Una política de la lengua/ A los pibes crudos, de Leandro Llull

t_alpibescrudos_lllulA los pibes crudos
Leandro Llul
Bahía Blanca
Vox
41 páginas

 

 

 

 

Por Marcelo D. Díaz

Los poemas de Llul conforman una escritura que circunstancialmente representa el paisaje de las localidades del interior, no en un tono costumbrista, lejos de eso implica una mirada sobre el entorno que sin dejar de ser sentimental registra un fuerte trabajo intelectual: «Si vieras desde lejos/ esta detención en descampado/ de catorce pibes –altas/ las manos encadenadas–/junto al acceso sur de la ciudad,/pensarías sin rodeaos que estás/ en uno de esos sueños/ en los que de chico te perseguían/ –las esposas/ brillando en las nucas y las caras/ deshaciéndose cocidas de barro/ en el resplandor hirviente de los pastos ennegrecidos”. Es lo que ocurre con el poema “Altas manos encadenadas” donde la imagen adquiere dimensión en cuanto a la síntesis entre las hileras de pasto y la escena de la detención. Si hay una acción política en estos versos no se infiere sólo por el relato a modo de postal de los catorce pibes elevando los brazos sino que es resultado de una elección a la hora de escribir como si se tratase de una política de la lengua que trasciende el plano del contenido enunciado.
Lo mismo sucede con el poema “Colono”: “En nuestro país la palabra colono resulta/ una cosa propia de la tierra,/ el trabajo y la hacienda,/ pero pocos/ven la sombra de este árbol/que del otro lado del charco nos plantaron,/una oscuridad llena de abejorros/donde te pican no bien das /un paso en falso, y en el fondo/otra sombra, más profunda y más constante,/vigila cada uno de tus actos,/horizontes, anhelos o la forma/de trozar el pan y abrazar/y besar a las mujeres.” Aquí  la identidad no es algo que venga predeterminado desde el pasado sino que exige que sea tenida en cuenta dentro de su propia historicidad tanto en lo personal como en relación con los otros. La figura del colono semánticamente hablando nos lleva a considerar la relación asimétrica con la que hemos construido los vínculos sociales en los que nos narramos: una palabra basta para articular una secuencia de diferencias y por qué no de desigualdades teñidas por un manto de lirismo introspectivo.
De manera análoga el paisaje exterior se integra al universo privado: “La luz del cuarto apenas encendida,/cantidad de retazos y los pies/ligeros en la máquina./La mirada gastada por la arena/de los lentes/cuando el labio sostiene cinco gruesos/hilos, dedales, y en el centro/de la mesa la almohadilla/con forma de corazón atravesada /por agujas y alfileres”. Por momentos los versos parecen instantáneas, pequeños relatos gravitando alrededor de los objetos que decoran lo cotidiano. Es el espacio autobiográfico que registra una experiencia irrecuperable en clave benjaminiana repleta de imágenes en fuga, una campera descolorida, rituales de barrio, partidos de fútbol, parroquias, parrilladas en una iconografía que atraviesa las clases sociales y reúne diferentes voces en un solo plano: “Avanzamos de espaldas/enfrentando el pasado/y mientras la tempestad arrecia/en las plumas del ángel/nos creemos mullidos:/el paisaje son ruinas, trincheras/que el viento borró./ te envidia la pérdida, el malestar.” En otros términos es en el poema donde se expone la vivencia personal en toda su magnitud, no por acumulación sino más bien por extrañamiento como si estuviese formada por chispazos que nos devuelven una imagen fragmentada e invertida de nosotros mismos.

 

Selección de poemas

Ninjas
En la Biblioteca Popular
para el Desarrollo Social
jugamos con Maxi a los ninjas y él
es el negro, porque el negro
es el bueno, y yo
soy el blanco, el color del malo.
En la mañana de invierno
el sol es un témpano
radiante y tibio que entra
por la puerta vidriada,
y tomamos de la luz la alegría,
la respiramos entre el rechinar
del mosaico y el pasar del colectivo,
hasta que vemos a una mujer
pedaleando una bici que lleva
un carrito enganchado
donde entre cartones juntadas para la venta
viajan dos nenas – sus manitos asuman
a través del tejido–,
y avanzando se van por Marco Polo
desde el lado del río,
bajo el día espléndido.

 

Cose para afuera
La luz del cuarto apenas encendida
cantidad de retazos y los pies
ligeros en la máquina.
La mirada gastada por la arena
de los lentes
cuando el labio sostiene cinco gruesos
hilos, dedales, y en el centro
de la mesa la almohadilla
con forma de corazón atravesada
por agujas y alfileres.

 

Tirado en un zaguán
Cuando estés tirado en un zaguán
y a través del vidrio de la puerta
veas la luz de la mañana que empieza a morir
en una especie de queja, algo
parecerá nacer
con vapor y gritos
sobre la fuente nublada de alcohol

justo cuando los ojos se abran
y levantés el cuerpo del suelo
igual que tu campera advirtiendo
que lo que te había tumbado crujió
se hundió en la noche astillándose azul
hasta depositarse en añicos sobre tu puño y así
dejar que tu bronca haga de ello
un polvo sin dolor
y sobrevivas.

 


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