El poder de unos límites: Alicia Silva Rey

Barnacle publica El poder de unos límites (Buenos Aires, 2019), de Alicia Silva Rey. Presentamos una muestra de los poemas del libro y una nota de la autora escrita para la ocasión.*

 

Alicia Silva Rey (Quilmes, Buenos Aires, 1950) es docente de enseñanza primaria (maestra y bibliotecaria escolar). Publicó en poesía los títulos En las vísperas del fin del verano (País Vasco, Biblioteca de las Grandes Naciones, col. Poetas Argentinas, 2016, e-book), Orillos (Buenos Aires, Barnacle, 2015), La mujercita del espejo (primera edición en libro, San Miguel de Tucumán-Buenos Aires, Ediciones de la Eterna, col. El carterista de Bresson, 2015), Partes del campo (San Miguel de Tucumán-Buenos Aires, Ediciones de la Eterna, col. El carterista de Bresson, 2015), (circa) (Buenos Aires, Añosluz, 2014), La solitudine (Buenos Aires, CILC, 2009).

 

5

Venciendo la resistencia natural a los atributos del padre,
dieron a luz, los hijos: una carta manuscrita,
un pincel seco, la superficie de una pintura
con la huella de uno de sus dedos, el índice.
La ausencia absoluta de un padre es ominosa.
Este padre no cesaba de estar presente in absentia.
Sus menores detalles florecían.
El cuarto ceremonial era bebible y comestible
como el cuerpo de un padre.
La que ovula la voz es la cantora.
Los que distribuyen los ornatos del joven padre
son varones ungidos.
La luz llega trizada en devanados caireles.
No hubo mujer aquí que pulsara la jodida cabeza.

 

6

No será recordada.
A veinte cuadras de aquí, dijo: no hay nada
después de mí no hay nada;
amar
es una papa caliente, una conmoción cerebral
de los sentidos;
el cielo que mirás no te ve; “las últimas piletas
son agrias”; quien duerma
bajo una higuera verá
provincias cambiando de lugar sus topónimos;
no sé qué me depara la lengua ni lamento
el haberla perdido; subcutáneamente
soy mala.
“¿Qué es para mí Domínico, qué es Quilmes”,
qué Ezpeleta con sus zaguanes inundados?
Es. El barrio. Las dalias. La copa del naranjo.
Los hongos del jardín. La zanja. El filodendro
cuyo nombre es el padre de otros nombres.
Los basurales inconcebibles. Ningún mapa,
el deseado. Ah, y la ucronía de fantasmas.
Cuando nevó en el río, en Plátanos, sobre la cuerda del olivo,
yo estaba ahí, 2003, velando. Ese cadáver
olía bien, era bueno, probable, lo acuné, me roía
la pulpa de los huesos, echaba ganglios
por la boca cerrada, no impedí que muriera para siempre,
fui mala.
Escribí durazno, terciopelo, bambú,
espuma, Asbaj, fuente de piedra/
de deseos trama, Yepes, abrillantar. No sabe,
no recuerda, es follaje quemado una palabra
(rosa té, luz velada, finisterre).
Mala hasta la cicatriz de la cesárea.

 

8

Soy la que pacta, en lo oscuro de mí
con tu pasado más antiguo,
la versión precipitada y retórica
de mi muerte.
Como a letras distantes te leo,
contemplo lo que en mí enmudece
cuando caigo hacia atrás
por la vía del delirio o del sueño
alcanzo tu alma
que no me confía ni su nombre.
La fuga acecha siempre
de manera invisible
a causa del camuflaje,
en el fondo de las cuevas
donde se habita
y al ritmo de los desfiladeros.
Se conocen de memoria
los puntos vulnerables
(este poema es una  cacería).

 

18

Quienes lloran consumen más energía
que en ningún otro acto
a excepción del coito.
Llorar y coger estremecen
las fibras últimas del gemido.
Gemir: la más honda barrera
que puede establecerse ante otro.
¿Por qué se abrazan en las películas
cuando alguien gime?
Gemir excava todo. “No me toques”,
dice no exactamente Jesús a Magdalena
después de haber resucitado.
Cuando se adora tanto,
no me toques.

 

29

No se escribe
en lugar de otras cosas
que suceden a la cera
de la temporalidad:
una carreta movida por bueyes,
un ánfora cretense dividida,
una autopista, un galeote,
un patio.
Se estudian y cincelan
sentidos en su justa medida.
Abrimos el poema como una fruta
comida por los pájaros.

 

* Nota de la autora.

El poder de unos límites, de Alicia Silva Rey, Buenos Aires, Barnacle, 2019

Las notas subsiguientes dan cuenta de lo dificilísimo que fue para mí aceptar que estaba escribiendo algo que, conceptualmente, a cada paso que daba en su aparente develamiento, iba perdiendo, para mí, solidez y sentido. Simultáneamente fui escribiendo otras cosas que indagaban de manera obsesiva el uso cotidiano, literario, político, económico, deportivo, etc., de la primera persona del singular. Los restos de ese naufragio emocional son estas notas y este pequeño libro.
– «Para ser o no ser, yo es el punto». Hamlet.
Sólo dos copias de la más antigua Hamlet sobreviven en el mundo. Publicado en 1603, es diferente y mucho más corto que la versión que habitualmente se conoce.
– “Una mujer sin padre/ es un papel al viento./ No entenderá cuando un hombre la mire/ ni reconocerá olores ni rutinas de casa./ Para una mujer sin padre/ el mundo será siempre un desconocido”. Marianne Toussaint.
– Irrita, sé que irrita el concepto que alude a «lo sin padre». Ahora, ¿por qué no oponer al sintagma “un padre” la existencia de lo que no hay de “un padre” en este mundo?
– Efectivamente hay límites pero no son los de un libro de poemas, de por sí inconcluso e ilimitado: de paternidad aleatoria y casi, casi, de autor desconocido.
– Ahí estoy, en la Comedia, sumergida. Toda la ficción, incluyendo el delirio y la poesía, comienzan a resultarme fútiles. Había un gran libro esperando para ser leído en mí y no lo sabía. He buscado casi con desesperación unos límites que operaran como padres de mi escritura infantil. He tocado con dedos de seda toda una geometría del espacio. He aceptado con rigor el vértigo de las filosofías. Deambulé por el gineceo de una ética sin hallarla; por el androceo de una épica sin hallarla; por la matriz carnívora de las religiones y fui apenas alcanzada. Sucumbí al arrullo de distintas semióticas.
El libro que me ocupa es balanza que equilibra, sin disiparlos, los saberes de la inteligencia y los del corazón. Su letra no entra, drena. De esa letra me des-ayuno.
– Un padre existe como genitor hasta finalmente devenir “el padre de su hijo”. En tanto, en el aún (hasta ser “el padre”), se plantea, al menos para mí, la pre-existencia de “el no-padre”, una especie de negativo  del otro que, sin el posterior devenir «padre de tal hijo en particular”, propagaría indefinidamente su disociación padre existente/ padre fantasmal: en cuanto y en tanto, no hubiera acontecido como realidad comprobable la concepción, en el deseo de “un hijo”, de la creatura denominada por la cultura, «un padre».
– El Purgatorio ha ocupado cierto orden conceptual –que no religioso– en mi vida. Leerlo equivale, en interesado modo, a releerme. En los inciertos límites de dicho orden conceptual, este Purgatorio me incluye, llevándome por su letra a la voz de mi padre.
– Lo solapado, a modo de abanico, se propaga desde una cintura pélvica –lo femenino– hacia una arquitectura de los límites no visibles denominados padre. Si hubiera un centro emplazado en el cuerpo (de lo escrito, esa Escritura) lo habría tal como en la estirpe de los caballos y de las margaritas. Centro –el sacro–, dependiente de una cierta matriz fuera-dentro de padre.
– “Manual del Tintorero”. Un gran título, donde el tintorero explica su arte. Y uno de los pasajes más emocionantes es el orden a seguir antes de limpiar la pieza, el detalle de sacar los botones, desarmar algunas costuras, el tipo de manchas, cómo sacar las manchas de sangre. En el libro abundan las palabras mordiente y mucílago, cosa que agradezco. Me interesa mucho la ciencia y ese incesto tan raro con la tecnología que a veces es la madre y otras la hija. Lucrecia Martel (2016).
– Mi padre me legó el amor y su confianza en mi escritura. Mi padre fue mi padre a partir de esa instancia. Él es padre, para mí, desde el momento en el que inscribe en mí ese deseo.
– Efectivamente hay límites cuyos poderes nos encorsetan, pero no son los de un libro de poemas, de por sí inconcluso e ilimitado, de paternidad aleatoria y casi, casi, de autor desconocido.

 


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