñarla e imprimirla en su oficina. Una compañera le aconsejó que si quería que la revista fuera un éxito incluyera letras de canciones en inglés, pero a ella no le interesaba darle una onda generacional a la publicación. Incluía notas de humor, juegos y curiosidades. Estaba chocha con el proyecto y la maestra celebró mucho el emprendimiento aunque no notó tanta repercusión entre los compañeros.

Más tarde, cuando tenía 18 años respondió a la convocatoria que salió publicada en un diario para participar en una revista cultural. Era un grupo de gente muy diversa que se reunían en una oficina en el centro, cosa que le resultaba muy excitante. Entre todos decidieron el título: Otra mirada. Publicó un poema que adelantaba su estilo, una poesía del éxtasis: “Paralelogramos violetas sobrevuelan nuestras cabezas”, rezaba uno de sus versos. “Me cuestionaban, me decían ¿qué querés decir? Yo no podía entender cómo no se entregaban al fluir poético que les estaba proponiendo”, recuerda. Luego, en 1997, vendría Nunca nunca quisiera irme a casa, la revista literaria que reunió a la flor y nata de la escena literaria, plástica y musical alternativa argentina de esos años.


Putina

Mi marido pasa desnudo de la noche a la mañana.
La madrugada misteriosa es su desnudez.
El primer beso,
tibio,
de la mañana.
Un montón de flores por nacer se quiebran en tu boca
y en el instante las gotitas de agua son de terciopelo
y por dentro las veo caer de su dulce manera.

El deseo de la estela de viento te ha traído a este burdel
en que te esperaba durante los años de verano.
Han florecido las cortinas
y las transparencias del biombo oriental
como una isla de suaves lluvias sobre el cuerpo
que descansaba en una cuna con dosel de música.
Saltaron de la cama las letras mayúsculas y las de imprenta,
sólo el vacío curvo quedó hamacándome,
la espera.
Trataba de seguir los dibujos del techo,
cubierto de telas de seda,
pero traían
espumante
o borgoña
u otros frutos para la embriaguez
y salían a paseo
los querubines desnudos
llenos de cosquillas,
acalorados, brincando
con pies gordinflones y alas infladitas.
Rara vez un silencio los adormecía.
Eran las horas vacantes…
cuando no hay nada que hacer,
tiembla el aire,
late, como si yo
deseara un misterio apenas sórdido para que no me alcance.

Después, como un día soleado
que finalmente queda blanco y nublado,
triste,
el aire se arruga
y desciende, desciende,
sin resistirse va siendo sólo
la capa inferior del cuarto de burdel,
un cubrecamas tejido con alas de insectos,
visceritas,
papeles gastados hasta desaparecer.

Desde la ventana aparece la lavandería,
la retaguardia de la lavandería,
el patio trasero con las lavanderas.
Entran y salen
por una cortina de tiras plásticas multicolores
que suena hasta aquí
a la hora de la siesta.
Huelo a las lavanderas,
blancas, jóvenes, vírgenes,
conversan a veces de plantas,
siempre del calor y a veces
se desnudan para lavarse ellas mismas.
Entonces se ríen y se mueven,
pero casi no hablan.
Sus dedos son hábiles para tocar
los cuerpos de las telas.

Velando, he escuchado que me preguntaban
qué regalos quería para mi cumpleaños:
un biombo, zapatillas de baile, un pájaro.

Me pregunto por qué habrás venido
con la careta de Goofy.

Has venido a hacer el amor.
Las otras pasiones del cuerpo han sido olvidadas,
las sonrisas están limpias.
Los esfuerzos pasados.
Los días monótonos, todos los aburrimientos y las pesadeces.

Amanece en el burdel,
tu cuerpo, avergonzado, disminuye al acercarse
y tal vez sea mi deseo el que te haga desvanecer.
Falito mío, ahora te llevaré adentro siempre.
Iremos juntos al mercado y seleccionaremos
granos de café y cereal hasta la hora en que cierre.
Mientras camino vestida decente
tu cuerpito realiza el baile vaginal
y la gente se contagia de mi risa.
Se agita la ronda contigo adentro,
mi goofy paseandero.

Hasta dónde te habrás metido,
¿es verdad que llegas hasta colgarte de las amígdalas?,
¡qué péndulo! Maquillaje interior,
ves la realidad a través de mi sonrisa,
del diente que me falta por peleas de duro amor y de burdel.
Por empequeñecer te has quedado mudo,
pero,
¡qué importa!
Tanto tiempo te he esperado
viendo alternar las capas de ocio con capas de aire,
con capas de clientes, cafishios y otras damas rojas
de tacos, de agujas.
Una acupuntura de las noches.

Los reflejos vuelven de la peluquería y van al baño,
entran en el botiquín,
salen,
se tiran de cabeza en la cama
ajada por las zambullidas intermitentes.

Y sólo en una noche de locura,
me colgué de las cortinas.
¡Ay el balanceo,
columpio de la muerte!
Pensar que todo el tiempo tal vez estaba soñando.
Esperar es soñar.
Decía:
lo único que hago es la espera.
Gotean los minutos
misteriosamente,
nunca pierden su siniestra cualidad, pero desesperan.
Los gatos turbios de la mañana develaban
las manchas acumuladas; a cerrar los ojos.
Burdel, burdel. Aseos de miel.
Bañaderas verdes transparentes.

Las inquietudes de siempre vuelven después de comer,
me imagino dolores
temporarios y crónicos.
¡Pero nunca goofis!
Tanta repetición no puede ser profusión.
Taza de caldo a la reina, mi pieza del burdel.
Estoy batida, pienso, y voy a batirme el pelo
con un peine de dientes de piraña con ojos
(más filosos aún)

Estoy lista para esta ceremonia,
cuento con mi capacidad de transformarlo todo, aunque todo persista.
Persisten las palabras,
manejan, vuelcan,
se enredan en el sueño y perecen.

Este es otro amanecer.
Marte, martes, parto en partes.
Los querubines de mi cielo son cerditos
de tanto ver el sexo del animal de turno y yo,
princesa encerrada, putina,
te escucharé contarme los sueños tétricos que ningún otro oiría
para ti
seré un sticker calcomaníaco de copo de nieve
Me haré laguna transparente
(y la transparencia no será para mí.)

Al fin lloverá otra tarde soleada en mi vida,
una tarde sola sólo para mí,
nadaré en la imaginación de mi cuerpo, sin esperar nada,
bucearé en mis confines reales por la tarde de sol interminable,
como la escena final de un dibujito animado feliz
donde los gritos del zoológico sean alegres, forniditos,
y me acompañen por ese camino en que nunca oscurece del todo,
una luz aún como del alba crece de mis brazos y de las piernas y entra en los ojos de mi amor,
la bruma que acelera, se aclara, viene,
sale y sale por siempre.



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