Walter Cassara. Ladera umbría

Ladera umbría
Walter Cassara
Buenos Aires, Huesos de Jibia, 2022


Una brisa

Comienza por un mutis lejano que atraviesa todo el Atlántico,
y sigue con un silencio de hamacas voladoras, contenido en
la respiración de un viejo parque. A modo de crepúsculo, se
demora luego en alguna estación de trenes del Oeste, donde
anima una pelea callejera de borrachos.

Más tarde, se recuesta sobre la crin del caballo en forma de
relámpago; se electrifica al cruzar el alambrado de espinos;
caracolea en el oído de la telefonista, y salta hasta llegar aquí:
abre un surco de lluvia en la tierra recién labrada: galerías que
dan a un campo calcinado; artilugios agrícolas obsoletos: ¿me
ves ahora, madre, aplastando moscas contra la ventana?

………………………..No pintamos la vida, sino su extrañeza.


Una calle

Me he parado a mirar una calle que baja hasta el río, que baja
o sube según quien venga de tierra adentro o de tierra afuera;
calle con aires de mar y rumores de oficios extinguidos:
lanero, calderero, herrero, tonelero, imaginero, trovador…

Calle platónica, ideal para ¿aceptar la profusión del instante?
En todo caso, aquí es donde el tiempo se nos desnudó una
noche, frente a un portal en ruinas, para mostrarnos, como
quien tiembla en sueños, toda esa abundancia del animal
herido; como quien tiembla o vela en una pensión de la que
nunca, nunca, se ha visto salir a nadie.

Ahora, esta calle, que arroja falsos relumbros de puerto y
tiene silencios milenarios adheridos a la piel, con sus pasos
de luto, se repite en mí; con sus piedras que sangran, se repite
hasta borrarse.

……………………………………………………………………..Acepta mi sombra.


III

El tono sigiloso de la nieve oxidada en el canto de las hojas,
un hombre solo trajinando en la neblina: la noble y fiel
azada, su elegancia al labrar los surcos, el pan dibujándose en
la mesa de piedra al atardecer, y más allá el caserío:

…………………..la soledad, el peso de una nube en los párpados.


I

Tantas veces me he negado a la noche, y ahora me encuentro a
plena luz del día, pensando en ella, como en algo propio: una
valija, un lápiz, un viejo plato de loza… Tantas veces creí estar
diciéndole a ella algo mío, en verdad mío, asombrosamente
mío: hemos de vivir lo justo para no excedernos en la
esperanza y en la desilusión.

Ayer soñé que éramos una sola alma caminando por la orilla,
y no quise saber nada más. Qué bien se estaba allí, al calor
del sol, entre los álamos temblones, charlando sobre bueyes
perdidos; sólo el aliento de la mañana entibiando la sangre: lo
justo, lo natural. No quise pensar en nada, no quise moverme:
la noche me mostraba al fin su póker misterioso, y desde lejos
trepidaban las vías, al paso de los trenes cargados de carbón.

¡Cielos rotos, desmesuradamente azules, geológicos! En su
viudez, esta noche anda a pie por un camino silencioso de
herradura, y aquel gorrioncito escuálido y pordiosero ya
nunca volverá a su casa: tenía la cara de Buster Keaton en “El
maquinista de la General”.



V

¿Te acordás con qué simples embrujos aquella gitana con
ojos de zafiro me leyó las manos y se llevó el dinero? ¿Te
acordás cómo curaban el queso, arropándolo en sacos de
piel de oveja, y el murmullo miniado de la leña en el fuego
y la nieve amontonada en los huertos? Todo eso me parece
ahora como si se abrazara y echara raíces, entre el crepúsculo
y la oscuridad: con la misma sencillez, el mismo arte, me he
entregado a la inocencia.


VI

Anotar: en el gélido idioma de la ventisca todas las imágenes
sisean al unísono, golpean en el cielo de la boca, se desdibujan
en la voz oxidada de una veleta.

Propuse un concierto solidario de arpas eólicas para la verbena
local. Propuse que nos fuéramos a vivir a algún pueblito más
lejano: Albornos, Papatrigo, Solosancho… ¡O mejor, a La
Hija de Dios!

Ahora, sentado frente al fuego, descifro la cara de un pastor:
dura y espléndida, curtida como la piel de un calmuco en
una película de guerra. Vida, ¿qué te hemos dado? Una línea
de diálogo gastada por el sol de lo imaginario, un prisma de
inocencia donde mirarte cuando ya no existas.

…………………………Ah gorrión de Keaton, aprendiz del ruiseñor
…………………………………de John… Escondrijos de la infancia.


Selección: Ioana Catsigyanis


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Más datos del libro. Reseña, por Jordi Doce